Mientras hoy todos hacen sus cartas a Santa Clos Obrador, yo quiero contarles lo que pasó ayer en una casilla, la 525 contigua, ubicada en el barrio del Ex-Marquesado, en la ciudad de Oaxaca. No les hablaré con fervor político, sino con pasión ciudadana. No les contaré lo que ya saben, acaso trataré de describir lo que muchos habrán vivido y me gustaría que no dejáramos ir de nuestra memoria.
6:45 AM
Me despierto después de una fiesta que debió terminar a las 8PM pero se prolongó hasta las 3. Estoy cansado pero tengo la responsabilidad de llegar a las 7:30 para observar el proceso de apertura de casilla y representar al partido que me invitó a ser parte de su ejército de vigilantes. Fui invitado unas cuatro semanas antes y con escepticismo animado (válgaseme el oxímoron de la complejidad humana) dije que sí, que apoyaría el cuidado de casillas. Nuestra capacitación fue como un sándwich de escuela: una embarrada de ley-mayonesa, una rebanada transparente de procesos electorales y un chile en vinagre de actas de incidencias. No sabíamos muy bien qué esperar.
7:30 AM
Llego al lugar. El estacionamiento de un hotel. No hay casi nadie y todos los representantes nos miramos como queriéndonos preguntar cosas, pero con el miedo de ser tachados de ignorantes. Preferimos esperar. A las 7:50 llegan los presidentes, secretarios, escrutadores y la gente del INE-IEEPCO. Tardan mucho en armar las mamparas, las casillas, las mesas... parece que también les dieron capacitación en sándwich. Y no podemos meternos, no podemos ayudar. Esperar y nada más.
8:55 AM
Abre, al fin, la casilla. Hay dos: básica y contigua. Cada una tiene unas 500 boletas de cada elección (son cinco votos: presidente, senadores, diputados federales, diputados locales y presidente municipal). En la mía sí acordamos rubricar boletas para asegurarnos que no haya de más; en la casilla básica, no. Un representante de partido firma cada bloque. Las mesas están listas. Todos nos vemos como bichos raros y especímenes contrarios en la teoría de la evolución. No hay animadversión, solo curiosidad, como cuando dos niños se conocen en el parque. Cuando abre la casilla, habemos unos 8 representantes de partido, más la mesa electoral con su presidente, dos secretarios y tres escrutadores. La gente comienza a presionar, ya hay una fila de unos 30 por casilla. Inicia la votación.
10:00
Esto no ha parado. La gente llega constantemente, aunque no se generan filas de más de 25 en el momento más largo. Se agotan las primeras 100 boletas, seguimos firmando bloques. Yo pienso que si cada uno tiene cien, ya estamos en el 20% de participación, luego en el 40% y comienzo a pensar que sí, puede ser una votación histórica. A esa hora, la chica de la encuestadora Parametría lleva 20 encuestas, de 60 que tiene que levantar. Nos traen un desayuno: sándwich con jamón, queso, mayonesa, una Pepsi y algo de pasta. La analogía vale: está más completo de lo que esperaba.
12:00
A las 11 se comienza a cuchichear que hay reportes que dicen que AMLO va alto. Yo callo. Sé que las encuestas de salida no pueden ser ciertas antes de las seis de la tarde. Otros mandan por WhatsApp una gráfica en la que PRI y Morena irían empatados. Duda, curiosidad. Cuando baja la afluencia, algunos nos acercamos a votar, pensando que se podrían agotar las boletas. Ya hay rumores de que las casillas especiales están saturadas. A las 11:40 se hace un primer bajón en el flujo, pero no dura más de diez minutos. Se mantiene hasta casi las dos de la tarde.
15:00
A la una de la tarde teníamos ya el 50% de votantes. Mis cálculos decían que si llegábamos al 60%, no habría forma de parar esto. Pero el flujo continúa y se comienza a poner cada vez mejor. Llegan familias con hijos, abuelitos con el nieto, un señor invidente remolcado por un pequeñín de unos diez años. Señores de edad avanzada que llegan a paso lento y que pronto nuestra escrutadora hace avanzar a la primera línea para que voten más pronto. Los bloques de votos siguen bajando. Firmamos otros cien y comenzamos a preguntarnos si el cálculo de 60% no se habrá quedado corto. Una señora llega a la mesa y presenta su credencial: su nombre, Patria, me hace pensar que esta elección será inolvidable.
17:00
Nervios. Mis cálculos dicen que estamos en el 65 o 70% de votación. Es una jornada distinta. Llega una señora de unos ochenta años acompañada de su hija de sesenta. La señora viene en su andadera y avanza lentamente pero sonríe. Quiere votar. Dos viejos compadres se acompañan: uno trae bastón y el otro se sostiene de su brazo. Se hacen compañía y ríen. La chica del cabello rosa les ofrece pasar adelante y les cede su lugar. El hombre de la playera negra de rock se hace acompañar de su hijo de 5 o 6 años y le cuenta qué es la democracia, cómo se vota y por qué te pintan el dedo. "Papi, ¿y por qué la gente votaría dos veces? Eso sería trampa, ¿no?" Una señora llega en muletas con su hijo, y otra en silla de ruedas empujada por sus familiares. Debe tener al menos 90 años. Le ponen una mampara especial en la mesa de votación y el reclamo de los representantes de partido no se hace esperar: "¡Pero no le diga por cuál! ¡Déjela que ella lo haga! ¡Nada más que la apoye una persona". Como si a esa edad todavía te tuvieran que decir lo que tienes que hacer, carajo.
Un poco antes de las seis llega una señora de origen claramente humilde. Se acerca con timidez a la mesa y dice que no sabe leer ni escribir, y que es la primera vez que va a votar. No tiene menos de cincuenta y cinco años. Su pantalón oscuro y playera azul están llenas de manchas. Algo está pasando en esta elección, que hasta quienes han sido invisibilizados por este país, por este sistema económico, por estos gobiernos, se apersonan y exigen ser escuchados. Al finalizar, ya con el dedo marcado nos mira a todos y nos agradece de viva voz: "nunca había votado, pero hoy tenía que venir, aunque no sé leer ni escribir. Muchas gracias". Nudo en la garganta. Con eso, mi día ha valido la pena.
18:00
Cierre de casilla. Si así hubiéramos sido de puntuales para abrir, seríamos suizos. Las boletas y las cuentas de los representantes dan una votación de entre 326 y 350 personas. Más del 70% de participación. Tardamos en organizarnos pero todo se hace por partes. La representante del INE y el del IEEPCO nos apoyan. Increíble que toda la labor de conteo esté en manos de ciudadanos. Increíble por positivo y por el ánimo que tienen la señora de la estética, el carpintero y la maestra, pero también increíble porque tenemos que estar ahí ocho observadores y porque el estado parece descargar también en nosotros sus responsabilidades. ¿Qué es lo que pagamos de impuestos a estos organismos, entonces? ¿Los anuncios publicitarios? ¿Las capacitaciones sándwich? El conteo se hace lento. Hay que verificar el número de votantes, luego la cantidad de votos en las urnas y después los votos por partido, coalición, los nulos... Pocos de estos últimos y ninguno con una leyenda que amerite el comentario.
El conteo de diputados locales arroja una inmensa mayoría para Morena. La chica del PAN y del PRI no lo pueden creer pero callan. No hay nada que les permita decir que algo estuvo mal. Se cuenta una segunda vez y se ordena de nuevo. Sí, es irremediable. No hay error. 153 votos a Morena; el más cercano, el PRI, está en 62 y el PAN en 41. Algo está pasando.
El conteo de presidente municipal da un resultado similar, y luego el de Presidente de la República, que contó el otro equipo de la casilla. Lo mismo pasa con diputados federales y senadores. Es una goleada. Lo comparan con el triunfo de México sobre Alemania; yo diría que es más similar al 6-1 entre Argentina y España o Brasil. Peña debe tener jaqueca. La casilla básica tiene número similares y no parece haber vuelta de hoja. Comienzan a salir los resultados en las redes sociales. Todo apunta a un voto persistente, constante, interminable, como lluvia de julio. Los del PRI, del Verde y PAN no lo pueden asimilar. Mutismo absoluto. Se escapan algunas lágrimas de tristeza. Las mías son de alegría e incredulidad: por más que las encuestas me alimentaban el sueño, aún no había tenido oportunidad –en mis veintiséis años de elector– de ver ganar a mi candidato.
23:00
El tiempo pasó rápido y lento. Hacer los conteos de nuevo, las actas, firmar, comentar con los otros colegas de partido y ver cómo llegan los CG (Coordinadores Generales) a hablar con sus RC (Representantes de Casilla, lenguajes tecnocráticos de la política a nivel del suelo) es algo que toma tiempo y se hace de a poco. Las caras van cambiando, las sonrisas de unos se trocan en gestos de desesperación. Algunos hasta aventuramos que hubo representantes de otros partidos que votaron por el ganador, de tan aplastante que parece la victoria. 72% es el número final que tenemos para la participación. Por eso me atreví a compararlo con el triunfo de Mandela: porque fue un NO a las clases sociales, porque fue un SÍ a la igualdad. Un reclamo que –aunque los detractores insistan– no tiene nada que ver con el sistema económico, sino con el sistema social: "Acá estamos, y sin nosotros ustedes no pueden progresar".
Los economistas no quisieron entenderlo y la vox populi se los tuvo que venir a restregar en la cara, pero de manera diplomática: 53% para el ignorante, inculto, que no sabe inglés, que no sabe de economía, que no tiene doctorado, que vive en Copilco y que dice que va a vender el avión del presidente y a convertir Los Pinos –el símbolo de la omnipresencia presidencial mexicana– en un museo, en un parque de recreaciones. ¡Tómenla! ¡Pero si más del 53% del país es como él! ¿Acaso no se habían dado cuenta? Eso tampoco lo quisieron entender nuestros políticos harvardianos y economistas de Yale.
Y no, efectivamente, no se convirtió en una reunión de reclamo. El reclamo se votó y la fiesta comenzó. Sí, seguro con un dejo de populismo –¿cuándo no los mexicanos hemos sido populistas?– pero con un fuerte elemento de esperanza para unos y frustración para otros. Así es la política. Los que ayer estaban contentos hoy no se sienten representados. Y vice versa. ¿Y no era así antes? Bien sabemos que vivimos en una democracia imperfecta, aunque a veces nos queramos hacer los primermundistas.
Cuando viví en Argentina me di cuenta que el nivel de politización es altísimo. Y que esto sucedió en el momento en que, en el año 2000, al grueso de la población le llegó la crisis y le sacaron sus ahorros; cuando le hicieron mierda sus sueños. Vino Kirchner (Él) y les descolgó los cuadros de los presidentes militares de la sala de presidentes; los jóvenes salieron a la calle y hubo reclamos por la educación, por la sociedad... y no, no era solo un tema económico: era un asunto social y moral, aunque muchos lo quisieron disfrazar de devaluación. Latinoamérica se queja de la billetera Y del corazón, no solo del dólar; nuestro males no son mono-temáticos, son una suma de realidades.
Para mí, lo que sucedió ayer 1 de Julio de 2018 fue que muchos que no lo habían sentido, tomaron el valor de ser ciudadanos, de darse cuenta de que un voto sí cambia las cosas. Constataron que nuestra opinión sí vale, y que podemos alzar la voz, quejarnos, criticar y que –contra lo que muchos decepcionados de la política dirían– somos parte de esto todos los días, y que las decisiones políticas importan, solo que a veces cerramos los ojos ante ellas y les dejamos a otros las tareas que nos corresponden.
Ayer nos quitamos esa basura del ojo político. Veremos cuánto nos dura, porque no, no deberíamos sorprendernos de que haya sido así esta elección: deberíamos de acostumbrarnos a hacerlas así: plenas, participativas y alegres.
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