Una amiga muy querida me invitó hace meses a acompañarla en su proceso (¿psico-?) doctoral. Para mí ha sido de enorme gusto, pues como no trabajo hasta el momento en ninguna universidad, me permite retornar a ese momento de mi vida en que leer tomaba más tiempo que la suma de cualquier otra actividad. Hace unas horas hablábamos del cansancio y hartazgo de leer. Me hizo pensar en un proceso que presento.
El asunto con el doctorado de otros es que me hace pensar en esos tiempos cuando podía crear y pensar en cosas que iban más allá de la búsqueda diaria del alimento para sobrevivir. Si hablamos de evasiones, el doctorado siempre fue una de las mejores.
Pero claro, el doctorado también tiene este asunto de exigencia extrema, como cualquier otro deporte o actividad que haces para llegar al grado máximo: es celoso, pide práctica diaria, un regimen de trabajo, te orilla a relacionarte con burbujas intelectuales y tiene prácticas específicas. Una de ellas es la lectura.
Comienzas con gran emoción y te quieres leer todo lo que está frente a ti. Nunca habías escuchado de Gramsci y vas a buscar sus libros; te topas con Hobsbawm y vas por él; te hablan de gesellschaft y gemeinschaft y vas al diccionario. Luego te dicen que las ontologías, las epistemologías y la dialéctica... y sigues buscando. Eres como una esponja en barra de cantina (bueno, es una analogía poco doctoral, pero sirve para recordar que sin alcohol es imposible sobrevivir un doctorado). Esa es la etapa de Lectura ávida y desorientada.
Después miras tus cinco libros pendientes en el escritorio y volteas a ver el anaquel de la biblioteca. Te entra una desesperación absoluta y enorme estrés. Tu vocabulario y charlas están plagadas de desánimo: del "nunca lo lograré" al "no entiendo", pasando por "yo no puedo con esto" o "por qué pierdo el tiempo leyendo estas tonterías". ¿Nada es suficiente? Perfecto, vas avanzando: llegaste a la desesperación intelectual compungida.
Pero te cansas y te dices que eso no es lo tuyo. Te das cuenta que una tesis tiene que sostenerse y "cerrar", no divagar. Entonces dices que no. Que no leerás más y que ya no abrirás un artículo nuevo porque ya leíste lo más cercano y que con eso tienes que construir tu teoría y tu tesis. O simplemente no lo harás. Bienvenido al hartazgo investigativo, una fase en la que las neuronas no dan cabida a otra teoría. Cierras todo y te largas a contar ovejas, vasos de vino o perros en el parque. Que se vayan todos.
Un día, regresas de la casa de una amiga a las 6AM y duermes. Despiertas a las 3PM, te metes bajo la ducha y de pronto la serendipia hace clic. La neurona 2'393,202 se conecta con la 5'383,182 y sientes un eureka: "¡claro, pero si el artículo que leí hace un año lo tenía, era la puta ANT!". Y entre medias mordidas a un sandwich y tragos de agua que cura la resaca repasas tus notas y ves la luz. "Lo tengo, lo tengo..." como decía el científico del pueblo a donde recaló Soledad, la de la película "El viento se llevó lo qué". Comienza así una linda fase de emoción y auto-adoctrinamiento en la que te dices que al fin estás comprendiendo lo que habías leído.
Enseguida repasas, investigas, regresas y buscas el mejor ejemplo, los conceptos que mejor se ajustan a tu teoría. Lees solo lo que te conviene y el círculo empieza a cerrar. Has encontrado tu teoría y tu dios. Ahora sigues sus pasos... y de pronto vuelves a caer: ¿Será realmente esto? ¿Y yo, qué aporto a esta mierda, si ya está todo escrito? ¿Se podrá adaptar a lo mío? Te vuelves crudo, selectivo y muy utilitario. Solo sirve lo que te hace sentido: han pasado dos años y bueno, la beca se acaba. El camino es largo, más vale cerrar esto de una.
Y listo. Avanzas y dejas la fase de lectura para hacer una inmersión -con traje de buzo, tanque de oxígeno y unas cuantas salidas al bar más cercano, para estirar un poco el esqueleto y poner químicos al hígado o a los pulmones- en la escritura. Horas nalga, más horas nalga. Escribir, transcribir notas y terminar. Terminada la fase de lectura, bienvenida la fase de escritura... y meses después, lo pariste: tienes el documento y lo entregas para revisión y eventual aprobación de defensa. Te sientes libre, flotas. Existe el cielo, el sol, los amigos, la familia. Y en el abandono absoluto posdoctoral no quieres saber más de los libros. Hasta leer tu WhatsApp te da pereza.
Y el tiempo pasa, pero no, no puedes con eso: si vives de leer y de escribir. Un día te levantas, te lames las heridas y te das cuenta que has incorporado la lectura (y no cualquiera: la de los artículos y libros académicos!) a tu vida... así que te preguntas qué artículo escribirás porque te sientes un poco aburrido y falto de ejercicio intelectual. Estás de regreso a la normalidad. ¡Bienvenido, te has curado! ... o simplemente quedaste académicamente infectado.
No te preocupes, siempre hubo vicios peores.
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