Mi relación con Facebook siempre fue un poco tormentosa: hace 2 o tres años decidí entrar por cuestiones políticas y lo dejé un poco en stand-by. La semana pasada me contactaron algunos amigos y pensé en darle un poco de impulso. Pero justo anoche, después de haber solicitado a varias personas "ser mis amigos" en Facebook me di cuenta que ese amor a la banalidad simplemente no es lo mío y listo. Decidí cerrarlo.
En 2012, cuando estaba en Argentina y trataba de acercarme a otros mexicanos por las cuestiones políticas de las elecciones me di cuenta que todos los compatriotas en sus años veinte me decían que la reunión se agendaría "por feis". Así que no me quedó otra que hacer un perfil y comunicarme con ellos por ese medio. Y no hice más que aceptar a ese grupo de personas, a pesar de que un día mi hermana se dio cuenta que tenía mi perfil y me pidió "ser amigos". ¿Amigos? Me dije... ¡Pero si somos hermanos!