Sí, debo reconocer que llegué con morbo. "Lolita" es un símbolo de la niña pervertida; "Lolita", como texto, siempre ha sido visto como un relato sobre la pedofilia. Quería leerlo, pero confieso que también tenía dudas. Ya leí a Bataille, a Miller, a Robbins y a varios escritores más que han aprovechado una mezcla de morbo con sexualidad y pornografía para mostrar su rechazo al status quo, para criticar la mojigatería de su época... y para vender muchos libros. Los años cincuenta fueron también un despertar sexual frente a las faldas largas y la presión religiosa contra la liberación de los sexos y su exhibición. Eran épocas de trajes de baños largos que peleaban contra los primeros bikinis. ¿Valía le pena leer algo así?
Lo abrí con calma y me encontré primero con una introducción de un tal John Ray, PhD, que decía que un amigo le había dado ese texto para que lo publicara. Él, el autor, habría muerto encerrado en una cárcel en 1952 y su última petición había sido que John decidiera si el texto podría sacarse a la luz. Lolita –dice el párrafo final de la introducción, y prometo no estalkear más, querido lector– "hará que todos nosotros –padres, trabajadores sociales, educadores– nos consagremos con interés y perspectiva mucho mayores a la tarea de lograr una generación mejor en un mundo más seguro." "¿Cómo? –me pregunté. "¿Haciendo que haya menos Lolitas, o comprendiendo y aceptando que deben existir?"