9.11.14

[Política] [Relexiones Doctorales] Información, participación social y masa mediatizada

En nuestro país crece la indignación ante lo que todos sabíamos pero nadie había logrado convertir en un símbolo tan claro hasta la pesadilla de Ayotzinapa: la represión del Estado y su colusión con la delincuencia organizada. Si bien la incredulidad ha pasado a convertirse en sorpresa, aún tenemos el gran trabajo de llevar la indignación a la acción y de ampliarla a más mexicanos si queremos conseguir cambios estructurales.
Los hechos parecían aislados: nos hablaron de Aguas Blancas, Acteal y Atenco, de ecologistas detenidos arbitrariamete, de líderes sociales asesinados o desaparecidos. Nos dijeron que algunos policías y militares encubrían delincuentes y que ciertos políticos se valían de estrategias de amedrentamiento para gestionar su administración. Nos mostraron que unos jueces utilizaban su poder a modo y de acuerdo con el tamaño de la billetera de las partes. Pero nos los pintaron todos como sucesos en los que individuos actuaban llevados por intereses propios… y nosotros lo creímos.

Y así los mexicanos navegamos por años en un discurso mediático que presentaba a victimarios y víctimas dentro de un Estado rebasado, pero que hacía su mayor esfuerzo para detener a los culpables, castigar a los malos y alinear a su personal: se detuvo a Elba Esther y a Mireles, se mandó a Castillo a Michoacán, se descubrió el caso Oceanografía, se arraigaron militares y recientemente al Sr. Abarca y a su esposa… y aunque muchos lo creyeron, otros iniciamos un proceso de reflexión que pasó a la incredulidad: ¿en verdad estaban haciendo lo que decían? ¿por qué le devolvieron su dinero a Raúl Salinas? ¿Por qué Chuayfett volvió a la escena? ¿Quién exculpó a Montiel?

Gracias a medios de comunicación incisivos (La jornada, Proceso, Aristegui), a reporteros imposibles de silenciar y a una creciente presión internacional (sobre todo de células de mexicanos residentes en el extranjero –buena parte de ellos estudiantes- y creadas en su mayoría durante el proceso electoral de 2012, por MORENA y YoSoy132), la incredulidad se fue tornando en sorpresa. Las redes sociales, por supuesto, jugando un enorme rol, abriendo nuevos espacios para la circulación de información, pero sobre todo para generar una relación mucho más horizontal con los líderes sociales y autoridades: Peña Nieto, López Obrador, los legisladores, músicos, actores (¿cómo olvidar las 10 preguntas de Cuarón?), periodistas y escritores están ahora más o menos a un clic de distancia: aunque muchos no manejan sus perfiles y cuentas, están enterados de las tendencias y opinión que generan sus comentarios. La cancelación de la licitación sobre el ferrocarril México-Querétaro en días recientes es una muestra clara de que la presión social sirve, sobre todo cuando hay gatos tan grandes como Salinas y Peña encerrados en los contratos.

Y así, de la sorpresa hemos pasado a la indignación: los comentarios que se leen en Twitter y Facebook sobre el pésimo trato de las autoridades hacia la población son cada vez más cáusticos: por ejemplo, los hashtags (palabras-frases clave que ordenan las categorías de comentarios) #RenunciaEPN, #AccionGlobalPorAyotzninapa y #YaMeCanse son ejemplos del hartazgo y creciente indignación. Si bien hay férreos defensores, es notorio que se incrementa el descontento. Si los cruzáramos en la calle, muchos espetaríamos algo en la cara a los señores Peña, Salinas, Aguirre, Chuayfett o Montiel. Otros se atreverían a algo más. 

Las marchas de esta semana reflejan cómo la indigación se puede tornar en acción: hasta el mismo López Dóriga reconoció que la del miércoles ha sido la marcha más grande en el país. Pararon casi 100 universidades y centros educativos. En los tres últimos eventos sociales que viví en Oaxaca (concierto de Los de Abajo, HipHop con Niña Dioz y Feria del libro) hubo declaraciones a favor de los 43 desaparecidos de Ayotzniapa. Pareciera que los tiempos de militancia vuelven… ¡Qué rico, México! Esto no es inédito en la historia: lo nuevo y actual es la cantidad de personas que protestan y el regreso de frases como “Nos tienen miedo porque ya no les tenemos miedo”, o “no les alcanzarán las fosas para enterrarnos a todos”. 



Desde luego, esto no sucede por primera vez: algunos hablarán de sus orígenes en el 68, otros en el 71, el 88, 94, 2000, 2006, 2012 o incluso en la inconclusa revolución. En la sociología hablamos de procesos, de construcciones: sucesos infinitos que se encadenan, en los que hay puntos críticos y cambios paradigmaticos que se suman y generan las transformaciones. Aunque a los humanos nos encantan las fechas e hitos históricos, lamento decir que una revolución no se hace en un verano. 
No sólo es claro que el camino es largo, sino que sabemos que el cambio requiere voluntades. Son aún muchos los mexicanos que siguen creyendo todo lo que el duopolio televisivo y el gobierno orquestan para pintar ese México telenovelero que, a pesar de ellos, se resquebraja cada vez más y filtra noticias que antes no pasarían: el clamor popular ha obligado a El Universal, Excelsior y Milenio a hablar de Ayotzinapa y de las exigencias de los grupos sociales frente a la renuncia de EPN y presentación de pruebas científicas sobre la que sería la inadmisible barbarie de su calcinación. 
Poco a poco vamos relacionando casos y cayendo en la evidencia: los militares, los alcaldes, los jueces, los legisladores, los políticos y los policías –así actúen solos- son el Estado: son las figuras en las que nosotros, ciudadanos, hemos depositado nuestra confianza para la administración y gestión de nuestro país: ¿Acaso no son el poder legislativo, ejecutivo y judicial? Hasta el derechista senador Javier Lozano tuiteó esta mañana que había que defender nuestros derechos, tal vez pensando que el gobierno actual no los garantiza. La plena confianza hacia el Mercurio del gobierno –López Dóriga y sus secuaces- decae y se troca en incredulidad y sorpresa. 

De la sorpresa a la indignación no se requiere mucho, una vez que alguien reflexiona y adquiere nuevas evidencias el camino es sencillo: se recriminará por no haberlo visto antes y aceptará debatir el tema. Luego buscará más información y generará una nueva conciencia. Será el despertar ante la nueva lógica y la desaparición del velo mediático. 

El problema son los extremos: sorprender y pasar de la indignación a la acción. El primero porque requiere hallar hechos incuestionables (Ayotzinapa o el robo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de nuestro derecho a la consulta ciudadana), y el segundo porque debemos estar en condiciones de plantear acciones claras, directas y de alto impacto. Las marchas han sido excelentes, pero no podremos marchar por siempre, y siempre los mismos: por eso la propuesta de un paro nacional el 20 de noviembre es tan buena, porque con él buscaríamos hacer reflexionar a otros sectores de la sociedad de la inminencia y necesidad de cambios.

Un paro, 24 horas, con sesiones informativas y micrófonos abiertos en las plazas públicas. Un clamor y una exigencia única: La renuncia de Peña Nieto, no porque sea culpable o no, sino porque representa al Estado, al poder Ejecutivo, coludido con el Legislativo y el Judicial. Si se conseguirá o no está por verse, pero seguramente se lograrán renuncias de otros secretarios, se evidenciará el deleznable papel de la SCJN –y el sistema judicial en general- y de los legisladores que aprobaron reformas neurálgicas (energética, fiscal, educativa) al vapor y sin el consentimiento de la mayoría de la población: un mayoriteo que existió en los años 1980, pero que treinta años después es simplemente intolerable.

En el camino entre la credulidad absoluta, sorpresa, indignación y la acción, los porcentajes de participantes se reducen drásticamente: pareciera que los incrédulos son el 60% de la población, los sorprendidos 20%, los indignados 15% y los que actúan 5%. Pero desengañémonos: la revolución francesa no la hicieron todos sus habitantes, sólo se repartieron los incrédulos entre las otras categorías. Es por eso que el trabajo central es sorprender a muchos incrédulos. La indignación vendrá sola y la acción se dará por añadidura. Pero cuidado, esto lo sabe perfectamente el aparato represor: por eso es que envían a golpeadores y porros a quemar la puerta del Palacio Nacional o a voltear autos en Guerrero, porque saben que la mejor sorpresa que pueden causar entre la masa popular es la que exhibe a los que protestan como violentos, retrógradas y bárbaros. Viejas estrategias que se repiten desde hace más de 200 años. 

México transita por un momento de cambio paradigmático, sin duda. Transformaciones, habrá, el reto es plantear líneas de acción claras para que esto no se convierta en un caldo de violencia y actividades aisladas fácilmente anulables. Esto, sin duda, es tarea de todos nosotros y de los medios de comunicación.

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