Hace unos minutos conseguí el título de este post pendiente. Es mi tributo al abuelo, un viejo de noventa y dos años al que se le ocurrió partir el pasado 31 de diciembre. Cansado de esperar, cansado de estar, aburrido de robarle el aire a otros, como decía con frecuencia. Un enorme abuelo con el que sólo hablaba de vez en cuando pero con quien me entendía a la distancia y con el corazón.
Un gran ecónomo. Nació en un barrio del centro de Toluca, pronto perdió a la madre y al padre. Fue rescatado por una tía y a los 6-8 años trabajaba haciendo sombreros de paja para ayudar en casa. Tal vez fue el año pasado cuando me contó eso; jamás había hecho alarde de su temprana jodidez, como hacen otros viejos para doblarnos el alma y clamar nuestra atención; "tenía un par de zapatos y a veces tomaba leche. Le daba tres cuartas partes de lo que ganaba a mi tía. Ella lavaba ropa, remendaba y así sobrevivimos muchos años". Hizo unos cuantos años de primaria y luego comenzó como cobrador en la línea de autobuses Colón Nacional (que llevaba ese nombre porque su recorrido comenzaba en la empresa Nacional y terminaba en Colón). Con el tiempo aprendió a manejar y después le permitieron llevar esa ruta. En algún momento se asoció con más choferes y compraron un camión, luego otro y otro... Un buen día se encontró con la posibilidad de liderar a los camioneros y fue líder charro. Sí, mi abuelo fue líder charro. Viajó a Granada con la asociación de charros ¿pagado por el gobierno? y ahí se hizo una foto con Eduardo Capetillo. Yo la vi, la escaneé y rescaté sus cuarteaduras. Después las pegó ambas en su pared de fotos familiares.