8.11.20

[¿Cuento?] Cables cruzados. Reflexiones desde la monotonía.


Cables Cruzados*

Vengo pensando en el auto, mientras conduzco, que esta vez sí, cuando me pregunten, les diré lo que opino, sin tocarme el corazón. Hablaré sin respiro y les diré lo que pienso de esta sociedad podrida, llena de tibios sin filosofía, de vedettes irracionales y de intelectuales de Tik-tok; gente que se miente y empresarios autoindulgentes, para quienes el COVID debe pasar ya, solo para que sigan haciendo lo mismo de siempre: acumular, ganar, hacer fortuna. 

Sí, les diré cómo estoy, cómo me siento: aburrido, cansado, meditabundo, estancado, indeciso, subvaluado, deprimido, decepcionado, curioso, inseguro; harto de este mundo que nos ha cortado las alas, que nos ha coartado la libertad sin siquiera hacerlo ley, a punta de silencios y miedos: antifaces, cubrebocas, telas silenciadoras, escudos acalladores... o como quieran llamarle. Ahora ya hasta le ponen el logo de Mercedes Benz o Luis Vuitton: resulta ahora hay que cubrirse la boca de forma fashion.

El virus que nos enmudeció, nos devolvió al siglo catorce y nos trajo el pánico por el futuro, las bacterias y los bichos con los que siempre hemos convivido: teme al vecino, recela del fuereño, escúdate del extranjero, regresa a la burbuja, vuelve al pasado, reintégrate a tu feudo; vive sin hablar, escucha sin protestar, lee sin sospechar, piensa sin criticar. Lo que importa hoy no es el mundo, sino salvar el pellejo de la pandemia. 

–Pues verán, –iniciaré. –He pensado desde hace mucho tiempo que...

Y les diré que ya es tiempo de actuar, que el Mundo Feliz está sobre nosotros, que Farenheit 451 está a la vuelta, que Idiocracy ya nos rige desde antes de Trump, que nos estamos engañando y que debemos salir de estos mundos-burbuja que hemos construido para escondernos de nosotros mismos; que ya no hay más que pensar: es tiempo de hacer. No me importará si dicen que leo demasiada Ciencia Ficción, que las teorías conspiratorias son asunto del siglo dieciocho o que son falsas verdades. ¿Y qué? No me importa que piensen que demasiados estudios me han quemado las neuronas, o tantas horas de lectura me han dañado la cabeza. No me apura: Lo mismo les pasó a otros, a quienes tampoco escucharon cuando lo dijeron... hasta que fue demasiado tarde. Yo, solo les insistiré que está en ellos prestar oídos, ver, analizar, investigar, buscar: ¡el mundo se nos acaba y no hacemos nada por él! ¿Entenderán que lo que importa es el símbolo detrás, no el cubrebocas? No es el virus, es el planeta enfermo...

Me imagino la llegada y el saludo: "–¡Qué onda! ¿Cómo estás?" 

Tomaré mis aires de intelectual, o no, mejor no tomaré aires de nada, solo abriré la boca y hablaré con cara de compungido, o no, mejor de meditabundo, o de filósofo... No, tampoco. No haré cara de nada, solo pausaré, tomaré aire y les diré que siento que hay cosas que deben cambiar, pero iré suave, con tiento, midiendo las palabras para que reconozcan que tengo razón: "¿Sabes? Es cierto, pero no me atrevo a decir nada; es que tengo compromisos y una familia... ¿Cómo les digo que todo está mal, que tenemos que cambiar de vida? ¿De qué manera les cuento que sí, que la sociedad está podrida?" o "Bueno, sí, pero lo que pasa es que eres demasiado radical, mejor hay que adaptarse a lo que vivimos. ¡Si llevamos años así! Mejor cambiamos de a poco... es que, bueno, uno se acostumbra a su sueldo, ¿no? ¿Para qué meternos al quirófano si podemos remediarlo con un curita...?"

–Cuando llegué a los cuarenta –les diré– pensé lo mismo: que el cambio era paulatino, que uno podía dar clases en universidades privadas y católicas, mientras seguía siendo revolucionario. Que a veces era mejor callar en lugar de discutir con los aristócratas, los jefes o los poderosos... ¡Qué diablos! El cambio nunca fue abrupto: por el contrario, siempre fue mediado, negociado, suave... ¡pero miren dónde estamos! Pensando que prohibiendo los popotes lo lograremos...

Mientras me acerco, transito por una avenida cuyos semáforos, siempre des-sincronizados, nos hacen acelerar y parar cada cien o doscientos metros. Los puestos ambulantes ocupan casi toda la acera, obligando a los transeúntes a caminar sobre la calle.  El motociclista se pasa una luz, luego otra. De su casco invisible, ni hablemos. Cada esquina parece una parrilla de salida con taxistas medievales y camioneros de los años 1970. A pesar de todo, dirán que todavía podemos cambiar, que rebasar por la derecha es culpa del imbécil que viene por toda su izquierda. 

Cada vez estoy más cerca, ya huelo mi triunfo, mi diátriba contra el estatus quo: "¡Pero si la calle es la prueba viviente de que no estamos consiguiendo nada! Es por eso que tenemos que echar toda la carne al asador y el sistema a la hoguera: tenemos que limitar la producción, reducir el dióxido de carbono, dejar de crecer y acumular, detener la producción con químicos, vivir vidas más pequeñas y felices: hacer más con menos. Ni siquiera deberíamos pensar en revoluciones. Miren la institucional, la rusa o la cubana; miren la libertad, igualdad y fraternidad de los franceses, pregúntense dónde quedó la anarquía de los argentinos. Tenemos que hacer algo más... ¡y comienza por nosotros!

Les contaré mi frustración: ¿Qué hago ahora con mi vida de nómade? ¿Cómo viajamos a descubrir el mundo, a conocer otras formas de pensar, a hablar con otras personas y cambiar de tema de conversación para evitar repetirnos? Hace veinte años que decidí salir de mi círculo para no tener que escuchar las mismas cosas, los mismos problemas, ser parte de la burbuja sedentaria... ¿por qué tengo que recaer en ella? Tal vez hasta les cuente de Chatwin... pero no, tal vez sea demasiado para todo lo que tengo que decir. ¿Me alcanzará la voz? ¿Me correrán de la fiesta? ¿Me escucharán? 

Miren, –insistiré. ¿Se dan cuenta que a partir de 2020 estamos condenados a viajar en las pantallas y a contentarnos con los recuerdos o las imágenes de unos cuantos aventureros que estarán aún luchando fuera del sistema, como John, el salvaje de Huxley? Es claro que a partir de ahora nuestra única diversión, fuente de entretenimiento o SOMA será el teléfono, las benditas redes sociales: si no respondes, no eres parte del grupo; si no dejas que la aplicación de detección de COVID y de otros nuevos virus use tu GPS para seguirte, la policía puede multarte o venir por ti... Minority report, nada más.  



Les diré que me rehúso, me niego a esto, no puedo seguir pegado a mis redes sociales, ni sedentarizado en la misma casa o ciudad por siempre: yo no nací con ese chip. El mío es distinto, si no sigo su programación, tarde o temprano se autodestruirá. Mi mundo es de viajes, de nuevos amigos y proyectos cambiantes... y no, eso no significa que no admire a los que tengo ahora, es solo que soy tejedor de redes, nómade, migrante perenne. Sí, eso les diré. 

Al fin, luego de varios minutos de viaje, llego a mi destino. Mi corazón late con prisa, estoy nervioso. Es el gran momento, mi día "D". Estaciono, desciendo. Ahí está el auto de Juan, el de Pedro, el de Lila, los Pérez, las Limantour, los Fuentes... "–¡Vamos!" –Me digo a mí mismo. Hay que llegar a romper ya la fórmula clásica, es el tiempo de hacerlos reflexionar a todos... 

Me acerco, toco la puerta. Me reciben y entro al patio, donde ya están todos en francas risotadas, ellas con sus vestidos veraniegos; ellos con camisas de manga corta y cerveza en mano. Al fondo la parrilla saca humo y un olor de grasa, de pimienta y de carne en proceso de sellado. Un arsenal en la barra, otro de comida en la mesa, una suave música pop pone el detalle final de la decoración, del setting.. 

–¡Qué onda, amigo! ¿Cómo vas? ¿Ya viste este meme de las elecciones?  ¡Está cagadísimo! ¿Qué onda, cómo ves que ya abrieron un nuevo bar aquí al lado? Ten, mira, una cervecita, pásale, ahí están todos...

–Gracias. Hola, buenas tardes, qué tal... ¡Hola Dulce...!

Y no pasa más. No encuentro el espacio, no siento el eco, el ambiente no está para mi discurso. Hoy tampoco será el día... ¿acaso habrá uno, o seguiré prefiriendo callar? Mis ideas silenciadas por una cerveza, qué barato soy...  Atino a balbucear las gracias y me dirijo a la barra, mientras me digo que sí, que una vez más, me venció la monotonía.

 Salud. 

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* La forma de este texto se inspira en los largos monólogos de Fuentes en "La región más transparente", que terminé de leer hace un par de días. Me encantó su prosa inagotable y reflexiones profundas que entremezcla con los diálogos, unos figurados, otros reales. Los personajes de Fuentes, al igual que el mío en este escrito están todo el tiempo justificando su actuación, al tiempo que se dan cuenta de su continua paradoja y contradicción. Es un hecho que México no se hizo solo con filósofos o escritores, sino también con empresarios, en un continuo debate y grandes silencios que nos tienen donde estamos. 


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