25.8.19

[Cuentos] Gabinete


Gabinete

Dos niños juegan en el alero de una vieja casa en Holanda. Hartos de las conversaciones entre adultos, piden permiso de salir al jardín del viejo Jenking III, a quien sus padres, Klaus y Wernalia entrevistan. 

–Con cuidado, niños, –advierte el anciano–  eviten sobre todo la casa en ruinas. Puede ser peligrosa: los techos están demasiado húmedos. 

–¡Atentos a las instrucciones del señor Jenking! –Reitera la madre sin siquiera voltear a verlos mientras prepara su libreta y la pluma, en tanto Klaus alista la cámara. 


Jill y Epi, disparados por la intriga, hacen justo lo opuesto. No puedes prohibir algo a un niño porque será su dulce más preciado. Después de vagar distraídamente por el jardín, se miran y con la mirada brillante en los ojos del otro hacen un guiño que les lleva –justamente– al fondo del jardín, a esa zona en ruinas, de puertas desvencijadas, pisos endebles y ventanas oscurecidas. Territorio de descubierta. 

–¡Vamos, no seas miedoso y entra tú primero –dice Jill, la hermana mayor al pequeño Epi– Tú estás más chiquito y puedes pasar por ese hueco. Desde adentro empujas la puerta mientras yo paso.

–Está bien... pero tú le explicarás a mamá que las órdenes las diste tú, porque siempre soy yo el regañado. 

–Sí, dale, ya sabes que siempre te respaldo...


II

Mientras los niños penetran en el viejo caserón, Klaus y Wernalia entrevistan al señor Jenking, gran-tataranieto del gran Jenking Van Hout, quien en 1535 fue contratado por el rey de España, Carlos V para descubrir el Nuevo Mundo y hacer un recojo exhaustivo de piezas bizarras y bichos indescriptibles de los que tanto le hablaban otros viajeros pero eran incapaces de mostrarle. 

–Bueno, en realidad no sé si soy el gran-tataranieto, pero sí les puedo decir que soy descendiente en forma directa: él murió unos días después de volver de su viaje, pero en la familia había tres hermanos y yo provengo de una de esas líneas. Hace más de trescientos años y ustedes comprenderán que el mapa genealógico sea borroso, pero Lara van Hout, mi bisabuela, heredó esta casa y yo fui el afortunado que la recibió hace tres años. Somos longevos, los van Hout. Ella murió a los ciento cuatro años...

–¿Y qué es lo que ha encontrado en esta casa, señor Jenking? –Pregunta Wernalia. 

–No mucho, a decir verdad. Todos en la familia fueron viajeros y exploradores –supongo que ésa es una prueba más de la sangre van Hout– y yo no soy la excepción: viví en América del Sur durante treinta años, antes en Londres otros diez, nací en Malasia, radiqué también en Japón, la India... y si hace usted la cuenta, eso podría llevarla a unos ochenta años fuera de Holanda. Recibí la casa en herencia hace veinte, pero apenas hace tres que vine a vivir acá. A mis noventa y dos es difícil explorar los rincones de una casa tan grande... apenas conozco la biblioteca.

–Una biblioteca que debe albergar más polvo que historia... –Comenta sarcástico Klaus, desde el anonimato de la sombra de la luz y el lente de la cámara.

–Sin duda, pero si ustedes me acompañan, podría mostrarles un par de cosas que harán la delicia de periodistas tan curiosos como ustedes.

Jenking se levanta pesadamente, toma su bastón y se encamina con pesar al cuarto contiguo. Al entrar, los periodistas observan absortos una enorme sala con estantes de más de tres metros de altura y unos veinte de fondo en la que, de ambos lados, se observan alteros de libros antiguos. 

Wernalia hace una cuenta rápida y aventura un número: "¡Debe haber más de diez mil libros acá!", dice sorprendida; Klaus, boquiabierto no puede dejar de enfocar con su cámara la enorme sala mientras mira de reojo a su pareja con ojos desorbitados...

–Veintidós mil trescientos veintitres, para ser exactos. –Responde Jenking.– No es que los haya contado, o mucho menos leído, pero al menos eso es lo que dicen los papeles del notario. Vengan que les muestro algo que les gustará, si ustedes son curiosos periodistas y viajeros.

Y avanza hasta un atril donde hay un libro abierto. En éste se observan las figuras de dos montañas de cuyas cavernas emergen sendos dragones. El texto está escrito en latín y Jenking les cuenta:

–Ésta es una descripción de un sitio en algún lugar del Sur de América donde este viajero dice haber visto dragones, en compañía de mi pariente Jenking van Hout, por ahí de 1539. El libro es de Athanasius Kircher, de 1678, "Mundos Subterráneos", se llama... Mi ancestro hizo este viaje entre 1535 y 1541. Se dice que recorrió junto con su equipo, miles de kilómetros en trece –sí, dije trece– navíos que en algún momento antes de volver se detuvieron en Veracruz antes de hacer el viaje definitivo de vuelta. Se sabe que en el regreso los sorprendió una fuertísima tormenta y que únicamente mi pariente y su tripulación lograron sobrevivir.  Algunos dicen que fue Dios quien los hundió, con el objeto de que no pudieran contar sus descubrimientos secretos...

–¿Y qué fue de la colección restante? –aventuró Klaus. 

Fue llevada a Carlos V. Se dice que había piezas tan demoníacas que nunca fueron exhibidas o mostradas. Mi viejo pariente, agotado y deshecho no solo por la aventura, sino por la terrible pérdida, falleció apenas unos días después de volver. Ni siquiera tuvo oportunidad de entrevistarse con el Rey. Hay quien dice que volvió a esta casa con un enorme baúl con algunas de esas piezas, pero nadie, jamás, dio con él.


III.

Epi grita a todo pulmón, mientras Jill se esfuerza en abrir el hueco en el piso por el que resbaló su hermanito. Era una losa de unos cincuenta centímetros que tenía en una de las orillas la pata de un viejo sillón aterciopelado y sucio, pero que al desplazarlo mientras jugaban en el salón, desbloqueó de alguna forma el sistema de palanca de la losa que basculó bajo el peso de los dos pies juntos de Epi y desbloqueó su mecanismo de giro diagonal. El delgado cuerpo del niño pasó por esa estrechez y se resbaló un mar de metros hasta aterrizar en una sala oscura. 

–¡Ayúdame Jill, no me dejes aquí no veo nada! –Dice el pequeño entre sollozos. 

–Espera, voy por ayuda, porque no puedo hacer nada. ¡Mamá, mamá, Papá, corran!

Al escuchar los gritos, Wernalia sale de la biblioteca, a donde ya llega corriendo Jill: 

–Mi hermano, mi hermano... yo, estábamos jugando, juro que no hicimos nada, pero él pisó algo y se cayó en un hueco.

Padre y madre salen corriendo con Jill al frente, mientras el viejo Jenking avanza tras ellos perdiendo cada vez más distancia, pero con pie firme.

–¿Qué habrán hecho estos diablillos? –Se pregunta...







Para ver todas las fotos, ve a este álbum: https://photos.app.goo.gl/TANHLnTLrMz9AQz4A

Epílogo.

Esta es otra manera de contar una exposición: Jenking van Hout no existió como persona, pero sin duda encarna el espíritu de los  descubridores de esa época. En plena era oscurantista, los viajeros que osaron salir del plato cuadrado que era el mundo europeo se encontraron con seres increíbles y extraños que no podían explicar con sus teorías monárquicas y religiosas. Entre los libros que guardan las viejas bibliotecas no solo hay temas de religión, sino archivos ocultos de los que han bregado los grandes narradores, como nuestro querido Umberto Eco, quien sin duda pasó horas hurgando entre ellos para construir las historias de Baudolino, La isla del día de antes o el mismo Péndulo de Foucault

Algo similar pasó cuando los responsables de la Biblioteca Francisco de Burgoa, de Oaxaca (la misma que está en el ex-convento de Santo Domingo), abrieron a los artistas de Cuarto Suspiro –fábrica de sueños artesanales– sus libros para invitarlos a hacer una exploración de los textos y figuras y crear, a partir de ellas, piezas de arte que hoy están exhibidas en este sitio. 

Si algo bueno puedes hacer antes del 2 de septiembre, es no perderte la exposición y visitarla con calma, mientras lees los títulos de los libros, observas sus piezas y te imaginas qué pasó con Jenking van Hout, su gran-tataranieto, y con Jill y Epi. Aprovecha también la exhibición de la máscara de Calakmul.

El asombroso gabinete de curiosidades. Exposición de la Biblioteca Francisco de Burgoa. Museo de las Culturas de Oaxaca (INAH). Exposición hasta el 2 de septiembre. 

El autor agradece las coincidencias que surgen cuando conoces artistas y artesanos, sigues sus redes y visitas sus exposiciones para ver los trabajos que sus manos mágicas realizan. 

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