Hace siete años recorría el Río Amazonas desde Perú hasta el Atlántico. Fue un viaje largo, de unas cuatro semanas que he documentado en otros posts, pero a lo que quiero referirme hoy es que en el último trayecto, en el que terminaría en Belem -y con él la travesía del río más largo del mundo- conocí a Leo, un ajedrecista alemán que me salvó prácticamente la vida... o al menos me libró de un enorme susto. La historia es más o menos así: