4.7.11

[Reflexiones] Yo conocí a Peña Nieto en los noventas.


Nota 2017: A casi 6 años de su gobierno, sigo pensando lo mismo y me encantaría que más gente lo leyera. 


El imperio de los esbirros.

Yo lo conocí cuando era lo que yo quería ser: emprendedor, valioso, orgulloso, un ejemplo de la sociedad; un joven que se abría paso y nos decía cómo hacerlo.  Recuerdo que me recibió con una sonrisa, un saludo amable. Qué buen político: me ganó. Yo, por ese entonces era un veinteañero que organizaba un simposio y quería invitar, como estudiante de la carrera de comercio internacional, al encargado del área de Desarrollo Económico del gobierno del Estado de México, el Sr. Juan José Guerra Abud. Enrique (así me dijo que lo llamara), su secretario particular, me comentó que haría todo lo posible por conseguirlo para que nos inaugurara el evento y diera la charla de apertura.


Y lo logramos. Orgullosa –e inocentemente- hicimos lo que los estudiantes exitosos están llamados a hacer: reproducir el sistema del que provienen, que les ha dado de comer, que los mantendrá. El Sr. Guerra Abud inauguró el primer Simposio de Comercio Internacional del Tec de Monterrey Campus Toluca y nos sentimos orgullosos, exitosos, como buenos “niños tec”. Ibamos por buen camino.

De Enrique no volvimos a escuchar sino hasta unos nueve años después, cuando los que alguna vez habían sido ayudantes pasaban a liderar la política local: su hermana se casaba con uno de nuestros ex-compañeros de generación, un buen amigo con el que tomábamos cerveza, con el que nos encontramos en Monterrey, con el que comimos pizza “Corte Chicago”: si no llegaba treinta minutos después de pedirla y cortada en cuadritos y no en rebanadas como siempre, entonces podíamos regresar al motociclista que la entregaba –sin pagar la pizza, pero quedándonosla- para que nos trajera otra, pero esta vez bien cortada. Eran tiempos divertidos en los que no nos dábamos cuenta de quién era quién en nuestro grupo social. Se volvió gobernador del Estado.

Si por ese tiempo hubiera conocido un poco más de sociología, de antropología, de mundo, hubiera entendido muchas cosas y tal vez las hubiera peleado: cuidado con el sistema que se aprovecha de los jóvenes que quieren llegar a ser como los ídolos que él mismo les muestra; que si bien es cierto que lo más práctico es pisar a los demás antes que trabajar con ellos, en el largo plazo lo vamos a pagar; que el dinero no lo es todo, que comprar un auto del año no te hace más humano; que competir con tu vecino no hace un mejor barrio...  pero no, en ese entonces todo era hacer dinero y competir. Muchos sucumbimos, pocos tratamos de huir.

Hoy que entro a la edad en la que siento más obligación de participar en sociedad, resiento lo que he dejado de hacer: criticar, proponer, volver a mi tierra, recordarles a los que alguna vez se las vieron duras, a los que antes no tenían auto del año, a los que trabajaban y patinaban para pagar su colegiatura, que ellos también sufrieron, que sus papás se esforzaron, que también se quejaron de la corrupción, del nepotismo, del amiguismo y de las negociaciones que hacen para subir esa pirámide interminable del “bienestar social” (el propio, no el general). Pero pareciera que se han olvidado de eso. ¿Es ese el México que quieren para sus hijos? ¿Cuánto tiempo más creen que esa fantasía puede durar antes de que tengamos más desintegración y protesta social? ¿Eso les enseñó el “Tec” (¿entonces por qué no me identifico con ellos?) o esa es la interpretación que le dieron al éxito? ¿Dónde quedaron las enseñanzas de honestidad de Rafa, de Enrique, de Juan, de Roberto?

Pero ahora muchos cuentan como cuervos cuántos cuartos quedan. ¿Cómo quedarse con comercio, con quintales, quintas, contactos, comisiones, compadrazgos? ¿Cuando conseguiremos cabalidad, comprensión, coherencia y congruencia?

Asistimos al Imperio de los esbirros. La reproducción de la desigualdad en su máximo nivel. Peor aún, en un mundo de indiferencia: “ya ves, así es, es lo que nos merecemos”; “ni te metas en problemas, no vale la pena”; “para qué alegar, si ya sabemos que la tienen ganada y bien amarrada”. En el que ya no vale la pena luchar, en el que es mejor huir, abandonar la partida. ¡Qué lejos estamos de los ideales que alguna vez perseguimos!

Dicen que es mejor cerrar los ojos, adaptarse al sistema, dejar de criticar y tomar lo poco que nos ofrecen, jugar con ellos y rebelarse después, cuando hayas logrado algo y así te puedas zafar tranquilo (Nadie que yo conozca ha logrado cambiar desde adentro, por la simple y sencilla razón de que la zona de tranquilidad, de calma y de confort no te obliga a ello). Como decíamos hace unos días: nadie cambia porque está bien, sino porque cree que hay algo que está haciendo mal. Pero no, eso por ahora no parece suceder en el Edomex. Por ahora ganaron los esbirros que antes eran demasiado simples y humanos; justo como hace unos años los Hank, los Pichardo, fueron abriendo el camino a los nuevos de hoy... los nuevos aprendices siempre taparán los trucos de los viejos magos.

Mientras, el estado, que se pudra. Más de ochenta años con el mismo partido en el gobierno, con los mismos problemas, con las mismas realidades, con las mismas familias liderando. Con los mismos problemas, con los mismos robos, con la misma concentración de poder, con la misma inequidad... y viene el 2012. ¿Nos vamos a quedar sentados y dejar que los esbirros sean los dueños del país?

1 comentario: