Roboceno
Cuando lo más cercano a un beso es devorar un mango con ansia,
lo más parecido a un abrazo es el roce de la esponja con tu propia piel,
y lo más cercano a una fiesta es una llamada a través de la pantalla,
es el momento de preguntarte qué hiciste mal.
Cuando lo más similar a la agricultura es cultivar en una maceta de balcón,
hacer el viaje de tus sueños desde un cómodo sillón,
y la comida más sabrosa viene en lata, conserva o motocicleta,
ha llegado el tiempo de hacer algo. Algo.
En el momento en que nos impulsa el miedo, y no la esperanza,
cuando miras al vecino con temor, a tus apegos con adoración,
es cuando te das cuenta que la era de la humanidad ha terminado,
y entramos de golpe a la del robot, al roboceno.
¿Dónde quedó la libertad?
El derecho al abrazo, al sexo, al viaje, a la pasión,
el respeto por el error, por el desacuerdo,
el privilegio de fallar, de partir, de abandonar, de volver a comenzar.
Aún podemos cambiar
Lo más triste es que esta deshumanización comience a ser normal. Maldigo la explosión demográfica que nos trajo a la persona número ocho mil millones, a la política social de los números: ser un código, una identificación, un formulario, una cuenta bancaria que llenar.
No es que nos falte un Dios, tampoco que nos falte un corazón o carezcamos de sueños: es que nos falta humanidad y nos sobra soberbia e individualismo. “Mi familia, mis amigos, mi trabajo, mi actividad…” ¿Y cuándo vimos al mundo y sus necesidades? ¿Cuándo nos cuestionamos si solo estamos aquí para traer niños, escribir libros y buscar reconocimiento?
¿Pasaremos del “yo” al “nosotros de la sociedad”?
Sí, el mundo va a seguir: nos pondrán cubrebocas, nos van a cuarentenar con más frecuencia, la RAE aceptará nuevas palabras: segurhigiene, vigilapp, termometrar, saniticuidar, roboceno. Nos van a vacunar y dejar salir por días, según el último dígito del documento nacional de identidad… ¿Eso es lo que queremos?
Yo no. Me rehúso a pensar que esto es el futuro. Seguiré, hasta el límite de mis fuerzas, insistiendo que no tiene que ser así, que nuestra tarea es ser parte del ecosistema, y no sus dueños. Podemos crear nuevos trabajos para regenerar la salud del planeta: recuperación de ríos, sustitución de energías, producción de alimentos sanos, redistribución económica, salud universal…
Podemos dejar de pensar en acumular y ponernos límites al crecimiento. Tenemos que pasar de una política de “desarrollo” creada para un mundo de 3’000 millones de habitantes a una de contención para los 10'000 millones que seremos antes de 2030. Es necesario comprender que los recursos del planeta tienen un límite y los hemos venido hipotecando por años. Es tiempo de regenerar, reconstituir y recuperar. Seguramente la humanidad, en un futuro de mediano plazo y con nuevas técnicas, podrá retomar nuevas búsquedas.
Nuestra generación llegó en el momento final de la explotación, con los recursos agotados, depletados, con una humanidad que no comprende que no entiende. Urge ir en otro sentido:
Solo es cuestión de poner a ambos, soberbia e individualismo,
en una botella virtual y mandarlos por el mar digital.
Que nos recuerden lo que fuimos un día,
cuando estemos felices,
gozando de la playa, el sol, el viento, la arena, y el amor.
Solo es cuestión de poner a ambos, soberbia e individualismo,
en una botella virtual y mandarlos por el mar digital.
Que nos recuerden lo que fuimos un día,
cuando estemos felices,
gozando de la playa, el sol, el viento, la arena, y el amor.
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