México es una nación adolescente: hace apenas doscientos años que somos país y no más de sesenta años que la mujer tiene derecho al voto, es decir, que todos los mexicanos mayores de dieciocho años podemos participar en la elección de nuestros representantes de gobierno. Comparado con los 718 años que tiene de existir la Confederación Suiza (fundada en 1300), hasta me atrevería a decir que somos unos niños, pero el asunto es que ya podemos tomar decisiones y más o menos navegar solos por el concierto de las naciones. Somos entonces un país joven que, ante el cambio político de 2018 se encuentra de nuevo frente a un reto. Quiero explicar por qué creo que tenemos que ir por el centro.
Comenzaré por hacer una analogía: hace una semana hicimos un viaje tres motociclistas hacia la costa. Para quienes no lo conocen, el camino hacia Puerto Escondido desde Oaxaca se compone de unos 350 kilómetros de curvas en su mayoría. Yo había recorrido varias veces esa ruta, el segundo motociclista no la había hecho en moto, pero la conocía y además tiene práctica de conducción, porque sale casi semanalmente desde hace más de dos años. Debo agregar que varias de esas salidas las hemos hecho juntos, con lo que sabemos cómo maneja cada uno. El tercer motociclista se anexaba por primera vez al equipo, tenía unos meses de haber subido de vuelta a la moto, tras un fuerte accidente y no había recorrido ese camino en dos ruedas.
Al inicio lo dejamos al final de la fila. Avanzaba lento pero seguro, sin embargo, no me sentí cómodo con dejarlo atrás porque corría riesgo, pero además –en la visión más pragmática– nos retrasaba y hacía que tuviéramos que dejarlo o parar para esperarlo cada tanto. Después de parar a comer, sugerí ponerlo en medio: yo a la cabeza y el segundo motociclista, detrás. Esto permitió que el tercer motociclista tomara confianza y siguiera mi trazo (que no es para nada el mejor, pero al menos conocía el camino). Yo avanzaba, lo esperaba y me aseguraba de que tomar el ritmo del equipo. Llegamos un poco después del tiempo que esperábamos, pero llegamos seguros, contentos, y lo más importante, juntos.
¿Qué tiene que ver esta analogía con el cambio, la política 2018 y nuestra adolescencia como país? Pues todo y nada: en los años que vienen habrá muchas personas con experiencia en puestos clave, otros con ánimo pero sin experiencia, otros sin ninguna de las dos... y otros con ambas. ¿Cómo le hacemos para que el país funcione?
Si seguimos dejando atrás a los que ya están atrás, haremos que el país se estanque, porque es un peso que tenemos que soportar entre todos. Sí, avanzarán algunos, pero habrá más desigualdad y resentimiento social y ¿sabes qué? los humanos, aunque nos cueste trabajo reconocerlo, somos seres sociales, convivimos y aunque discutamos, estamos mejor cuando cazamos mamuts juntos. Si, por el contrario, los ponemos al frente, frenarán todo el impulso, en lo que toman la experiencia. No, tampoco me parece la mejor idea.
Desde mi punto de vista, lo conveniente es ponerlos en medio: si logramos incrementar el ritmo promedio lograremos avanzar juntos. Eso implica, por supuesto, que los de adelante tengan que frenar su velocidad, claro, pero también que los de atrás estén respaldados y no sean una carga, sino parte del equipo. Si atrás van algunos que son buenos y cuidan que nadie se quede, llegará un momento en que todos tendremos un mejor paso.
Nada de esto es sencillo: requiere análisis, observación, pruebas, errores y muchas ganas de aprender. Lo importante es tener la meta clara, como anotó el escritor León Felipe hace casi 100 años:
"Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo,
Porque no es lo que importa llegar solo ni prontoSino con todos y a tiempo.”
Al mismo tiempo –y tal vez lo más complejo– implica que comencemos por buscar acuerdos, por encontrar espacios para la negociación y el debate. Siempre he insistido que es imposible tener un árbol sano en un bosque enfermo: si nuestro país no arregla sus asuntos de corrupción, desigualdad, injusticia, falta de educación y nulos espacios de intercambio de ideas (¿les suena el "porque soy tu padre" o "de política, fútbol y religión no se habla en la mesa, hijito"), entonces nunca lograremos dar el salto cualitativo hacia un mejor país... pensando que las mejores naciones son aquellas que tienen menos extremos en la línea de vida, es decir, menos súper pobres y menos súper ricos.
Sueño que en el camino, en esas mesas de intercambio, podamos preguntarnos qué es lo que esperamos como país, qué significa el desarrollo y qué México queremos para 2030 o 2050. Será también necesario preguntarnos si queremos seguir viviendo bajo el dominio del dinero o si podemos encontrar espacios en el camino para vivir bien, con calidad humana, sin que los billetes sean la zanahoria y las deudas el garrote. Tenemos que aprender (o re-aprender) que también una tarde bajo el árbol, un libro a la sombra, un huerto familiar, o una caminata por la montaña, son logros, y que son una forma de respetarnos y querernos.
Tengo la esperanza –a pesar de que las redes sociales nos llevan a escribir sin pensar y a exacerbar los ánimos de la polarización social– de que somos capaces de crear esos espacios desde nuestro pequeño grano de arena, desde nuestra ventana de comunicación personal. Aprendamos a opinar positivamente y a construir sobre lo que otros dicen, en lugar de lapidar los pequeños esfuerzos de otros.
Solo así lograremos un mejor México.
PD: León Felipe, nació en España y murió en México. Su vida azarosa y bohemia lo llevó a vivir en la calle, pasar tiempo en la cárcel y muchas tristes historias. Era, como muchos de los que han destacado en la vida, un migrante. Lo recalco con tristeza, en estos tiempos en que vemos al "otro" como un extraño y no como un hermano que se mueve por necesidad.
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