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Aunque tendría ganas de hacer un artículo más extenso, me voy a limitar a un monólogo-ensayo de sábado en el que plantearé por qué me parece que hay algo que debemos cambiar en nuestro comportamiento social frente a la vida política del país. Quiero reflexionar contigo –si me lo permites, amable lector– porqué creo que estamos en una nueva oportunidad de parteaguas social.
¿Qué pasó el 1 de julio?
El suceso es aún reciente y no tiene un año. Me parece que ni siquiera no lo podemos clasificar como historia contemporánea: no sabemos qué cambiará en el fondo, qué se mantendrá en el tiempo, si habrá retrocesos o si en verdad surgirá algo totalmente distinto. El hecho es uno: hubo una votación masiva de una población antes apática que decidió volcarse a las urnas. El resultado no fue sorpresivo al grado de ser increíble –porque porque muchos analistas y encuestas ya habían vislumbrado al ganador– pero sí implicó un "shock" para quienes, a pesar de tendencias y análisis, se decían que eso no podría pasar. Ganó López Obrador, y no con un margen pequeño, sino con una victoria contundente, como hacía tiempo que no sucedía en la historia (esa sí contemporánea) del país.
Pero no solo pasó que ganó él. Algo muy importante que con frecuencia olvidamos es que con su triunfo vino la cuasi-desaparición de las dos fuerzas políticas que habían dirigido al país durante los sexenios anteriores: el PRI (1929-2000 y 2012-2018) y el PAN (2000-2012). Por supuesto que hubo quienes lograron colarse entre las filas del nuevo partido casi hegemónico, pero la mayor parte simplemente se quedó –dicho vulgarmente– tocando el pandero y en la calle. El PRI tuvo que hipotecar su edificio para pagar sus deudas (¡impensable meses antes!) y el PAN, víctima de sus propias luchas internas, quedó completamente desmembrado: Margarita y Felipe (¡Ex-presidente de México!) tratando de hacer un partido; Anaya frustrado, asqueado y en el ostracismo auto impuesto; y Marko Cortés tratando de ensamblar un cuerpo con piezas que ya no embonan (ni embonarán). Del PRD (Otrora fuerza de izquierda y origen de Morena) o de los independientes, tampoco hay mucho que decir. Hasta Pedro Kumamoto (esperanza de jóvenes y progresistas sin mucha claridad sobre si son de izquierda o derecha) fue arrasado por la ola Lopezobradorista.
Y cuando despertaron, la marea seguía ahí.
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Los suertudos que lograron levantarse y hacerse de una curul, una municipalidad o un puesto tienen una difícil tarea: demostrar que son oposición al mismo tiempo que ganan adeptos y juegan en el terreno de lo político frente a iniciativas que serán imposibles de contrariar (pues fueron una exigencia de los votantes ganadores), tales como la reducción de presupuestos, mejoras al sistema judicial, apoyo directo a adultos mayores o estudiantes de zonas marginadas, y un cambio en la estrategia de seguridad nacional. No la tienen fácil los opositores, a pesar de sus gritos en las redes sociales y el bloqueo –temporal hasta lograr una negociación que lleve algo de puntos a su mesa– de iniciativas.
Pero los ganadores tampoco la tienen sencilla: muchos poderosos mantienen que su influencia social y económica levantan la voz cuando el cuello les ahorca demasiado. Cuando esto sucede, sus fuertes medios de comunicación les hacen eco y generan una fiera batalla que es respondida en el mismo tono por el gobierno en turno. En mi constante busca de analogías, diré que la marea está aún demasiado alta para llegar a la costa; las aguas aún son turbulentas y es peligroso atracar en el puerto. Por ahora, solo los marineros experimentados logran hacerlo. Los demás, tenemos que esperar y seguir escrutando el horizonte para encontrar el momento. Tal vez en agosto o septiembre se comiencen a aclarar las nubes y comencemos a ver qué hay en la playa.
¿Cómo será el "día D"?
La palabra es "recomposición de fuerzas". Si aún hay alguien que no lo está entendiendo, debería volverla a leer... es más: le evitaré la pena de volver atrás: "Recomposición de fuerzas". Un momento en el que todos los ánimos están exacerbados, las soluciones son no-pensadas, y la cabeza fría es casi inexistente. Llamado número uno: esperar, respirar hondo y no dejar de nadar.
Lentamente la marea irá bajando e iremos viendo con más claridad. A diferencia del 6 de junio de 1944 (conmemoraremos 75 años en casi un mes), el desembarco y "día D" no podrá ser violento: los mexicanos estamos cansados de eso, aunque haya voces que se sientan cómodas con ello. Tampoco debería de ser frontal, a pesar de que otros tantos así lo quisieran. Nuestro día D, deberá ser con "d" de Democracia, de Diálogo, y de Dirección propia.
Lo que es claro, y tal vez sigue sin comprenderse, es que la mayoría de la población no votó por la continuidad. Como comenté en algún momento, el cambio era solo una cuestión aritmética: cuando la desigualdad es tan alta, un buen día la balanza se revienta y cae a toda velocidad en dirección opuesta. Lo que estaba arriba, cae de golpe. La llegada de López Obrador, o de alguien similar, iba a suceder tarde o temprano: ying y yang; crimen y castigo; blanco y negro... o como le quieran llamar. Tenemos que comprenderlo para darnos cuenta que la tarea de reconstruir es de todos. No podemos seguir dándole de hachazos al barco.
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No estamos entendiendo que en julio hubo un llamado al cambio.
La democracia requiere -por fuerza y esencia- oposición, pero debemos comprender que hay formas de debatir, criticar y festejar: es inolvidable la Roqueseñal(1995), o la máscara de cerdo de Marcos Rascón en el informe de Zedillo (1996). Nadie olvidará la "huelga de hambre de Salinas (1995) y son famosas las intervenciones del señor Noroña en la cámara de diputados (2009-2012) o la de Layda Sansores (2014) mentándoles la madre a los privatizadores del petróleo. Eso ya pasó.
Sí, es cierto, hoy la oposición del pasado está en gobierno y el gobierno del pasado está en la oposición, ¿y qué deberíamos esperar –o exigir–: solo un cambio de papeles o una reflexión y evolución política, cívica?
La oposición tiene que ser distinta y no la tiene fácil: si México está tratando de dejar su adolescencia nacional para comenzar a ser un joven adulto, tiene que convencer a un electorado distinto: uno que ya no cree todo lo que ve y escucha, es más consciente del medio ambiente, tiene menos interés por el éxito como un camino únicamente económico, tiene una mayor aversión por la corrupción y la violencia, además de una mayor tolerancia hacia temas sexuales y de drogas. Lo que seguramente veremos será la emergencia de pequeñas oposiciones que, si son suficientemente inteligentes, irán enarbolando estas banderas pero por fuerza deberán hacerlo de manera segregada, pues no se pueden poner todos estos argumentos en una sola propuesta.
Si la visión no me falla, veremos izquierdas y derechas extremas, críticos de la teoría desarrollista (verdes sinceros), izquierdas y derechas progresistas, y partidos viejos que se van quedando atrás. El reto para Morena también es enorme: no solo porque viene de un conglomerado de muy distintos orígenes con un fin que, una vez cumplido no generará más cohesión, sino porque será el equipo más golpeado de todos. El hegemón tiene también una duración limitada y directamente proporcional a los resultados otorgados.
¿Y entonces?
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El llamado número dos es a ser más finos: ya no se vale hablar de izquierda vs derecha; ya no podemos hablar de comunistas vs capitalistas; ya no podemos acusar sin proponer. Es decir, sí podemos, pero cada día sonaremos más aburridos. Es necesario darnos cuenta que en esta nueva etapa de nuestra juventud nacional se debe ir al detalle y con formación para dirigirse a un electorado más exigente y capaz.
El llamado número tres, y final, es a generar debates, sí, pero con mucha tolerancia: quienes fuimos oposición tenemos que aprender a escuchar mejor, y los que fueron gobierno tienen que darse cuenta que hay otras formas de protestar más inteligentes para no repetir los viejos esquemas (¿O quieres ver a la hija de Ruiz Massieu con una máscara de cerdo o a Marko Cortés en una huelga de hambre?). Discutir es escuchar y negociar es saber ceder.
En suma, cada uno de nosotros tiene que empezar de nuevo, desde abajo y desaprendiendo, con otra actitud de discusión y debate. La oportunidad está: si la tomamos en buena mayoría iremos hacia adelante; si no, continuaremos en la pubertad nacional.
¡Nos vemos en la cancha!
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