Se hacen traducciones, escriben cuentos, realizan investigaciones doctorales, evalúan proyectos, asesoran grupos de trabajo; se capacita sobre la insoportable levedad del ser.
Puedo hacerte un resumen de un libro de Eco, diseñarte una estrategia de mercadotecnia o comercialización, darte una clase de inglés o francés y hasta enseñarte a manejar una moto, (de modo virtual, por ahora).
No se cantar en la calle, pero podría leerles un libro en voz alta, contarles la historia de un viaje a la Patagonia o del asombro de ver el mar gris irlandés. Sería capaz hasta de gesticular y contarles cómo fui robado por una linda morena en Roatán o de cómo logré sacar la moto de un atolladero en Chiloé, mientras los pingüinos miraban impávidos.
También podría iniciar un nuevo proyecto, un cuento, un libro, un tríptico un folleto publicitario o un panfleto revolucionario. Podría relatar lo que se puede visitar en el Perú y ser tu asesor de viaje para que no se te escape nada de las culturas milenarias o del exótico llano amazónico. Vamos, hasta me atrevería a sugerirte un par de piscos, un buen cañazo o la forma de cocinar un delicioso atún fresco y recién cazado en el mar de Piura.
Esas cosas que sé y puedo hacer se contrastan con otras muy banales que por mi situación actual -la desventurada ruptura del tobillo- me son imposibles de realizar: caminar, lavar autos, platos, barrer, trapear, cazar proyectos, visitar pueblos nuevos, ir en busca de nuevos clientes, vender mi fuerza bruta o poner mi labia al servicio de un turco cualquiera...
Ser cojo me tiene preocupado: a la ya disipada duda de saber lo que me encontraría debajo de la férula (un monstruo, un alien una herida con un hueco infinito que me devorase a mí mismo) se suma ahora la larga tarea de recuperación: no corras, no camines, no bailes, no tengas sexo en posiciones de Kamasutra, olvídate de cortar el pasto y de ir caminando a Tartamiel (mi panadería favorita) y ni siquiera te acerques a la moto para olerla... comienzo a preocuparme de que me asignen fecha de defensa de tesis antes de que me restablezca aunque todos los pronósticos dicen que es más fácil llegar a pie a la Patagonia que ser agendado antes de julio.
Pero hay algo más: a la pata que cuelga entre dos piezas de metal y me deforma la atenea figura, se suma el riesgo de que se termine el caviar, las anchoas, el chorizo toluqueño congelado y el couscous que almaceno en mi enorme alacena de 60 cms. cúbicos. ¿Me veré forzado a tomar los medicamentos con el ron Santa Teresa añejo que llegó desde Venezuela o a preparar los chapulines en una salsa de vino tinto francés debido a la carencia de recursos?
Esta vida de independiente tiene demasiados riesgos. Tal vez debería volver al redil, buscarme clases mal pagadas pero bien seguras o volver al puesto de trabajo de sol a sol en el que tenía el enorme gusto de debatir con mis queridos ingenieros agrónomos, pero recibía mi quincena sin falta.
¿Será que la puta fortuna se fue de nuevo con otro? En la vida independiente somos como el cero: a la izquierda no sumamos, a la derecha multiplicamos. El problema es que no sabes cuál será tu posición esta semana: coma hoy por dos días y cruce los dedos hasta el jueves.
Pero lo dijo el tucumano con su sabiduría cuasi tropical: "¡E así!". Puedes tener una tesis lista y no tener trabajo (o quién la lea); estar lleno de amigos y tener que prepararte el desayuno en un pie; tener todo el potencial intelectual, mirarte en el espejo y no hallar más que un señor canoso con el pie hinchado.
Pero vamos, diablo: victimiza, victimiza, que cuando llegue una nueva musa, hada madrina, cuidadora divorciada, viuda loca o solterona desdichada siempre encontrarás la puerta de salida para llevar tus quejas al bar más cercano y de ahí a la niña más linda del lugar.
¿Un mezcalito?
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