Cuando viajo tomo notas. Tomo otras cosas, pero lo que más tomo son notas. A veces lo hago en el celular, otras en pedazos de servilletas, en ocasiones grabo audios, hago fotos o vídeos. Me he encontrado notas en la billetera o en una libreta después de años. Pero la vida pasa más rápido que las historias que quieres contar. En mis treinta me dije no era todavía el momento de sentarme a escribir, sino de continuar levantando información.
Luego llegué a cuarenta y pensé que tal vez era tiempo de contar algunas –¿Qué tal si me muero y nunca las escribo?– así que puse varias en papel: cuentos, relatos, una novela, ensayos... el Blog del Andaryego, que me acompaña desde 2006 se ha ido llenando poco a poco, poro a poro. Ahora, a la mitad de la cuarentena (por doble partida: la impuesta por el gobierno y la de los nueve lustros de existencia), siento que hay que jugar a las dos cosas: vivir mientras rescatas pensamientos y los pones a la vista de los demás.
En febrero de 2019 hice un viaje de tres días en el que aprendí mucho de la vida y del campo profundo: visité Yosondúa, en la mixteca oaxaqueña. Hoy me dispongo a contarte acerca de esto. ¿Tienes las maletas listas? ¿Tienes el ánimo de seguir los pasos del andar y del ego?
Los personajes
Los azares de la vida no existen, ¿no? La vida es una construcción que haces minuto a minuto y paso a paso, la mayor parte de las veces, sin darte cuenta. Meses atrás conocí al Capi, una persona de cuya existencia supe tres o cuatro años antes. Su biografía hablaba por él mismo: uno de los impulsores del turismo en los Pueblos Mancomunados (en su momento, hoy con muchas dudas al respecto), capitán de avión retirado y converso a la permacultura.
Un día Fernando me dijo que el Capi necesitaba una web, así que me lo contactó y nos entrevistamos. Para mí fue como... Iba a escribir "Oriana Fallaci entrevistando al Dalai Lama", pero creo que mi paralelismo no ha lugar, aunque confieso que mi emoción era grande: conocería a uno de los creadores de un concepto pionero de turismo rural comunitario en América Latina. Me parece que la estima fue mutua y ahí comenzaron una serie de colaboraciones... Pero no nos pongamos nostálgicos, que aún no llego a los cincuenta.
Mientras hacíamos la web llegó febrero y el Capi me dijo que habían buscado a su papá personas de Santiago Yosondúa porque querían hacer un centro cultural y dado que él es arquitecto (su papá), pensaban que podría ayudarle.
-Vamos a ir a Yosondúa, doc, ¿nos acompañas?
Tuve las bolas de decir que lo iba a pensar, pero un par de horas después, luego de haberme regañado a mí mismo, le comuniqué que por supuesto que iría, que sería un gusto. Lo que no sabía aún era que su papá, el Arqui Ruiz era el personaje que hasta tiene su nombre en una placa de una calle de los Pueblos Mancomunados: el Capi había operado y el Arqui había articulado y apoyado, porque en los años noventa fue secretario de turismo de Oaxaca. Hasta él había llegado gente de la Sierra Norte, donde se localizan los Mancomunados y ellos sí habían creído en la propuesta de hacer senderos en la montaña, para gringos caminantes y ciclistas. Lo quieren y respetan tanto los ancianos de la Sierra que han forjado una amistad de años. Eso es vivir para ayudar.
La historia de los Mancomunados amerita un libro y tal vez algún día me animase a hacerla con alguno de sus originarios, pero en fin, volvamos a Yosondúa...
Así que el 19 de febrero nos encontramos en la salida de Oaxaca con un homónimo del Capi y dos personas más: Don Victoriano y el Licenciado Napoleón. Dirección: Santiago Yosondúa, a unas 4 horas de camino.
El viaje
Íbamos en dos autos. Bueno por un lado porque pudimos charlar entre nosotros y yo enterarme que, entre otras cosas, el Arqui había trabajado en Yosondúa en la época en que Lázaro Cárdenas estaba el cargo de vocal ejecutivo de la comisión de la Cuenca del Río Balsas. No tengo claro si él mismo trabajó con Cárdenas (entiendo que sí), pero lo que comprendí es que había colaborado en la selección del terreno donde después se construiría una de las escuelas de Yosondúa. Para el Arquitecto, volver a esta tierra después de años, era un viaje a su propio pasado. Y yo feliz de asistir.
El lado malo es que no tenía forma de enterarme quiénes eran los personajes del otro auto, salvo, tal vez, que uno de ellos había contactado al arquitecto para solicitarle apoyo y que él había accedido en visitar y hacer una propuesta. Tuve que esperar hasta Tlaxiaco, donde paramos a comer, para conocerlos.
El arquitecto y don Victoriano, Tlaxiaco |
Don Victoriano, un hombre en la octava década de su vida, es originario de Yosondúa. Sus anécdotas son interminables y es un viejo sabio. Habla cuando debe hacerlo y calla la mayor parte del tiempo para escuchar. Junto con el licenciado Napoleón, de quien es amigo desde hace años, han trabajado tanto como les ha sido posible para apoyar al pueblo. Durante esos tres días nos dejará más que claro cómo es que mantiene su buena salud: comiendo sanamente, haciendo cosas positivas y caminando. Es un hombre lleno de energía, de fuerza mental. Nos cuenta que en el pasado, de niños y jóvenes, tenían que caminar horas para llegar a Tlaxiaco –no existía un medio de transporte público– y días para llegar a Oaxaca. A él le encantaba salir caminando hasta donde pudiera. Una de sus anécdotas es que caminó desde Yosondúa hasta la Ciudad de Oaxaca, solamente para conocerla y visitar. Dos días después se volvió tal como había llegado, a pie.
El licenciado Napoleón es el otro de los anfitriones, tal vez el principal. Años atrás, salió a la Ciudad de México y fue de esos afortunados que lograron pasar por una universidad –la UNAM, además– para estudiar Relaciones Internacionales. Esto le llevó por Europa, donde fue consejero cultural o algo así, y con el paso de los años, decidió ir de regreso a su tierra, con el objeto de trabajar también en ella. Es una de las cabezas de un patronato de rescate cultural que en años recientes logró conseguir el apoyo de la fundación Harp para reconstruir una capilla del siglo XVI. Ahora están en búsqueda de fuentes de financiamiento para construir un centro cultural y poner en valor un molino de trigo que funciona con la fuerza del agua. Su casa, llena de plantas y verde, es un lindo oasis que visitamos entre las varias actividades que hicimos en el pueblo.
Santiago Yosondúa
Si las experiencias de viaje carecen de energía y magia, no deberían llamarse viajes, sino historias enlatadas, como las que nos quieren ofrecer con el COVID: envueltos en plástico y químicos. Por suerte eso no pasará (aún) y la voracidad del humano capitalista se topará –por ahora– con resistencias como la de sitios como éste.
Santiago Yosondúa está a unas dos horas de Tlaxiaco, sierra adentro. Es uno de los cientos de Macondos que tenemos en América Latina –o el mundo– en los que el tiempo lleva otro curso, donde las palabras tienen diferente peso, sitios que aún construyen su resistencia al aparato del dinero. Porque hoy, en esta posmodernidad de los mundos líquidos, los tiempos sólidos subsisten: no hay tal cosa como un mundo homogéneo, no han logrado construir el manto que nos cubre a todos por igual.
Con sus 2300 metros sobre el nivel del mar, es fresco. Hacia las ocho de la noche tuve que correr en busca de un sitio para comprarme una chamarra. La conseguí en una tienda de ropa usada. Pagué trescientos o cuatrocientos pesos y me hice de una que me trajo memorias del abuelo Samuel: de franela gruesa, a cuadros azules, con botones. Me sentí él, en su sillón, cómodo, observando al mundo y leyendo. Dejando pasar al tiempo. La uso aún en las noches de cine en la pared, que proyectamos una vez por semana.
El poblado fue fundado en la época de la Colonia, aunque ya existían asentamientos humanos antes. Es de los pocos lugares donde se produjo trigo en la época –justo en 1789: mientras los franceses clamaban por pan y tomaban La Bastilla, acá se comenzaba a moler el trigo–. Con él se hacía pan y harina. Algún monje, sacerdote o español avecindado tuvo la ocurrencia de usar la fuerza del río para construir molinos impulsados por ella. Construyeron tres o cuatro. Hoy solo queda el emplazamiento de tres, el cuarto sigue funcionando. Ahora lo quieren rescatar, poner guapo y emplearlo como fuente histórica, de identidad y tradición. Dicen que a don Harp le gustó el pueblo y su gente, así que hace unos 8 años financiaron la reconstrucción de la capilla (documento-memoria acá) y ahora están trabajando en la restauración de un coro en el centro. Huele a aires de reconstrucción cultural. Fuerza mixteca.
Las casas más antiguas son de madera, de una hechura particular. Resistentes, fuertes. No quedan muchas en pie porque un incendio las destruyó en una noche de 1914, pero las que subsisten dan una clara muestra de la arquitectura de la época. El resto son contemporáneas: cemento, láminas, concreto. Su palacio municipal es grandilocuente y de 1917... constitucionalista, pues. En el palacio vimos cientos de costales de fertilizante, listos para ser regados en los campos y llenarnos el cuerpo de químicos: ¿acaso no entienden las autoridades que necesitamos otras técnicas de cultivo? ¿Por qué insisten en alimentar a don dueño de Monsanto?
Si haces clic sobre la imagen, podrás ver algunas de las fotos que capturé en el viaje.
Las noche que dormí ahí fue utilísima para reflexionar, porque justamente esos sitios lo permiten: cuando podemos escaparnos de nuestra básica cotidianidad es el tiempo que aprovechar para pensar "fuera de la caja", más allá de esa cuadratura en la que nos metieron en la escuela, o en nuestro grupo social. ¿No te parece que deberíamos escuchar más y hablar menos? ¿Que deberíamos cuestionarnos los cánones de "desarrollo" y "productividad"?
Yo me preguntaba por qué dos personas de más de ochenta años querrían cambiar a su pueblo. Pero sobre todo me preguntaba cuál sería el modelo que querrían seguir. Recordaba –como lo hago siempre– mis clases de sociología y me decía que efectivamente cada uno de nosotros intenta usar el poder para sus propios fines: y no es que sea malo, es solo que son nuestros fines. Cuando los fines sean comunales, tal vez no solo sean mejores, sino más útiles.
Aún hoy que escribo esto me cuestiono qué derecho tengo yo de contar sus historias, de pensar en sus intereses, así que intento sobrevolar esa parte, pero no puedo dejar de plantear, al menos, las preguntas que me hice y las notas que tomé:
"Esta gente vieja de los pueblos tiene tanto, sabe tanto... ¿por qué quiere cambiar? ¿Por qué quiere hacer cosas?"
Energías, equipos, señores de 88 años. Camina, anda por todos lados sin problemas. La vida en el campo / Apoyar con lo que sabes y querer aprender lo que ellos tienen, con el animo de cuestionarnos todos / Vencer los miedos y soltar y caminar
Ósea, ¿los problemas personales son solo cuestión de la modernidad y los viejos no sienten nada?
Deberíamos invitar a un yosunduense a dar un curso de capacitación y de motivación personal..."
Visitamos la cascada, el puente colgante que hicieron con el apoyo de CDI y las cabañas –las famosas cabañas que CDI plantó en todo Oaxaca, en todo el sur, en todas las zonas rurales del país, en todos los proyectos que llamaron ecoturísticos, en lugares que todavía nos atrevemos a llamar "pobres". Nuestros elefantes blancos locales: buena voluntad, ganas de cambio, pero transformación sin cabeza del espacio. Historias de seguir y copiar el modelo occidental. ¿Hasta cuándo seguiremos repitiendo los mismos errores?
Vimos, al llegar al pueblo, un camino de ahuehuetes milenarios que bordeaba el río. ¿Cuánto tiempo les queda antes de que un loco quiera usar su madera para algo? ¿Estarán pensando en proteger el río de la contaminación que emiten los que viven más arriba? ¿Estarán pensando una forma de protección ambiental o preparando un plan de ordenamiento territorial?
Yo sentía, mientras caminábamos o recorríamos el camino en el auto, que había perdido toda mi plasticidad: mi habilidad para transformarme y dejar de vivir en una ciudad: "He perdido toda la elasticidad, la tranquilidad, estoy preocupado por la lana y por esa seguridad. Hay algo que no está chido. ¿Cómo liberar? Necesito liberar en Oaxaca... me preocupa más la renta y esas cosas... ¿Dónde está el puto salto cualitativo que tú quieres dar? ¿Es la escritura?
El fin del camino
El capi voló su dron sobre el pueblo y logró hacer un video que podría servir para el plan de ordenamiento territorial. Además, hizo un levantamiento sobre el terreno donde se pretende construir el centro cultural. Pensamos que podría hacerse con bambú, con el que el capi tiene experiencia en construcción.
Yo me arrepentí de no haber podido grabarlo todo, en particular a don Victoriano. Me dije que tendría que viajar más seguido y encontrar el modo de hacerlo. Pensé –una vez más– que mi vida está más allá de donde me la imagino, fuera de mi linda caja de zapatos rojo con blanco.
Meses después el licenciado Napoléón y un colega suyo, el Lic. Abundio, me regaló una entrevista en el programa de Ires y Venires. Nos hablaron de nuevo de su cascada, de cómo ésta también señala un camino que permite bajar hacia la costa, siempre empleado como medio de comunicación para el intercambio comercial entre el mar y la sierra.
Al final de mis notas, encuentro estas palabras, que sin duda expresaron lo que sentí en ese momento: "Paz, chavo. Paz".
Les dejo un video de don Victoriano, y un audio que alcancé a capturar.
NOTA al calce (al 22 de mayo de 2020): en mi curiosidad por la visita del Ing. Lázaro Cárdenas a Yosondúa, me dediqué un rato a googlear si habría alguna nota o documento al respecto. Quiso la suerte que me encontrara con que el Instituto de Verano había hecho un libro llamado "Cuando Cárdenas visitó nuestro pueblo", en el que se contaba este episodio en la historia local. Lo pedí y muy gentilmente me hicieron favor de compartirlo, autorizándome también a ponerlo a disposición de quien guste leerlo. Acá se los dejo.
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