Todos los hombres sueñan con un retiro ideal en el cual poder hacer aquellas cosas que jamás han tenido tiempo de llevar a cabo: viajar, leer los libros que fingen haber leído... Durante muchos años, Horace Quinn había soñado en pasar unas horas maravillosas cazando y pescando, recorriendo los campos de Santa Lucía y acampando junto a riachuelos vagamente recordados. Y ahora que lo tenía casi al alcance de la mano, sabía que ya no quería hacerlo.
(Al este del edén. Steinbeck [1952]:637).
Después de un largo silencio viene un largo monólogo. Bien dicen por ahí que todo se reacomoda: los ríos retoman su cauce, el pasado regresa del futuro, el carácter sobrevive a las imposiciones. Por eso los humanos nos parecemos a los otros humanos y vivimos la imposibilidad de dejar nuestros rasgos familiares. Escribimos la misma historia con diferentes autores y personajes, pero repetimos las acciones y heredamos el genio, la genialidad, los rasgos físicos, el ADN y las reacciones. Somos nosotros y somos los mismos de hace sesenta años. Pobres seres repetitivos.
Hace poco menos de dos años llegué a Oaxaca después de muchos años fuera de mi país. Aún no sé si volver fue un triunfo, una necesidad o un fracaso. Puedo decir que no ha sido fácil y que cada vez temo más la posibilidad de volver a ser ése personaje del que huí. Estoy dejando de ser el eterno migrante y me estoy enfermando de sedentariedad: vine en busca de un oasis donde pudiera echarme para relamerme las heridas del viaje y me está costando partir de él. Demasiada agua, demasiada paz.
Dormir en la selva, dormir en un walking closet, comer en la montaña andina, caminar en las alturas, mudarme, cambiar de amigos, flotar entre espacios, moverme entre mundos. Esa era mi vida: el campo, los libros, la gente, los sueños, al filosofía, la escritura. Fui capaz de sobrevivirlo buena parte del doctorado, hasta que la exigencia de tejer una tesis me obligó a monopolizar una silla catorce horas al día para escribir algo que cumpliera con los estándares académicos: introducción, revisión de literatura, marco teórico, metodología, presentación de resultados, discusión y conclusiones.
Dormir en la selva, dormir en un walking closet, comer en la montaña andina, caminar en las alturas, mudarme, cambiar de amigos, flotar entre espacios, moverme entre mundos. Esa era mi vida: el campo, los libros, la gente, los sueños, al filosofía, la escritura. Fui capaz de sobrevivirlo buena parte del doctorado, hasta que la exigencia de tejer una tesis me obligó a monopolizar una silla catorce horas al día para escribir algo que cumpliera con los estándares académicos: introducción, revisión de literatura, marco teórico, metodología, presentación de resultados, discusión y conclusiones.
La vida se volvió doctorado y el doctorado se volvió mi vida: no más aventura, no más espontaneidad: ritmo, rima, orden, tesis, antítesis, síntesis. Construcción dialéctica. Análisis, debate, conclusiones. Me cansé de escribir, me cansé de leer, me robaron todo el idealismo. Tuve que volver y pensar en una casa, en un perro, un auto, una moto. Cerca estuve de anular todas mis búsquedas y olvidar mi desprecio por esa vida "bien". ¡Qué fáciles somos los humanos! Nos aflojamos un poco el nudo de la corbata y la terminamos extrañando.
Por suerte un buen día te das cuenta que te engañas: tú no quieres morir sentado en una banca, ni en la cama como el abuelo. Cuando el cuerpo se afloja, afloran las enfermedades y las preocupaciones mundanas: eliges la calidad de la cadena que oprimirá tu cuello. Casa grande, deudas, más y más compromisos que te obligan a quedarte, comprar tus anteojeras y soñar con la vida desde el porche. Te empecinas con quedarte a toda costa, aunque a veces el espejo te diga que estás perdiendo tu forma original. Te pones un traje y hasta te gusta. ¡Pero si tú ya no eras así!
Paralelismos. Después de una difícil lectura de Decir casi lo mismo, de Umberto Eco y reflexionar sobre la importancia y peso de una traducción, que tal vez comente en otro post, me encontré con un clásico siempre pendiente: Al este del edén, de John Steinbeck. Vaya libro y en qué momento llegó.
684 páginas devoradas en menos de una semana (sábado y domingo; martes, miércoles y jueves). Un remake bíblico: Caín y Abel; Adam y Charles; Aaron y Caleb. Siempre los mismos, aunque las generaciones pasen. Del amor y odio de los hermanos; de las mujeres que comparten -o se quitan-; del pecado original, y de la moral y el peso social. La historia se repite o hacemos que se repita. Tal vez sólo hacemos los mismos personajes, los fomentamos y recreamos... El hecho es uno: el libro hace paralelismos de dos generaciones y nosotros, cuando lo leemos, hacemos sin duda paralelismos con nuestra vida. Los mismos que alguien más repetirá, cargado de memoria del subconsciente.
Lo primero que llamó mi atención fue la historia de los dos hermanos Trask que recogen a una mujer moribunda y la atienden. Adam y Charles después pelean por ella y aunque no la entregan a una casa de citas, el prostíbulo es tema recurrente. No es La intrusa, de Borges, pero el tema se parece tanto que uno se pregunta si hay alguna posibilidad de que el argentino hubiese tomado esta novela como inspiración. Yo digo que mucha. Tal vez soy iconoclasta y lapido a un escritor que me alimentó, pero me parece innegable: Borges, gran lector, utiliza con frecuencia la intertextualidad, aunque no siempre lo haya reconocido. El de Steinbeck es de 1952; el de Borges, de 1966. Ambos se enamoran de ella, ambos se distancian y la tratan como objeto. Paralelismo uno.
El resto del libro será la historia de los dos hermanos separados y haciendo su vida. Charles trabaja como animal solitario en su finca; Adam se va con la intrusa Cathy y procrean 2 hijos, que tal vez son de Charles. Duro, sórdido. Cathy, alguien que hoy llamaríamos mosca muerta, abandona a sus hijos, casi mata a su marido y lo deja en el completo abandono moral. Se va a la ciudad más cercana y después de haber conquistado a la matrona y conseguido que le heredara el negocio, convierte el burdel en el puticlub más obsceno de la ciudad. Mujer sin corazón, espectacularmente descrita por el autor, nos roba el habla y el respeto. Pero es fría, calculadora, inteligente. No querrías cruzarte con una mujer así en tu vida.
Si no fuera por Lee, el chino que tiene que hablar chino y llevar coleta porque así lo quiere ver la gente y sabe que es la identidad que esperan de él ("ellos esperan pigdin y pigdin es lo único que entienden. Pero si les hablase en inglés, no me escucharían, y, por lo tanto, no me entenderían."), los hijos no habrían sobrevivido el abandono materno y el desinterés paterno. Sam Hamilton, vecino del rancho será otro de los personajes que alimenten la historia: irlandés emigrado y siempre pobre pero lleno de orgullo y feliz por los diez hijos que son ejemplo de la comarca. No gana, pero cómo se divierte. Paralelismo dos.
En fin, es corto el espacio para copiar un libro. No quiero hacerlo, solo embarrarlo en la mente de mis lectores para que no lo pierdan de vista. Aquellos que lo leyeron saben que hablo de un texto moralista pero capaz de describir la dureza del viejo oeste y la historia de los pioneros de finales del siglo XIX y principios del XX. La llegada de la electricidad, del gas, del modelo T de Ford. Los que no se han acercado a él deberían hacerlo para ver cómo se trata la Biblia desde la creación del sueño norteamericano.
Y no me quiero quedar en una reseña. Quiero llevar un poco del libro a mi vida y a tu vida. Más allá de los personajes, la trama; más lejos de la trama, las reflexiones de Steinbeck en la construcción del libro. Inicié esta post con un epígrafe: Horace Quinn, el viejo sheriff que se ha eternizado en el puesto, reflexiona que a punto de jubilarse se le están terminando las ganas de hacer esas cosas que pensaba hacer cuando llegara al retiro: ya no quiere acampar, porque el piso estará frío; ya no quiere cazar un venado porque tendrá que cargar con la carcaza y es muy pesada. De pronto se da cuenta que está viejo y que esas cosas con las que soñaba ya no le interesan. El motor que lo alimentaba y le hacía querer su trabajo de pronto es una utopía mecánica ¿pavloviana?. Ya no quiere morir junto a la chimenea.... pero está viejo y no tiene muchas opciones. Resignación.
Ahí, justo ahí está el tercer paralelismo: los personajes de Steinbeck -salvo Aaron, hijo de Adam que despechado y loco decide enrolarse en la armada e irse a la carnicería de la primera guerra mundial- mueren de viejos o de enfermedades. Viejos y aburridos o enfermos terminales. Como en tu familia o en la mía. Como en la mayor parte de los casos.... como lo manda la sociedad: carne para la muerte, insumo de novela. Personajes sin más mérito que el de vivir y ser recordados en su burbuja, no más allá de ella. Sujetos invisibles, como los que seremos muchos.
El resto del libro será la historia de los dos hermanos separados y haciendo su vida. Charles trabaja como animal solitario en su finca; Adam se va con la intrusa Cathy y procrean 2 hijos, que tal vez son de Charles. Duro, sórdido. Cathy, alguien que hoy llamaríamos mosca muerta, abandona a sus hijos, casi mata a su marido y lo deja en el completo abandono moral. Se va a la ciudad más cercana y después de haber conquistado a la matrona y conseguido que le heredara el negocio, convierte el burdel en el puticlub más obsceno de la ciudad. Mujer sin corazón, espectacularmente descrita por el autor, nos roba el habla y el respeto. Pero es fría, calculadora, inteligente. No querrías cruzarte con una mujer así en tu vida.
Si no fuera por Lee, el chino que tiene que hablar chino y llevar coleta porque así lo quiere ver la gente y sabe que es la identidad que esperan de él ("ellos esperan pigdin y pigdin es lo único que entienden. Pero si les hablase en inglés, no me escucharían, y, por lo tanto, no me entenderían."), los hijos no habrían sobrevivido el abandono materno y el desinterés paterno. Sam Hamilton, vecino del rancho será otro de los personajes que alimenten la historia: irlandés emigrado y siempre pobre pero lleno de orgullo y feliz por los diez hijos que son ejemplo de la comarca. No gana, pero cómo se divierte. Paralelismo dos.
En fin, es corto el espacio para copiar un libro. No quiero hacerlo, solo embarrarlo en la mente de mis lectores para que no lo pierdan de vista. Aquellos que lo leyeron saben que hablo de un texto moralista pero capaz de describir la dureza del viejo oeste y la historia de los pioneros de finales del siglo XIX y principios del XX. La llegada de la electricidad, del gas, del modelo T de Ford. Los que no se han acercado a él deberían hacerlo para ver cómo se trata la Biblia desde la creación del sueño norteamericano.
Y no me quiero quedar en una reseña. Quiero llevar un poco del libro a mi vida y a tu vida. Más allá de los personajes, la trama; más lejos de la trama, las reflexiones de Steinbeck en la construcción del libro. Inicié esta post con un epígrafe: Horace Quinn, el viejo sheriff que se ha eternizado en el puesto, reflexiona que a punto de jubilarse se le están terminando las ganas de hacer esas cosas que pensaba hacer cuando llegara al retiro: ya no quiere acampar, porque el piso estará frío; ya no quiere cazar un venado porque tendrá que cargar con la carcaza y es muy pesada. De pronto se da cuenta que está viejo y que esas cosas con las que soñaba ya no le interesan. El motor que lo alimentaba y le hacía querer su trabajo de pronto es una utopía mecánica ¿pavloviana?. Ya no quiere morir junto a la chimenea.... pero está viejo y no tiene muchas opciones. Resignación.
Ahí, justo ahí está el tercer paralelismo: los personajes de Steinbeck -salvo Aaron, hijo de Adam que despechado y loco decide enrolarse en la armada e irse a la carnicería de la primera guerra mundial- mueren de viejos o de enfermedades. Viejos y aburridos o enfermos terminales. Como en tu familia o en la mía. Como en la mayor parte de los casos.... como lo manda la sociedad: carne para la muerte, insumo de novela. Personajes sin más mérito que el de vivir y ser recordados en su burbuja, no más allá de ella. Sujetos invisibles, como los que seremos muchos.
¿Cómo ser el Steinbeck del libro, y no uno de sus personajes? No sé, no tengo una fórmula, aunque la pienso. Tal vez la única opción sea la misma de siempre: ser escritor y no personaje; vivir y no ser contado; osar y no quedarse quieto; reinventarse y no temer salir de cacería o de pesca ahora que se goza de buena salud. Cargar el venado, ensuciarse, gozar la dureza del piso. Dejar de soñar con lo que puede ser y vivir lo que es. Sí, tal vez te reduzca años, te afecte el futuro, arriesgue tu vejez, sí... ¿Pero quién quiere morir con las manos bajo la colcha, solo y frente a la chimenea? Yo, no.
Steinbeck J. [1952] 2014. Al este del edén. Tusquets Editores. México. 684pp.
Biografía del autor: Nació en Salinas, California, en 1902 y murió en Nueva York en 1968. Tras dejar la universidad de Stanford antes de graduarse, ejerció oficios tan diversos como los de obrero agrícola, albañil o vigilante nocturno [...] Reportero durante la Segunda Guerra Mundial, periodista ocasional y guionista de cine (autor de, entre otros, el guión de ¡Viva Zapata!) [...] Premio nobel de literatura en 1962...
Sí, se puede.
Steinbeck J. [1952] 2014. Al este del edén. Tusquets Editores. México. 684pp.
Biografía del autor: Nació en Salinas, California, en 1902 y murió en Nueva York en 1968. Tras dejar la universidad de Stanford antes de graduarse, ejerció oficios tan diversos como los de obrero agrícola, albañil o vigilante nocturno [...] Reportero durante la Segunda Guerra Mundial, periodista ocasional y guionista de cine (autor de, entre otros, el guión de ¡Viva Zapata!) [...] Premio nobel de literatura en 1962...
Sí, se puede.
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