Sinopsis de una vuelta a Argentina (intermitir entre burbujas).
Argentina hoy como ayer. Hace unas semanas estuve por el Río de la Plata y pude reencontrarme con un pasado cercano que había dejado meses atrás. Sentir extraño, el de volver a un espacio que fue un poco tuyo, pero jamás dominaste. Percepciones encontradas, las de ver un país en el que la economía sufre, pero la civilidad y la calidad de vida siguen siendo un exponente; donde los servicios de transporte funcionan 24 horas del día, la gente cena a media noche y camina por la madrugada de la mano de sus hijos. Pocos son los lugares de América Latina en los que se encuentra a Europa en cada vuelta de esquina y a toda Latinoamérica en los tonos de voz de los paseantes.
Un día por ejemplo tomé el subte B y me fui al cementerio de La Chacarita. Llovía. Era una jornada ideal para ir a visitar a Gustavo. Antes paré en la estación Lacroze y me detuve en la pizzería que está frente al terminal. Negocio viejo, mozos viejos, vasos astillados y transeúntes que deambulan por el establecimiento en busca del baño. Dos rebanadas: una de anchoas, otra de tomate fresco. Grasas, olorosas, llenas de ese queso casi plástico y con el ingrediente central apenas pintado. La copa de vino casi al tope, como toda la que se sirve de la garrafa. Líquido barato y cristalino, con ese gusto acidón y de plástico que no puedes eliminar ni al pasar bocado. Un sitio común y barato de mi Argentina.
La lluvia, intermitente, era como un fluir continuo de tristeza, como de restos de lágrima en la mejilla: lloró-llovió y se quedó. Horas antes me habían dicho que la prima estaba grave, con muerte cerebral. Y yo dirigiéndme al cementerio a ver a otro que pasó cuatro años en una cama, con aparatos que lo hacían respirar para mantener la esperanza de una ánimica y económicamente desgastada familia. ¿Qué putas es la muerte? Me gustan los cementerios. Antes había estado en Chacarita para visitar a Alfonsina Storni, Osvaldo Pugliese y el pintor Quinquela; para ver cómo era un cementerio de nichos interminables, reflejo de esa porteña búsqueda de ciudad cuadriculada, contenida, bajo terapia.
Pero Gustavo no es Storni ni Gardel. No tiene un mausoleo, nadie le hizo una estatua con los pelos hirsutos y rebeldes o guitarra en mano. Ni siquiera le pusieron una foto con la Ciudad de la Furia o las gracias totales. Está en un nicho, en el primer piso, en un interminable pasillo, junto a cientos de otros muertos. Los recién llegados no tienen placa metálica, apenas un papel con el nombre y la fecha de muerte. “Gustavo Cerati 4-09-2014. Nicho 2912”. Chau, Cerati. ¿Arrogancia argentina? ¿Dónde?
Estos peregrinajes posmodernos se asemejan tanto a los antiguos: cubrir lugares comunes, descubrir lo que ya estaba descubierto, saludar a los que jamás podrán devolver la cortesía. El proceso de sacralización y marcado, dice Mac Cannell. Sí, dejé claveles para sacralizar su partida. Creo que fui por Bocanada más que por Persiana Americana; más por Casa que por el temblor. También un poco por la prima, porque al decirle adiós a alguien, también lo hacemos figurativamente para los que se fueron antes. Un muerto, todos mis muertos. Salí también con la lluvia de lágrimas en las mejillas, las lágrimas de lluvia en la cara. Todo se diluye, se tributa a los que se quiere, se hinchan las velas de nostalgia.
Y ahí, mientras salía del cementerio pensé que el cariño es para los vivos y el buen recuerdo para los muertos. Ir a un cementerio es también como mirarse desde fuera de sí mismo. Esos nichos me hicieron pensar en la biblioteca del Trinity College, sólo que en lugar de libros perfectamente alineados, los nichos se acomodan simétricamente, como mostrando esa necesidad de clasificar, hasta en la muerte. ¿Nos recordarán cuando muramos? Fue entonces cuando decidí quitarme los lentes húmedos para ver borroso, para pensar sin mirar, para estar ahí sin estar.
Contar cada peregrinaje a mis sitios del pasado como cuento la vuelta a la Chacarita podría hacer una serie de microhistorias. Pequeños cortos de lugares comunes; mini relatos de vida. Reminiscencias: buenos y malos momentos. Sitios que si se recorren acompañado, se presumen; si se transitan solo, sirven para refrendar el lazo y alimentar el ego de haberlo sobrevivido.
Para mí Argentina significa el Cantor del Sur: me siento Luis Acosta García, aquel payador que al viejo tiempo le pidió que le llenara la guitarra de cantos en mi menor y que tras un largo trajinar y llenar su historia de enormes riquezas: amigos, canciones, un día se le cansó el corazón y el tiempo lo pialó. Así como a Acosta, el viento de los Andes me dio amigos y me dio canciones (no en notas ni en cantos, pero sí en libros, textos, discusiones y aprendizajes) y me llenó el corazón de otras formas de hacer, de otras maneras de decir y de sentir. Un día en moto y en solitario, otro día en avión y acompañado, y así muchas y repetidas ocasiones.
Fue la casa de Mariana y Leandro, la de Blake y la de Caro; fue Camacua, San Telmo, Villa Crespo, Palermo, Congreso, Almagro o el Parque Centenario. Fue bife, chori, chinchulín, rúcula, helado de kinoto, vino tinto y birra, pero también fue cine y Paso de los Toros… Argentina también es un doctorado. Cosa fácil: cuatro años que podrían contabilizarse en horas letra: ¿Cuántas palabras desfilaron bajo sus ojos esta semana, doctorante? ¿Cuántas páginas logró su pobre mente escribir? ¿200 apenas? Vaya que requiere usted ponerse a pensar seriamente en su investigación, porque a este paso... Doctorado en Argentina, doctorado en argentino, o “cuando las mayúsculas, las comas, el género y los sentidos cobran valor”. No más palabras sueltas, bromas inocentes y significados vacíos. Tus palabras como aguijones, tus frases como bálsamo, tus párrafos como construcciones. Todo está conectado.
Estado no es estado ni gobierno. Perón no es una fruta dulce. Resistencia, hegemonía, Gramsci, Comaroff (y Comaroff), prácticas, discursos, interpretaciones. Las letras como números: de cada posición, una ubicación. Y sin embargo otros lo ignoran. Tanto como ignoramos las escalas, los márgenes de error y las varianza o las curvas de error. Lucha de cárteles académicos: naturales y sociales; sociólogos y antropólogos; geógrafos y biólogos. Elige tu tribu o salta entre burbujas.
Argentina idealizada, defenestada, en crisis perenne, politizada, peronista, kichnerista. Cada presidente un verbo nuevo. Argentina crítica, abierta, espacio migrante, amplia.
Pero no todo fue tan argentino: hubo mexicano. Saludo y visita a quienes gritamos codo a codo en 2012 y abrazados puteamos a Peña Nieto; solidaridad con quienes piensan en los 43 desaparecidos, reconocimiento a los que miran a México con ojos críticos y sin Televisa. Hay vida y sobrevivientes al 2012. Carne asada, pintada de manta, chela en la Plaza Dorrego, fernés, discusión y política con parrillero argentino. ¿Podíamos pedir más? Y sí, salidas con Campari al Guebara (no Guevara), choripán afuera del mercado, bondi a las 6 AM… como en los viejos tiempos. Y no sólo eso: viaje al Uruguay con cruce por Colonia; Tres Cruces, curso en Punta del Este, caminata por la península, Tannat, Syrah, Chardonnay, Medio y medio, chivito, brótola, panqueque flameado… sonrisas, política y amigos en la tierra donde el mate es la prótesis del uruguayo.
Y al volver, brevísima escala en el Lima, como para recordarle a uno que hay mundos que nunca deben olvidarse, pero también que la tierra es grande. Blanco espumoso con decoración mundial en una de las casas más acogedoras que conozco. Charla y actualización con Etienne... Cierto, cierto. Lima no cambia y sus políticos menos: Perú reincide y reelige a los que antes acusó de robo, a ver si esta vez sí hacen algo mejor. Curiosa mentalidad, esa que pondrá en algunos meses de nuevo a Keiko, Alan y otros viejos conocidos en la lucha por la presidencia de un país tan rico (y tan pobre) como el mío: Mi Perú, mi Argentina y mi América Latina repitiéndose. ¿Resultado de la ciega confianza o de la enorme ignorancia por control mediático? Caudillos, caudillos y pasión sin institución (¿o instrucción?).
Una Argentina, muchas Argentinas. Un Uruguay y muchos Uruguayes. Cientos de Perús y un viaje corto, gratificante y reflexivo en una realidad física complicada, con un pie que no se recupera por completo. Fue como quitar la pausa para dejar que corra la cinta (¿el disco, la memoria?) de mi historia con el Sur. Una vez pausada allá, a poner “play” a la burbuja de regreso. Es, al final, nuestra triste y humana historia: vivir en intermitencias entre mundos; intermitir entre burbujas. ¿A dónde saltaremos ahora?
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