14.4.20

[Reflexiones] El Ego y la gran oportunidad frente al COVID-19

El Ego y la gran oportunidad


No, no me lo tomen a mal querido señor, estimada señora. Lo que les voy a decir no es una ofensa, es –si acaso– una visión distinta a la suya, y así como ustedes escuchan a su contrincante en la cancha, les diré que le conviene escucharme (o leerme, que para el caso es lo mismo), porque tal vez de acá le salgan ideas para lo suyo, su familia... para los seres a los que quiere. 

Así que sin más, dele un clic a "seguir leyendo" y póngase cómodo para la verdad incómoda...
NOTA : Si prefieres escucharlo, acá está en versión "PostCast"  


AL PRINCIPIO DE TODO
Pues mire, resulta que hace muchos años, miles, aparecimos en la tierra unos seres distintos a los demás: ande usted a saber por qué fue –no interesa discutirlo acá– pero salimos muy "pensantes" y comenzamos a construir nuestra propia civilización. Al principio, con temor a la naturaleza: le pedíamos permiso para cosechar, luego para construir y le poníamos altares. La idolatramos con muchos nombres y temíamos, pero poco a poco comenzamos a comprender cómo funcionaban las fórmulas básicas:

más agua = más producción
más energía = más producción
más materiales = más producción

Luego se nos ocurrió que más producción = más dinero, y más dinero = más agua, más energía y más materiales, así que se convirtió en un círculo llamado "desarrollo".

JAUJA
Y aunque nos dimos cuenta que el agua, la energía y los materiales se terminaban, también constatamos que con un barco (o caballos) y unos cuantos hombres fuertes, podíamos ir detrás de la montaña –o del otro lado del mar– y traerlos de otros lugares donde "les sobraban" o "no los ocupaban". Primero los tomamos sin muchos miramientos, luego reflexionamos y pensamos que podríamos pagarlas por su función de "materias primas" y una vez que los transformábamos, revenderlos como "productos con valor agregado", incluso a quienes nos los habían "cedido".

Entre los años 1500 y los 1800 encontramos una gran disponibilidad de agua, energía y materiales en múltiples territorios del mundo que permitieron el "desarrollo" y la colonización de grandes espacios. Tuvo su parte linda, porque conocimos sitios, descubrimos sociedades y constatamos que la tierra era redonda, pero también su golpe de realidad, porque comprendimos que sí tenía límites.

Luego nos dimos cuenta que deberíamos de ser más eficientes para generar agua, energía y materiales: para ser más "productivos" y tener más "dinero". Como humanidad, nos dimos a la tarea de hacer máquinas que produjeran sobre todo energía, materiales... y más máquinas para hacer más energía y más materiales. Nuestra producción creció y creció. Lo comenzamos a llamar economía.

Para entonces quedó claro que con más economía, había más posibilidades de ser propietarios de las máquinas y por ende de dar trabajo a otros, para producir más máquinas y más energía y....


LUZ AMARILLA
En los años 1960 llegaron los primeros aguafiestas, encendiendo luces de alarma:

–Cuidado, porque el agua se acaba. –Nos dijeron. Muchos se rieron como locos.
–¿Con el tamaño del mar y de los ríos...? ¿Cómo creen?

–Mire, esos insecticidas le están quitando a la tierra la capacidad de regenerarse. –Los promotores de la ola verde, con sus campos de cultivo de arroz en plena selva y sus ranchos ganaderos se mofaron:
–No hay problema, hay mucho espacio donde trabajar. Le pondremos fertilizante y ¡listo!

–Oigan, si seguimos creciendo a este ritmo, no nos va a alcanzar el planeta. –Los políticos y los empresarios se alzaron de hombros:
–Pues a ver, dile tú a la gente que ya no tenga hijos, si dicen que Dios lo pide... Además, a más mano de obra, menor costo. Ya veremos luego cómo lo detenemos. –¡Sigamos produciendo, muchachos...!

SELECCIÓN ECONÓMICA
Entre 1950 y 2020, pasamos de unos 2,700 millones de humanos, a 7,500. Descubrimos que había una capa de ozono cuyo adelgazamiento parecía estar relacionado con el Dióxido de Carbono emitido, y luego vinieron unos locos a decirnos que el mundo estaba cambiando de clima y calentándose a un ritmo no antes visto.

¡Perfecto, –dijeron unos– podremos vender más aires acondicionados!
¡Excelente, –se iluminaron otros– produciremos ahí donde antes era demasiado frío!
¡Qué afortunados, –pensaron varios más– fundiremos el hielo del Antártida y embotellaremos el agua!

Ése fue el momento en la historia de la humanidad en que comenzamos a pensar que teníamos el derecho a comprar todos los benefactores: si el agua no venía con buena calidad de la llave, la comprábamos embotellada de Francia; si la mano de obra no nos alcanzaba, la traíamos de otros países; si los alimentos se producían con químicos, los podríamos comprar orgánicos; si la educación era mala, comprábamos a los maestros...

–Total,  –dijimos– este mundo es así: quien tiene capital y empresas, puede desayunar queso francés, almorzar carne norteamericana, cenar caviar ruso con espumante italiano y estudiar en Londres. Los demás, pues ya encontrarán la forma; y si no, pues así es la selección natural...

(A)NORMALIDAD
Los últimos decenios del siglo XX nos fuimos haciendo más y más tolerantes a la muerte y a la desgracia de otros: entre el "así es el mundo, ya somos demasiados", el "lo siento mucho, pero no son de mi familia", o el "No puedo ayudar porque tengo mis propios problemas", seguimos construyendo barreras entre mundos: los afortunados vs los desarrapados; los que acatan las reglas vs los "ilegales"; los que trabajan vs los flojos... nosotros vs ellos.

El éxito en la vida se volvió acción y efecto de "nuestra habilidad para generar el sustento", como me respondió un entrevistado durante mi tesis doctoral cuando le pregunté qué entendía por "Sustentabilidad".  Tomamos lo que nos convino de la globalización (Energía, Agua, Materiales) y enviamos a los demás lo que nos estorbaba: Basura, Contaminación, Radiación y migajas.

Paul Mason presenta en este gráfico cómo dejamos de construir la rentabilidad de la producción y la pasamos a lo financiero, al grado que hoy el auto que compramos a crédito alimenta a un sistema de comisiones impresionante, aún mayor que el valor del propio auto.

En oscuro el crecimiento del efectivo. En tonos más claros, instrumentos financieros


Así fue como hipotecamos nuestro presente y el de los demás: le arrancamos productividad a la tierra a base de agroquímicos, le robamos energía para concentrarla en ganado o plástico; nos compramos los zapatos, la ropa y los materiales de las generaciones venideras; y nos gastamos el agua de los que nos sucederán, en forma de Coca-Cola, cerveza o minería.

Las empresas se hicieron altamente despilfarradoras del futuro.

LUZ ROJA
De pronto, señor, señora, comenzamos a darnos cuenta que no era solo "el problema de ellos":  la naturaleza nos recordó que el agua de pobres y ricos viene de los mismos mantos freáticos, que vivimos bajo el mismo sol, sufrimos por igual el calor y el frío... y somos pasajeros del mismo  planeta que gira en el universo, el único con condiciones irrepetibles para nuestra subsistencia.

La energía desechada en forma de dióxido de carbono se lanza al cielo, viaja por el aire y a pesar de los 3 metros de altura de la barda que divide su complejo residencial de la calle, penetra en su casa, en sus pulmones; la contaminación del agua llega a su residencia de playa en forma de sargazo, bolsas de plástico, cáncer de la piel o coliformes. Lo más probable es que, a menos que sea parte del 1% que concentra el dinero mundial (seguro que no, porque no estaría leyendo esto), vivirá también el descontento social del 99% que descubre paulatinamente que será muy difícil sobrevivir sin cambios de fondo.

El famoso COVID-19 vino a recordarnos que sí era importante mejorar el sistema de salud para todos y no solo pagar nuestro seguro privado, porque si se enferma la gente que trabaja con usted, la va a contagiar... y usted a ella. ¿No era un poco ése el argumento de "Parásitos", la película que tanto le gustó en la última entrega de los Óscares? El problema es más compartido de lo que pensábamos.

Encerrados, sin comida fresca, con agua de mala calidad y sin salud mental, somos más propensos a las enfermedades. Hasta la paranoia afecta al cuerpo: dicen que crea enfermedades falsas. ¡Y qué ironías de la vida: uno de los riesgos de contagio más grandes hoy está en.... sí, los hospitales!  ¿Todavía aplicará el "lo siento mucho, pero no son de mi familia y no les puedo ayudar porque tengo mis propios problemas"?  Todos necesitamos de la calle, del contacto social, de frutas, verduras, agua pura, calles limpias... porque no puede haber un árbol sano, en un bosque enfermo.

LA GRAN OPORTUNIDAD
Pues bien, señor, señora, gracias por seguir leyendo. Se lo diré ahora: ésta es una oportunidad única de salir bien librados. Se lo cuento en tres propuestas:

A) Dejar de ser reactivos: Hasta el día de hoy, la mayor parte de nuestras soluciones han sido así:
  • Creamos una crema para el efecto del sol en la piel, no una solución al adelgazamiento de la capa de ozono.
  • Construimos un tope para reducir la velocidad de los autos, no un mecanismo para hacer que los usuarios se concienticen de ello.
  • Algunos viajeros llevan Nitrato de plata para desinfectar los alimentos, en lugar de fortalecer su sistema inmune adaptándose al sitio.
En suma, hemos resuelto la forma, no el fondo. Como resultado, los males siguen ahí: deforestación, contaminación, explosión demográfica... Esto es como una isla que se desmorona y en la que nos vamos apretujando, hacemos segundos pisos, ponemos guardias a cuidarnos, pero al mismo tiempo seguimos taladrando los cimientos y al hacerlo, la tierra se mueve y continúa desfondándose.

¿Qué hacemos: continuamos la dinámica o nos paramos a pensar un poco?

¿Usted conoce la historia de la Isla de Pascua?



B) Generar ideas y cambiar: Estos días (y los que vienen) deberían utilizarse para sentarnos a pensar cómo hacer un mundo donde quepamos todos. Si no cooperamos para hacerlo, tarde o temprano las soluciones temporales terminarán por aniquilarnos. Los científicos ponen el límite en 2060. Algunos no estaremos vivos, pero sus hijos y sus nietos, sí. ¿Se anima a participar? ¡Excelente!



La disyuntiva es: 1) Solución de corto plazo: cerramos nuestros pueblos, aprendemos a saludarnos de lejos, ponemos todos los controles en los aeropuertos y vivimos "la nueva "normalidad" del home office, home schooling, turismo enlatado y delivery world, o; 2) Solución de largo plazo, reducimos los riesgos de enfermedades por contaminación, cambio climático o radiaciones, ¡y movemos nuestros trabajos hacia actividades esenciales de restauración de la naturaleza!

La primera opción depende básicamente de qué tan eficientes sean usted, su familia y su empresa para adaptarse a las nuevas regulaciones y condiciones, además del estado de su paciencia y ánimo para vivir en un mundo de encierro. No durará muchos años más, pero alcanzará a morir en cama y trasladar el problema a sus hijos y nietos.

En la segunda opción todos nos frenamos y comenzamos a probar modelos de cooperación. La pregunta central es ¿Cómo hacemos para tener todos comida y salud sin terminar con el planeta? Nos relacionamos con centros de producción de alimentos y entramos a una especie de curso de "el ritmo de la naturaleza". Eso implicará comprender cuál es el valor real de la producción del campo y tener algunos huertos familiares para no olvidar lo aprendido.

Enseguida, nos preguntamos qué es lo esencial en este mundo y a partir de eso, nos esforzamos en hacer que eso tenga el más bajo impacto ambiental. Es decir, vamos hacia la estrategia de carbono cero en las empresas –algo en camino pero que hay que acelerar–. De forma adicional y paulatina, implementamos una especie de "billetera de carbono" en la que cada humano tiene un número máximo de unidades de carbono a gastar por año para hacer lo que le guste... pero son intransferibles y no negociables. Nota: incluyen la actividad laboral, porque no es justo que unos produzcan comida orgánica y usted nos llene de partículas suspendidas la nariz.

C) Regenerar el Ego. 
La mayoría de los humanos gustamos de la comodidad y la "normalidad". Por eso cuando nos dijeron que nos pusiéramos en cuarentena so pena de morir, la mayoría consideró más simple acatar que discutirlo.  El problema es que la comodidad contiene el peligro de la ignorancia, que consiste en encerrarnos en un tipo de conocimiento y sentirnos seguros ahí.  Esto puede ser tan fuerte que cuando vienen otras ideas, preferimos evadirlas, rechazarlas, o debatirlas desde nuestra subjetividad.

El yo, (el ego), no es malo. Es seguridad en nosotros mismos, identidad, personalidad. El problema viene cuando nuestro ego es hijo único, porque nos convierte en nuestros propios dioses y dejamos de cuestionarnos. El ego es el mismo que nos hace imaginar que pensamos en el bien común cuando nos quedamos en casa "por los demás", cuando en realidad "bajar el contagio" significa "que no me toque a mí y a mi familia".  Mi país, mi gente, mis hijos, mi planeta y mis nietos, tienen en común el adjetivo posesivo de la primera persona: mi, no el del plural nosotros, y evidencian que el centro sigo siendo yo. El ego es mágico: nos hace volar lejos y aprender, pero debe ser sabio y autocrítico:  ¿Estoy haciendo lo correcto frente a la humanidad? ¿Combatir a un virus minúsculo con un encierro es normal? ¿Podría haber otras maneras de solución que no hemos pensado?

Soy de los que piensan que deberíamos fomentar la curiosidad, no la certeza. Y eso implica reaprender, desaprender, y abrir nuestras mentes a nuevas formas de pensar. Aunque duela en el ego y el confort.  Justamente respecto a la comodidad, vale la pena recordar el experimento de las ranas que ponen en una olla al fuego y luego les suben la temperatura muy lentamente: éstas –nos dicen– mueren hervidas porque se adaptan hasta el punto en que no resisten más... y ya es demasiado tarde. 

PARA CONCLUIR
Me llamó mucho la atención que en la teoría de la Agricultura Sintrópica se hable de "cooperación y amor incondicional" frente a la visión de competencia y defensa del mundo de los negocios. Tal vez valdría la pena revisar videos como éste, donde Pablo nos lo explica y preguntarnos si no tenemos cosas que cambiar:


He tenido la oportunidad de vivir en 6 países y residir en más de 10 ciudades. Todos mis vecinos –salvo un par de casos que confirman la regla– me han dado una mano cuando la he necesitado. ¿No será que es tiempo de ver cómo nos ayudamos a generar un mejor planeta? Desde mi óptica, nuestro error más grande es tratar de solucionar localmente un problema global. Si el encierro fuera temporal, lo entendería, pero si la curva se aplana, el encierro se extiende... y no soy el único que se ha quejado de la pérdida de derechos que esto implica. Me gusta tan poco esta normalidad, que si me dijeran que tengo que vivir encerrado, preferiría no hacerlo.

Sin duda este momento es interesante, pero no inédito: ya antes se nos han presentado encrucijadas y las hemos desoído; ya antes hemos tomado malas decisiones y no hay razón para no equivocarnos de nuevo, pero hoy contamos con opciones para escuchar más opiniones y propuestas. ¡Hagamos el ejercicio de ponerles atención y aprovechar esta gran oportunidad!

En la vida siempre existirán los opuestos: el total encierro vs la total apertura; cero vacunas vs todas las vacunas. Sin opuestos, no habría tonos de gris –o de color– en medio. El asunto está en decidir si somos parte de los irredentos incómodos y curiosos, o nos adherimos al clan de la comodidad de la rana hervida.

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