Debería ir al grano para contar acerca de esta última lectura, pero haré un breve desvarío sobre la vida en mi ciudad natal, en la que estoy desde hace un mes y medio de forma interrumpida.
En mi ciudad leen los académicos, las familias se reúnen, y los amigos se emborrachan. Es una vida simple: hay muchos bares, frecuentados por quienes pertenecen a la correspondiente burbuja; hay una buena media docena de reuniones familiares por semana y es de mala educación decir que no vas –peor aún, que no tienes ganas de ir-. Si no hablas de las mismas cosas que a los demás les gustan o adulas las forma de vida local, te llaman constipado social. (Y mira que celebro la sagacidad del creador de mi nuevo apodo).
En estas condiciones, hallar un oasis de tiempo para hacer una lectura fuera de la burbuja familiar es una búsqueda compleja. No niego que sea rico emborracharse con los amigos o convivir con la familia, pero habría que pensar en dedicar un momento a la formación neuronal, sobre todo en condiciones en que cada borrachera te hace perder algunos miles.
Pero hoy lo logré. Si antes los domingos había recomendación de película, ahora hay de libro; sin mis bocinas que quedaron en porteñoland, ver cine en la compu ha dejado de ser atractivo.
Después de terminar con la lectura de Los protocolos de los sabios de Sión, al que dediqué varias mañanas –sólo para darme cuenta que en efecto todos quieren dominar al mundo de la manera más despótica posible-, seguí con Simón Bolívar, de John Lynch.
Otro libro gordo, otra biografía de Bolívar, otro viaje en el tiempo que permite hacer analogías del pasado con la actualidad. Me dijeron que era desmitificador –o más objetivo- y no estoy seguro de que lo sea. Sí, de mayor rigor académico, pero no me parece que deje de alimentar la leyenda (¿qué libro que hable del pasado no lo hace?). Sí, reconozco que presenta a un Simón más humano y fallido, al tiempo que lo contextualiza temporal y topológicamente, lo que permite traer al presente cosas del pasado: no para entender, sino para conjeturar a la sociedad actual. Algunos ejemplos.
Cita Lynch a un oficial de la marina inglesa que fue a observar la situación de Venezuela (La pequeña Venecia) en 1808: “Creo poder aventurarme a decir que ellos [los criollos] son en extremo leales y apasionadamente adictos a la raza española y a la casa de Borbón, y que, mientras haya alguna probabilidad de volver Fernando VII a Madrid, permanecerán leales a la madre patria…” (2006: 61)
Estos latinos, siempre adictos a las monarquías. ¿Será por eso que el Hola! es tan leído y que el papa ahora “es argentino” (no abriré acá el debate para decir que me parece tan argentino como Borges o que creo que fue nombrado sólo porque en este continente hay más clientes-crédulos-y-pro-monárquicos).
Pero no sólo eso. Un poco más adelante, Bolívar, en una crisis de ánimo, escribe a Santander: “Los españoles nos han inspirado por espíritu nacional el terror. Cuanto más pienso en esto más me convenzo de que ni la libertad, ni las leyes, ni la más brillante ilustración nos harán hombre morígeros, y mucho menos republicanos y verdaderamente patriotas. Amigo, por nuestras venas no corre sangre sino el vicio mezclado con el miedo y el error. ¡Qué tales elementos cívicos!” (2006: 182)
Y es que el hombre, de tanto luchar contra lerdos, parcos y desdibujados (por desilustrados), confesaba con frecuencia que se daba cuenta de lo complejo que resultaría cambiar a su sociedad: los que no luchaban por intereses económicos, lo hacían por sed de venganza, pero ninguno por convicción. Triste historia esta de los que salen de su burbuja y cuando vuelven a la suya se dan cuenta que su pueblo no está en la misma frecuencia: Bolívar, ¡los tolucanus retornantis te comprendemos!
Estas reflexiones me hacen pensar mucho en la cultura PRI (puse un post al respecto hace semanas). Para muestra, un botón; para reflexiones, un párrafo:
“Esto es un caos: no se puede hacer nada de bueno porque los hombres buenos han desaparecido y los malos se han multiplicado. Venezuela presenta el aspecto de un pueblo que repentinamente sale de un gran letargo y nadie sabe cuál es su estado, ni lo que debe hacer, ni lo que es. Todo está en embrión y no hay hombres para nada” (2006: 191). Cualquier coincidencia con la realidad es obra del chavismo o –si alguien quiere hacer una analogía con México o Argentina- de Cristina o del Peje (sabemos que no ha gobernado el país, pero hay que culpabilizarlo de todo lo que pudiera haber sucedido, es el mejor antivirus en la cultura PRI-RIP).
Mostrando sus habilidades de adivinación cuasi materialistas dialécticas, el General Bolívar hace un análisis de la triste realidad económica de la Gran Colombia (que para entonces incluía a Panamá, Venezuela y Ecuador) y se queja de lo mismo que después han dicho Mariátegui, los señores Enzo y Faletto y muchos otros sobre la dependencia de nuestras naciones latinoamericanas –y que continúan ignorando nuestros políticos- que si seguimos haciendo las mismas cosas, sólo seguiremos siendo las mismas naciones: “¿Quiere Vd. saber cuál es nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caá, el cacao y el algodón, las llanuras solitarias para criar ganados, los desiertos para cazar las bestias feroces, las entrañas de la tierra para excavar el oro que no puede saciar a esta nación avarienta” (2006: 216).
Cita Lynch al cónsul general de Gran Bretaña en Lima, quien respalda con su lectura el triste destino del sur americano: “En Perú hay un llamado especial a fomentar las relaciones comerciales con los extranjeros; el país no tiene manufacturas de mayor trascendencia; no será probable contar con ninguna dirigida por los nativos durante muchos años, pues no cuentan con ninguno de los materiales esenciales para establecerlas, ni es deseable promoverlas. Por lo tanto, la introducción de todo tipo de manufacturas extranjeras es particularmente importante; la población en general es demasiado pobre para comprar mercancías a altos precios; el comercio justo será el medio seguro para que los consigan a bajo costo” (2006: 223).
Hace ya casi doscientos años que nos dimos cuenta de los problemas de nuestras naciones y definimos las incumplidas amenazas –dice de nuevo el Libertador un poco más abajo: “Si no variamos de medios comerciales, pereceremos dentro de poco”- (2006: 223).
Por fortuna ahora sí vamos hacia el comercio justo (dixit las ONG, la cooperación internacional, etc.)… y también tenemos el ecoturismo.
¿Bolivarianos? Dejo hasta acá la reflexión, pues me gusta invitar a leer y no contar el final de la película (aunque todos sabemos, termina en que muere el protagonista).
Lynch, J. (2006) Simón Bolívar. Crítica. Barcelona. 478pp.
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