12.7.20

[Reflexión] Pandemia y Depresión, o el ataque de los ladrones de ilusiones

Imagen: The guardian


Pandemia y depresión, o el ataque de los ladrones de ilusiones


Parte de guerra a un general fallecido en acción
Ejército de Gaia
Julio de 2020


Cual soldados en una batalla con un enemigo invisible, nuestro ejército ha sido mermado.

Antes de comenzar esto, General, éramos tan imperfectos como siempre lo fuimos, pero teníamos ilusiones, de todos los colores. Unas eran vanas, otras superfluas y las más, románticas: desterrar para siempre al plástico del planeta, eliminar las energías fósiles, sacar al mal gobierno, comprar un auto nuevo, viajar al culo del mundo, contribuir a la saturación de Barcelona, aprender japonés, bailar tango en San Telmo, conseguir una rubia despampanante en el congal de más baja reputación, hacer una película inovidable, entrar al salón de la fama de los novelistas...

Hoy que lo visito en esta su tumba, mi General, me doy cuenta de lo frágiles que somos:  nuestra humanidad pende de un hilo, del hilo del miedo. Tuvimos sueños magnánimos y los dejamos ahí, olvidados a cambio de la ilusión de la vida. Cuando nos dijeron que nos teníamos que encerrar, corrimos hacia nuestras casas y dejamos a las ilusiones afuera. En el refugio tapiamos las entradas, las ventanas, los más finos huecos, e hicimos hermética la casa para no dejar entrar al enemigo, aunque eso incluyera abandonar afuera nuestros propios sueños. 


Los hijos dejaron de ver a los padres; los padres lo entendieron como una medida de salvaguarda y todos acataron la regulación castrense: en algunos países les dieron toque de queda, en otros les pidieron no salir una quincena, pero el miedo se fue extendiendo: un mes, dos, cincuenta días... y luego los mismos humanos comenzaron a gustar del encierro. Las noticias, bien aderezadas de pavor, tuvieron un buen efecto: al poco tiempo, ya no era necesario pedir que la gente no saliera, ellos mismos lo decidieron, sin chistar. ¡Qué bien maneja el enemigo la estrategia de la paranoia, caray!

Sí, mi General, hicimos un gran esfuerzo: levantamos la voz desde el principio y les dijimos que no lo creyeran todo, que la solución no era hacer bombas químicas o comprar más plástico; insistimos que quedándose encerrados perderían salud, comerían alimentos congelados. Les dijimos que el humano no aguantaría psicológicamente. Los deprimidos llegarían al límite, las ilusiones se olvidarían, el encierro les debilitaría el alma. Algunos nos escucharon pero fueron sucumbiendo de a poco: "ya se murió el amigo de un amigo; la tía está enferma; un compañero salió positivo..."

No nos hicieron caso. Perdimos a nuestros soldados de la ilusión. Se fueron quedando encerrados, repitieron mil veces la misma noticia hasta creérsela, a pesar de que les probamos que algo estaba mal en el conteo: "los humanos estamos hechos para morir", les repetimos; "las estadísticas demuestran que la mayor parte de las personas se mueren de complicaciones de salud relacionadas con otras enfermedades: mejor aprovechen para estar sanos, salgan al campo, no pierdan las ilusiones". No los convencimos: se olvidaron que antes la gente también se moría y hasta se olvidaron de la muerte por vejez, del cáncer, de los feminicidios, de los accidentes. Todos terminaban muriendo del mismo mal, porque así se los presentaba la estadística. 

"Solo espero que se haga de noche para poderme ir a dormir", nos dijo uno de los más aguerridos. ¿Cómo fue que sucedió esa transformación? Ahí descubrimos que el virus no solo actúa sobre el físico, sino que también se inocula por vía electrónica: pasa a través de la corriente eléctrica, se convierte en data y luego se inyecta vía telepática por la llamada multimedia. Cual gota de agua persistente, consigue horadar hasta la mente más brillante. 


Sí, General, hemos pensado en todas las fórmulas posibles: les hemos mandado noticias distintas, notas de esperanza, propuestas de cambio, fotografías de viajes, podcast de reflexión, reseñas de libros... es tan avasalladora la respuesta del enemigo que nos barre, nos elimina, nos llena de información basura y nos diluye. Por supuesto hemos pensado en la acción física, pero es imposible actuar en todos los nodos a la vez: mientras dañáramos uno, los robots ya estarían reparando dos. Tenemos adeptos, General, pero no somos suficientes. 

Temo, mi General, que ésta sea una de las últimas comunicaciones desde esta trinchera. El ejército de la ilusión tiene la moral baja y hay cada vez más desertores. Nuestros pilares se derrumban, no encontramos eco. Nos acercamos peligrosamente a la etapa siguiente de radicalización y se lo he de contar con todas las letras: la desobediencia civil será solo una de ellas. Tememos desastres climáticos, más manejo informativo, enormes bajas de la depresión y hasta posibles nuevas enfermedades. Su inspiración es requerida y muy bienvenida.

Mayday, General, mayday, mayday... 

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