30.10.15

[Viajes] Guyana: de mezclas y gastronomía

Imagínate una mesa cuadrada que brilla.
Imagínala con cientos de pequeñas flores doradas con centro esmeralda, en un fondo rojo. Imagínatelas por millares, como estrellas. Mira cómo brillan desde la base de las patas y por todo el restaurante. Hay muchas mesas: veinte, treinta. Las sillas relumbran igual, y las lámparas, y la decoración. Es como estar dentro de un caleidoscopio. 

Luego imagínate un plato en un recipiente plateado. Dentro hay curry de borrego. Pica. Viene con un pan de ajo y aceite. Delicioso. Sabores, especias, olores. Es India, es Guyana. Es un restaurante famoso en la ciudad. El palacio del Marajá, Maharaja Palace, de la Sheriff Street. Qué nombres, qué mezclas. 


La chica de la oficina de turismo que simpática nos guía por nuestra burbuja de consultoría es otro lindo ejemplo del cosmopolitismo local: familia musulmán, hindú, de Barbados, católicos, portuguesa... Y dice que lo que más le place de eso es que siempre hay fiestas y puede ir de festejo en festejo. Guyana es un mundo tan distinto y tan distante. Uno de esos países que tuvieron su primer presidente en 1961 y se independizaron del reino británico. Hoy aún busca su espacio en lo heterogéneo: entre lo indio, lo amerindio, lo inglés, lo caribeño, lo amazónico, y los que siguen llegando... 

El restaurante que brilla está en el segundo piso, escondido entre puertas que no llevan a ningún lado o que llevan a negocios que de día funcionan y seguramente serán cavernas de Ali-babá: oscuras, llenas de diseños estrambóticos y tesoros. Abajo solo hay calle,  pero nadie te deja caminarla. "Es noche", "es de día", "está sola", "hace mucho calor". Siempre hay un pretexto.

Arriba, la mesa y el palacio brillan; abajo, el piso llora y la pobreza y el desorden ciegan. Es la estructura colonial: pequeños enclaves de luz y oasis de tranquilidad en un mundo de desigualdad.


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