Hace algunos meses, durante una de esas noches que tuve que robar al sueño con tal de no terminar loco y atrapado por la monotonía del exceso laboral, me senté a charlar con Pilar, una amiga con quien divagamos por espacio de unas cervezas. Primero hablamos de más turismo, demás trabajo y de amigos en común.
En ese momento apareció un viejo conocido y su "indicador" de calidad de vida. Para Luis (nombre de pila del denominado amigo), una de las formas de saber si cuentas con espacio para hacer lo que te gusta es midiendo el número de libros por mes que eres capaz de leer.
Ese día comprendí que me estaba perdiendo en mi marasmo laboral, ahogando en mis 14 horas de trabajo diario, y que me estaba olvidando de que existimos porque somos. Una mezcla de ser laboral, ser humano, ser soñador. Y decidí robar más horas: unas al trabajo y otras a la noche.