Entrevista a Fernando Jordán*
SM: Buenas tardes, Fernando. Gracias por tomarte el tiempo para esta entrevista. Desde que me encontré tu libro, no dejo de buscar esta oportunidad.
FJ: No te preocupes, ahora, acá, tengo todo el tiempo. Lo que se hace complejo son los medios de comunicación. De este lado del... mundo, no siempre se tienen los medios. Me gustaría tener WhatsApp para estar más alcanzable, pero acá ya no hay números disponibles.
SM Sí, lo entiendo. No debe ser fácil estar tan retirado y querer hablar con otros. ¿Te dan ganas de hacerlo, al menos de vez en cuando? En todo caso, gracias por acceder. Nunca pensé que fuera a lograr establecer esta conversa. Venimos de mundos distantes y distintos.
FJ: Sí, tal vez. Pero coincidimos en esa pasión por la Baja. Tú también la admiras, ¿no? –y añade en voz más queda– La verdad es que no, acá uno tiene con quien hablar y siempre son personajes más interesantes... sin agraviar, claro.
SM: Sí, sí. Qué más quisiera que hablar con aquellos que tú hablas. Pinocho, Abente, Seguro charlas hasta con Salvatierra, Kino, o hasta el mismo Cortés... En fin, vayamos al grano, que nuestra medium de comunicación puede fallar de un momento a otro y yo, tengo muchas preguntas...
FJ: Sí, claro. Pero antes, tengo una para ti: ¿Cómo supiste de mí?
SM: Te parecerá un cuento, pero un día visité Ensenada y un amigo me mandó al Casino Rivera. Ahí me encontré con un museo viejo y desvencijado que tenía unas cuantas salas con una museografía de los setenta u ochenta. Después de recorrerlo a paso veloz –si es que se puede hacer eso en quince metros cuadrados– me hallé en la tienda del mismo museo, donde exhibían réplicas de flechas, playeras descoloridas, fotos viejas y en un librero proponían lecturas de Baja California. Husmeando me topé con un libro viejo, de pastas verdes gastadas y hojas dobladas, recargado en el extremo inferior izquierdo. Era casi como si alguien hubiera decidido esconderlo ahí, a falta de autorización de desecharlo. Algo me llamó la atención de él... su subtítulo decía "Historia de un golfo" y una ilustración mostraba a un tipo con un casco de aviador y un velero. Me pregunté si sería un cuento, un libro gay o una joya literaria, pero decidí arriesgarme, estirar la mano y hojearlo. Era de los pocos que no estaban forrados con plástico.
FJ: Mar Roxo de Cortés, es el título. Eso no tiene nada de gay... ah, por el golfo, ¿no? Sí, bueno, eso nunca lo pensé. Y el diseño, nunca lo vi, yo... En fin. ¿Te atreviste a llevarlo?
SM: Lo pensé y después de leer la contraportada y hojearlo me di cuenta que hablaba de un viaje. De una travesía en una lancha por el Mar de Cortés. Me dieron muchas ganas de comprarlo. Me llamó tanto la atención que ni siquiera pregunté el precio. Elegí un par de cosas más y luego lo afiancé. Fue una ganga. Estoy seguro que me esperaba. ¿Me esperaba?
FJ: No sé, no soy adivino. Soy un simple humano venido a menos. Pero estoy seguro que te habló de viajero a viajero. Tú terrícola, yo marino; yo Tarzán, tú Chita...
SM: Para, para, Fernando, porque resultará que luego vendrán Viruta y Capulina o Laurel y Hardy... Pero sí, somos viajeros, sin duda. Yo temo el mar y tú lo amas. ¡Que huevos, de viajar en una lanchita de cinco metros por uno y medio! Más aún de pensar que podías recorrer todo el golfo y luego seguir hasta Guatemala. Yo...
FJ: ¿Huevos? Nada de eso. Ignorancia pura. Uno nunca sabe, cuando viaja, dónde se le terminará el impulso, mucho menos si la lancha es grande o pequeña. ¿Acaso tú sabes cuándo la moto fallará o si el motor es suficiente para la cuesta o el desierto? Yo solo ignoraba lo que hacía. Tenía treinta años, era un capitalino que quería navegar. Imagínate: llegué a pensar que podría hacerlo solo, sin Pilo, mi cuate que al final decidió acompañarme. Solo, me vuelvo loco o me muero... bueno, me habría muerto antes.
SM: Cierto, cierto. Siempre he pensado que el viajero que se precia de serlo es lo suficientemente precavido para investigar y proveerse de un mapa, pero también debe ser tan ignorante como para no saber lo que hace, porque si supiera, simplemente no iría. ¿Sabes que leer tu libro me hace hallar muchos paralelismos con mis viajes? Yo también me dije en algún momento que sería mejor no ir, que no estaba listo, que no tenía todos los materiales... y sin embargo lo hice, igual que tú. Me habría gustado encontrarte en el camino. Lástima que pasaste tantos años antes. Habría sido genial... es más: me habría conformado con encontrar tu libro meses antes o siquiera haberlo abierto mientras me encontraba aún en la península... pero no me dio tiempo de nada.
FJ: ¡Exacto! Mientras viajas, nunca te da tiempo de nada. al menos no en el tipo de viaje que hicimos, en ése en el que tú eres marinero, capitán, cocinero, chofer, guía, investigador, patrón y chalán. Tiempo es lo que quisiera uno tener, para leer, para escribir más, para... Porque a ti también te gusta escribir, ¿no? ¿Escribes cuentos? ¿Novelas? ¿O solo entrevistas?
SM: Ésta es mi primera entrevista tan sui-genéris. Nunca antes había entrevistado así. Y sinceramente no sé qué haré con ella. Tal vez lo primero será transcribirla en mi blog, pero después podrá ser parte de una novela, de un cuento, o de una aventura ficcionada de cómo un vivo se topa con un muerto a través de sus historias y de sus personajes... Oye, Fernando, hablando de historias y personajes, leo que encontraste a un montón de gente bien peculiar. A mí me pasó lo mismo: cuando llegué a la Baja, me di cuenta que pisaba un país distinto, un mundo de aventureros, de expedicionarios, y que al mismo tiempo era un espacio de mucha solidaridad, donde todos te ayudan. Eso lo cuentas muy bien en el Mar Roxo...
FJ: ¡Sí, por supuesto! Eso es la Baja Sur: solidaridad, amigos, apoyo mutuo. Las señoras nos daban de comer, los pescadores nos ofrecían pedazos de caguama (que se cazaba por montones), los cazadores de perlas nos daban morralla (las perlas más pequeñitas, sin gran valor comercial), y por supuesto, bastaba levantar el dedo en la carretera para que alguien se ofreciera a llevarte. ¿Te pasó igual, tantos años después?
SM: Por increíble que parezca, sí. Se me descompuso la moto un día y en seis horas estaba reparada; más de tres veces me ofrecieron desayuno, comida y cena, y por supuesto, me dieron hospedaje en casas de personas que nunca antes me habían visto. Eso, en el centro del país no pasaría... Pero déjame seguirte diciendo (ya ni siquiera sé si esto es una entrevista o una charla de amigos. Yo y mis confianzudeces)... Lo que me llamó la atención es que yo también paré en Loreto, fui a San Javier, Luego pasé por Mulegé, seguí hacia San Felipe y luego...
FJ: ¿San Felipe? ¡Qué envidia! Nosotros ni siquiera logramos llegar. La lancha, pasando la punta San Francisquito nos dimos cuenta que no podríamos avanzar más. La lancha estaba hecha trizas. No daba más, hacía agua por todos lados, el motor ya no servía y además, éramos unos novatos. No logramos avanzar más que eso en dos meses. Tú, en cambio, ¡fuiste y regresaste de Oaxaca en un mes y medio!
SM: Sí, pero me arrepentí del ritmo. ¡Dejé de ver tantas cosas! Sé que eran otros tiempos, pero yo no vi pescadores de perlas, tampoco vi cazadores, ni minas, o me encontré con Pinocho, ese hombre que hizo su propio avión y te hizo pensar que hay muchos locos valiosos en el país, pero que el Estado no hace mucho para proveerles de herramientas y permitirles ser más creativos en equipo. Me encanta tu crítica. Es más [tomo el libro y lo abro en una página señalada], permíteme leértelo:
"Los talentos, los verdaderos talentos los que podrían hacer algo en bien y provecho del país, se encuentran aquí y allá, en los San Lucas de todos los estados de la república, amargados, desilusionados, solitarios; aprovechando sus aptitudes en obras menores, acaso útiles, pero inferiores a su capacidad. Y su ostracismo obligado los anula, los atrofia, los pierde en suelos estériles sobre los cuales nada fructificará, ni crece, ni se fortalece"
¿En verdad crees eso? A mí me gusta. Es más, pienso que tú eras uno de ellos...
FJ: Nooo, bueno, no sé. Solo era un tipo viajero, un poco perdido. Me había enamorado de la Baja y sabía que aún tenía mucho que contar sobre ella. Un lugar tan mágico, único, y al mismo tiempo tan lleno de gringos; un sitio en el que los mexicanos no hemos hecho nada de investigación. ¿Cómo es posible que mejor un Steinbeck lo haya recorrido, que un investigador mexicano? ¡Por eso perdimos Texas, la Alta California y la mitad del territorio! Porque siempre nos importa más el centro que nuestra periferia. Mal augurio para el futuro... ¿No te parece increíble que estuviese tan lleno de gringos desde la época?
SM: ¡Uf! Nada que decir. Pero estoy seguro de que si lo vieras ahora, serías aún más crítico: todas las playas están en manos de norteamericanos; hasta los negocios de bienes raíces son gringos y todo está en dólares. Es una pena y una tristeza. Las mejores tierras en manos de extranjeros, los terrenos secos y áridos en el centro de la península, esos sí que son de mexicanos... pero están secos, eriazos, y llenos de vacas flacas y perros tristes. Y lo peor es que aún hay quienes le llaman desarrollo y se maravillan de que los ex-marines, los abuelos jubilados y los texanos de camioneta y sombrero tengan casas de verano que solo usan tres meses al año. La doctrina Monroe en su más alta expresión...
FJ: Sí, uno no puede dejar de ser crítico. Fui periodista tantos años, viví la península en todo su largo y ancho. Tenía que hablar de las condiciones de vida de sus pobladores y exigir que las cosas mejoraran, pero nada. Al final simplemente me cansé. Me harté del viaje, de la vida... de los humanos.
SM: Cierto. Recuerdo el prólogo de Felipe Gálvez. Me encantó cómo habla de la importancia de la soledad. Cito:
"Por lo demás, la oportunidad de estar solo, de sentirse totalmente aislado y atenido a su libre albedrío es algo que Jordán no desprecia. Por eso, con su amigo Franz Blom comparte la idea de que en la soledad es donde se descubre el verdadero valor del hombre y el real sentido de la vida. Secreto peligroso, subraya Jordán, porque no cualquiera está mental y psíquicamente preparado para afrontar el más absoluto aislamiento."
FJ: Bien escrito, eso. ¿Quién dices que fue? [Felipe Gálvez, le repito]. No, lo no lo conozco, pero sí, algo hay de eso. Siempre he vivido bien con la soledad. Me gusta, me gusta mucho porque es el único espacio donde miras tu propia alma con un espejo profundo. Pocos son los valientes que gustan de la soledad y que disfrutan con ella para fundirse en un abrazo y en un bloque de textos para preparar un escrito... ¿Qué más sabes de ese tal Gálvez?
SM: Mmhh... no mucho. Lo leí antes de conseguir esta entrevista. ¿Te gustaría que te leyera una nota que hicieron de él en la revista Proceso, justo cuando él preparó el prólogo de una reedición de tu otro libro famoso, El otro México? Puede ser que no te guste mucho...
FJ: A Ver –responde, dubitativo, como preguntándose qué será que no le vaya a gustar mucho– léelo, total, a estas alturas, ya nadie me puede matar de un coraje.
[SM: Lo leo, es un texto en el que entrevistan a Gálvez y le preguntan por Jordán. El entrevistado cuenta que Jordán era un amante de la soledad y aventura, en el texto, diferentes razones por las que éste se habría suicidado. Jordán hace una mueca cuando lo leo, completo (aquí, la entrevista)].
SM: Y hay más textos acerca de ti, yo así fue como logré encontrarte, interrogando al Internet y a diferentes escritores. Todo ha cambiado hoy: se hacen más conjeturas pero también se tienen más fuentes de información. Te... ¿Te atreverías a darme tu versión de tu suicidio? [Duda. Se queda mudo, me mira con insolencia, pero también con timidez. Es claro que toqué el punto sin retorno].
FJ: No. No sé. Tenía apenas 36 años. Era tímido, tenía problemas económicos, pero también fui siempre un romántico. [De nuevo se pone nervioso. Hace un largo silencio y me mira a los ojos.] Estoy seguro que tú lo comprenderás: es como cuando viajas. Simplemente no lo piensas y actúas. Para bien o para mal. Yo pensé que había hecho ya toda mi tarea. Ese viaje en barco por el Mar de Cortés me mostró mis límites y me di cuenta que no podría llegar más lejos. Escribí, escribí. Traté de hacer mi libro de los Locos de la Costa, pero no pude: la realidad era más fuerte que mi ficción y no logré contar la historia de Winkle, ni de Cuevas, Chale de la Toba o del Capitán Real, del Abel Miranda. Simplemente me aburrí de estar vivo y de tener historias muertas.... El resto es historia, como hoy la tuya. ¿O piensas seguir escribiendo?
SM: No sé. No sé. Depende del ritmo que encuentre en mi próximo viaje, y de mi regreso a la Baja Sur. Tengo que ir a transitar tus caminos. ¿Me darías unos tips...? ¿Fernando?
[Todo se queda en silencio y me doy cuenta que hablo con los ojos cerrados. Levanto la mirada y cuando la fijo en el frente, Fernando ya no está. ¿O no estoy yo?]
Febrero 22 de 2019, Oaxaca, México.
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* Esta entrevista, ficcionada, por supuesto, surgió a partir de mi lectura de Mar Roxo de Cortés. Biografía de un Golfo, de Fernando Jordán. (Universidad Autónoma de Baja California, 1995). El libro me llamó tanto la atención que mientras lo leía me fui metiendo más y más en la historia de Jordán, un tipo que hizo un viaje en una pequeñísima embarcación en 1950, en compañía de Pilo (José Héctor Salgado Stapachin), a través del Mar de Cortés. Los personajes, las vivencias y su historia como viajero, me cautivaron tanto por sus paralelismos con mi propia historia de viaje, que decidí hacer un pequeño tributo a este libro. Dada su fecha de publicación, fue realmente una suerte haberlo encontrado en el museo de Ensenada. Ojalá que algún día nuestro FCE o alguna otra editorial, se decida a ponerlo al alcance del público contemporáneo.
Jordán decidió terminar con su vida a los 36 años de edad. Una lástima que hayamos perdido a esta mente tan brillante.
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