1. El abuelo: Soy uno de esos afortunados que comenzaron a trabajar a los 9 años. A esa edad, mi abuelo materno me llevaba al mercado como traductor para venderles sarapes a los visitantes extranjeros de mi ciudad natal: él vendía y yo atraía a los clientes hablándoles en francés. Además de nosotros dos, Esteban armaba el puesto con alguno de mis tíos, que apoyaba vendiendo o trayendo la comida. En esa primera formación de equipo aprendí lo que era el trabajo. Para el abuelo no importaba el clima, su salud u otra cosa: había que ganar el pan cada mañana y además había que hacerlo con entusiasmo. ¿La frase con la que me quedo? “A lo difícil hay que hacerlo fácil... y a lo imposible, hacerle el intento”.
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3. El vendedor de flores: Recién graduado, comencé a trabajar en la comercialización de flores de corte. Pasado un año me promovieron y me hicieron gerente de ventas de exportación, a cargo también del área de empaque. Mi juventud de escuela privada me hacía sentirme casi dueño, pero tenía un jefe que me devolvía al mundo terrenal: frecuentemente me recordaba que varias de mis tareas de administración de personal no funcionaban y cuando yo le decía que había que quitar a fulano del cargo porque “no servía”, o que “ya les había dicho pero no me hacían caso”, me recordaba que los equipos no son fáciles de gestionar. De él, me quedé con dos frases: 1) “Lo que es lógico para ti, no es lógico para los demás”, y 2) “Si corres a todos porque ninguno te sirve, terminarás por quedarte solo.
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5. Equipo en tándem: En esa misma época conocí a una de las mujeres más brillantes con las que he laborado. Una senior del turismo que me enseñó muchas cosas, incluso a expresar mi opinión cuando no estoy de acuerdo, de una manera directa y franca. Hace más de diez años que somos compañeros de proyectos, grandes y pequeños. Hemos tenido desaveniencias, pero siempre encontrado nuestro espacio. Deliberamos, planteamos nuestras posiciónes, actuamos y aprendemos de nuestros errores. Un día, en una de nuestras consultorías, la Ministro de turismo de un país sudamericano nos dijo que el trabajo, tras dos meses muy árduos, “Wasn’t what she expected”. Después de la rabia y la impotencia, a punto de tirar la toalla, decidimos ir de nuevo a enfrentar y explicar nuestra posición: conseguimos hacer que el proyecto continuara y llegase a buen término. Con ella he aprendido que hasta un mail se debe preparar con calma y calidad. Su frase: “No enviarás nada hasta estar convencido de que es el mejor mensaje y expresa lo que quieres decir.”
6. No eres tú, soy yo: Las relaciones laborales son como las del amor, uno busca entretenerse y pasarla bien, pero si van “en serio” necesitan tiempo para conocerse, hablarse, verse... y generar confianza. Recién llegado a Oaxaca me acerqué a un grupo con el ánimo de socializar y buscar contactos laborales. Coincidió que llegué justo en el momento en que se elegía una mesa directiva y entré con una planilla, sin conocer a nadie. El triste resultado no tardó en llegar: después de varias desaveniencias políticas, personales y éticas, decidí que era tiempo de partir. Con algunos de ese grupo mantengo mi amistad; a otros, tomé la resolución de no verlos más. Siempre he dicho que “negociar es ceder para encontrar caminos intermedios, y que en toda discusión debe caber la cordura, pero uno no puede esperar a que ésta venga de los otros si uno mismo no la tiene”. Aunque varias veces he dejado de alcanzar mi meta original, trato de avanzar sin dejar “muertos” en el camino.
7. Tomar el riesgo: Y si no conoces a nadie, ¿entonces no haces equipo de trabajo? El riesgo del fracaso siempre existirá. Lo más que puedes hacer es minimizarlo, ¡y qué bueno, porque es una forma de aprender! En ese camino he conocido a muchas personas valiosas con las que he consolidado excelentes equipos. Uno de los últimos ejemplos fue al conocer a una académica y enterarnos días después que había un concurso de CONACYT en el que podríamos presentar un proyecto. Sin experiencia anterior fijamos fechas y tareas... Días más tarde nos llamaron a la CDMX para presentarlo. Sin dudarlo fuimos y aunque no ganamos –y fue una dura lección– entendimos que compartíamos ideales que nos podían hacer trabajar juntos. Aquella vieja frase de “el que no arriesga, no gana” sigue tan válida como nunca.
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9. ¿Y si todo se va a la mierda?: El problema es cuando el compromiso está firmado o el contrato se consiguió pero llegas a un punto muerto... ¿Qué hacer? Una dura experiencia, la única que recuerdo, la viví con una colega con quien tenía poco de trabajar, y un contratante con el que no logramos acordar hacia donde seguir. Nuestra triste solución fue terminar el acuerdo en el punto muerto donde se encontraba. Nos salvó la honorabilidad de lo que llamamos “Los principios en caso de crisis”, que no son otra cosa que los acuerdos de lo que pasará en el caso más duro de que todos nos mandemos a volar. En nuestro caso, las palabras clave fueron cuidar la honorabilidad de todos y no afectar al contratante. Sí, tener un plan B, siempre ayuda en algo.
En conclusión, trabajar solos no es fácil, pero trabajar en equipo no es menos complejo: la única diferencia es que los equipos llegan más lejos y tienen más capacidad. Estar en grupo puede ser un terror, la alegría más grande del mundo, o todo a la vez, pero difícilmente te podrás escapar de uno.
Alguien dijo que de nada sirve ser el primero, si terminas llegando solo. También es cierto que todos somos útiles y nadie es indispensable, pero siempre es mejor compartir la soledad y aprender de nuestros errores, que intentar cazar mamuts en solitario.
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