9.2.17

[Viajes] Un viaje más al desarrollo: Rupununi, Guyana, Sudamérica. Parte 1

El que sigue es la primera parte de un relato de un viaje por Guyana. No un viaje típico, sino uno de esos en los que trabajas viajando, o viajas trabajando. De esos que te hacen pensar sobre lo que haces y los impactos que dejas en el camino, en un país sui generis por muchas cosas: independiente hace apenas cincuenta años, de habla inglesa en la inmensidad del portugués y español del sur del continente y que además ha comprado toda la apuesta del "desarrollo" con bajo consumo de carbono. ¿El resultado? Un melting pot de colores que piensa en verde... Lo que resulte de esto está aún por verse, pero por lo pronto, algunas reflexiones del camino. 

Entre los días 24 de Enero y el 1 de febrero tuve la oportunidad de participar en un taller que nos permitió evaluar la pertinencia de un manual que hemos desarrollado para pequeños emprendedores rurales. Este trabajo nos llevó primero a Georgetown -su capital- para una breve escala técnica y después de ahí nos trasladó a la región 9, el Rupununi, casi en la frontera con Brasil, donde tuvimos oportunidad de recorrer varios emprendimientos en cosa de cuatro días y medio, partiendo desde Lethem, la capital regional. Éste sería el equivalente al relato no formal o lo que podríamos llamar el informe alternativo, ése que no encontrarás en el anuario de nuestro contratante. 

Por su dimensión y el alcance que pretendo dar, saldrá en un par de entregas, pues son muchos los temas que me interesa tratar: el viaje, las actividades y las reflexiones obtenidas. Espero lo disfrutes. 

Entrega 1: el viaje y el aterrizaje en el mundo del desarrollo
Estamos de nuevo en esta avioneta de 16 plazas. El aire, caliente, me da la sensación de atún en lata dejada al sol. Caliente, caliente, como el horno que arranca y poco a poco sube de temperatura con una cubeta de agua adentro. La humedad del ambiente y los treinta y tantos grados nos remiten sin duda al Caribe, a la selva, al Sur...

Después de avanzar unos metros y a punto de despegar, el avión da media vuelta y nos devuelven al aeropuerto. "We have a failure in the left wing. In will take a few minutes to fix it".

Después de un largo viaje que incluyó una tensa noche en Panamá con tres cambios de habitación y dos de hotel, todo puede pasar en Guyana. Incluido el cambio de avión, un interrogatorio en migraciones y un bed and breakfast de una mujer de ascendencia india de lo más lindo. Todo puede pasar, acá, sin que siquiera lo notes.

Guyana es un país extraño, diferente. Raro, totalmente fuera del mainstream de la vida citadina urbana occidentalizada. A veces me hace pensar en Asia, otras en el Los Ángeles de Ridley Scott. Por caótico, por su saturación de símbolos, por el bombardeo emocional en que te sumerge. 

Tengo tantas ganas de venir de visita, y no de trabajo. Podría pasear por sus calles con canales y parquímetros. Parquímetros asignados a una empresa mexicana que se lleva el 90% y le deja el resto al Gobierno municipal. La ciudad con parquímetros modernos pero sin banquetas. El Caribe selvático, hindú, budista, musulmán, amazónico y de habla inglesa. Habráse visto algo así antes? 

Uno no sabe si de acá saldrá el próximo mundo heterogéneo y mezclado, o si será por siempre Babel. El sitio de las mil lenguas y escasos acuerdos. Una personalidad que se forja de la mezcla cultural: ¿Estado moderno o sumatoria de extractos de culturas milenarias? En Guyana conviven tantos olores y colores como los hay en la selva amazónica. Por acá pasaron los holandeses, Lévi-Strauss, los británicos y los parques tienen manatíes en pequeños lagos artificiales. 

Una hora después, el avión está listo. Abordamos y en cuestión de minutos tomamos pista, levantamos el vuelo y pronto comenzamos a sobrevolar una Georgetown cuadriculada y verde con tierra roja. Esperemos que el dichoso alerón funcione correctamente porque Dios -¿quién es ése?- debe estar tan ocupado con Trump que no mira pal Sur.

Durante una hora sobrevolamos un espeso bosque verde cubierto parcialmente de nubes. Algunos ríos se atraviesan en el camino, zigzagueantes y anchos, erráticos y dubitativos. A veces pareciera que quieren volver, para no encontrarse con los extractores ilegales de oro. Pero no, simplemente continúa, con todo y sus remordimientos.

Lethem es una ciudad fronteriza. Brasil y Guyana comparten frontera, aunque no idioma ni complejos o sueños. Brasil, o mais grande do mundo; Guyana sobrevive a los embates del discurso de la cooperación internacional sobre el desarrollo y a la sed de Venezuela por los terrenos del oeste. Un pequeño y joven país, el único de habla inglesa en la Amazonía, en pleno proceso de construcción de su identidad.

Aterrizamos en una pista de tierra, entre saltos y sobresaltos. Hasta llegar al extremo del aeropuerto, donde se abre la puerta-escalera que nos libera y proyecta al calor húmedo de la selva y la sabana del mal llamado "hinterland": tierra adentro, outback, patio trasero, espacio colonizable y tierra amerindia. Ese espacio al que nadie quiere llegar. O sí. Quieren llegar los que van a visitar a su familia, los que nacieron ahí y los aventureros. Lethem es importante porque ahí llegan los brasileños de Boa Vista a comprar productos importados baratos. No hay mucha comida, aunque sí muchas especias: pollo al curry, pollo con especias, pollo con... 


Después de una reunión de un par de horas nos disponemos de nuevo a partir. Esta vez en la nueva camioneta Toyota 4x4, con dirección a Bina Hill, un instituto reconocido por su éxito en la formación de profesionales locales. El camino no tiene pavimento y avanzamos sobre tierra roja, entre la sabana amazónica. Decenas de nidos de termitas de un metro veinte de altura y sesenta centímetros de diámetro bordean el camino y en ocasiones la camioneta toma pequeños atajos que aparecen de la nada. No hay un solo señalamiento: si estuviéramos solos, seguro terminaríamos perdidos. 

Hacemos un poco de trabajo de recojo: nuestro pequeño camión de treinta plazas inicia con ocho, luego doce y llegaremos a Bina Hill, un par de horas después, con unos quince. Listos para hacer la sesión inicial y de bienvenida. 

(Continúar leyendo la parte dos, click aquí

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