20.4.21

El día que murió el turismo [inspirado en "Le tourisme moderne est mort, vive le tourisme postmoderne!", de Michel Maffesoli]

Este texto proviene de una interpretación totalmente libre (pero inspirada en él) del texto del Dr. Michel Maffesoli "Le tourisme moderne est mort, vive le tourisme postmoderne", aparecido en el cahier "Le tourisme dans 'le monde d'après'", en julio de 2020. 


Antes

– ¿Te acuerdas, Morena mía, cuando viajábamos a plazos y nos dábamos esa vida cosmopolita que nos llevaba de las bolsas de Vuitton en Venecia, a la Quinta avenida por la ropa de Prada? ¿Te acuerdas que desdeñábamos la calandria de Guadalajara pero éramos felices en el Tuk tuk tailandés? 

– Lo recuerdo, señor Palomo, solíamos ir a Las Vegas un fin de semana, llenar nuestras mochilas de Buchannan's y Moêt. Nos embriagábamos al son de Sinatra, después del espectáculo de los canadienses del Cirque du Soleil, pero a los malabaristas de la esquina, ni las gracias les dábamos... 

– Acuérdate de Acapulco, María Bonita... Eran otros tiempos, viajábamos, vagábamos y le dábamos gusto al hedonismo. Playas de la Costa Azul, un bailecito en la de Ipanema, Río, Sao Paolo, Buenos Aires, Valparaíso o la Patagonia. El mundo estaba a nuestros pies. 

Charlaban acodados a la mesa de un clásico, La Parroquia, de Veracruz, donde otrora llegaban los gringos a ver cómo Don Jonás, el más viejo de los meseros, servía el café con leche a un metro de distancia de la taza, con una precisión matemáticamente suiza. –¿Le agregamos un pancito, señora? Eran tiempos en que el puerto era una ventana al mundo: se veían negros, blancos, amarillos, filipinos, chinos, rusos, cubanos, suecos, franchutes, españoles... y uno que otro poblano. ¿Qué quedó de eso?

– Que reste-t-il de nos amours, que reste-t-il de ces beaux jours...? Une photo, bello photo, de ma jeunesse. No, no queda nada, o lo que queda no sabe a nada. O nada sabe a lo que queda. Se fue. Nos duró apenas sesenta años. Lo devoramos con toda voracidad: tres o cuatro generaciones nos bastaron; seis, a lo mucho. Llegaron unos, lo comenzaron a explotar y pensaron que eran infinito. Luego les transmitieron a otros el ánimo y también pensaron que jamás se terminaría... pero hoy, mira hoy, ¡Qué desgracia, Doña Leonor! Le dimos durísimo, tanto que hasta los pensamientos nos cambió.

– ¿Los pensamientos?– dijo ella. A ver, cuéntamela más despacio...

– Pues qué, ¿no leíste a Don Maffesoli? –Respondió él. Dice que esta pandemia trae mucho más que miedo. Quesque ya se acabó el turismo y que hasta de valores cambiamos. Mira, aquí traigo el artículo: 

[Y comenzó a leer en voz alta] 
– Lo voy a traducir, eh, porque está en francés y tú, por más que te dije que aprendieras en esos viajes, nomás no quisiste. Que no era necesario, que si Google ya tenía traductor, que si el inglés era el lenguaje universal... 
"Nuevo imaginario, En nuestra modernidad que se termina (eso que, junto con otros, llamo la posmodernidad), se ven a la vez signos de saturación de esos grandes valores de la ideología progresista y la emergencia de un nuevo imaginario. Lo atestiguan indicios tales como: 

-la atención que se le presta a la preservación del patrimonio natural (ecosofía);
-el movimiento a favor de un relativismo de valores que apuntan a privilegiar el intercambio simbólico, más que el intercambio mercantil;
-el regreso hacia la tradición y el deseo de enraizamiento (¿así se dice, mi bella del Altar?)"
– Fíjate– continuó– esto es perfectamente contrario a lo que hasta hace unos años prevalecía y que acá explica el mismo señor Maffesoli: "Lo que caracterizaba a la modernidad, era sin duda la voluntad de abolir los límites, todos los límites, en todos los dominios: por el dominio de la naturaleza, por el cientificismo, por el economicismo..." y mira, ya nos dejaron sin viajes, sin cruceros, sin aviones para irnos a Praga o a Shanghai.

– Pero eso no durará –dijo ella, ya con una mueca dubitativa. –A todo mundo le gusta el dinero, a los empresarios les gusta tener los hoteles llenos, a los del Pied de Cochon les encantan los rusos que compran botellas de mil quinientos euros, a... 

– Tal vez –terció él,–  pero se les olvida que detrás de sus deseos está justo lo que dice acá el señor Michel: que está habiendo un cambio de valores, y que ya no todo mundo piensa igual. ¿Te conté la historia de las comunidades de Oaxaca que han decidido cerrar sus operaciones de turismo hasta nuevo aviso, con todo y los más de veinte años que tienen de ser reconocidos como un ejemplo de Comiunity Beised Turism (lo dijo así, con un acento agringado, pero que innegablemente remitía al origen de su formación monolingüe)? A esas comunidades, ni aunque les brilles el oro. Por ellos, que se quede cerrado. Como dicen: "no comemos dinero, comemos de nuestras verduras... ¡y nos salen bien buenas!"

– ¿Así que entonces es el fin del turismo, no? ¿Y qué hacemos: agarramos nuestros hoteles y los cerramos así nomás? ¿Me voy pal norte o qué?


Ahora

– Tampoco, mi Columba, tampoco. El mundo no se hizo en siete días, ni se destruirá en una pandemia. Ésta es una historia de abrir y cerrar. ¿O qué, no te acuerdas de cómo los humanos vemos a nuestro mundo? Cómo me gustaría encontrar esa cita de don Lash y de don Urry que dicen algo así como que "no podemos pensar en una naturaleza totalmente salvaje y autónoma, pero tampoco podemos imaginarnos un mundo completamente regido por los designios de la intelectualidad y del humano". En suma, es como la filosofía de los abuelos: "ni tanto que queme al santo, ni tanto...

–  "... que no lo alumbre– continuó ella. O sea que como siempre, nos acomodaremos, pero en el camino unos quedarán, porque los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán... tras tras tras. 

– Todo es cuestión de adaptarse, Palomita mía: hay que observar a diestra y siniestra; hay que escuchar a nuestro cuerpo, pero también a la espiritualidad. Hay que volver a las raíces, a encontrar nuestros "yo" más cerquita. Tal vez no era necesario ir hasta el Taj Mahal para conocer el amor de un Marajá por su princesa, o pasar por Nara para entender porqué los venados son el vehículo de comunicación con los Dioses. Si acá estaba bien cerquita y nos lo habían dicho los abuelos.

– Pero a mí sí me gustó Francia. Me encanta eso de "ver París y después morir". Una baguette, un croissant en la banqueta, un pain au chocolat del Métro Les Halles, "une crêpe-citron s-il-vous plaît, monsieur..." Y me quedó pendiente Berlín, el museo del Prado, la biblioteca del Trinity College... y las auroras boreales, ¡ay, las auroras!

– Nadie dice que se han terminado. Ahí están y aunque no volverán para todos, ahí se quedan. Yo digo que la pandemia vino a decirnos que no, que no todo estaba tan cerca. Yo, que quería, Palomita mía, hacerme esa travesía en moto por el este de Europa, lo tendré que cambiar por otro viaje más interno, uno que también me haga descubrir quién soy yo, cuánto valgo en términos humanos, de qué soy capaz. Voy a ver si soy capaz de producir un grano, de darme de comer, de hacer cosas sanas, de regresarle a la tierra todo eso que me dio... son tiempos de cambio, Morenita de mi corazón.


Después

– Nada de lo que pensamos es nuevo, –continuó en su monólogo– ¿Para qué negarnos que alguien ya lo había previsto? Lástima que no lo leímos o encontramos en su momento. Lo que pasa es que toda esta prisa de responder, de pensar rápido, de ser proactivos, de tomar decisiones, de ganar centavos por segundo, nos cegó.

Muchos nos dijeron y no hicimos caso, Terroncito de sal. Es tiempo de pagar los platos rotos, aunque no hayan sido nuestros, pero ¡oh magia! Entre más platos rompieron los que nos antecedieron, más debemos. Es ley de vida: no solo las herencias se transmiten, también los pasivos pasan de generación en generación. Y un buen día, ya no alcanza para pagarlos. 

Pero nada está del todo mal. Es un asunto de resiliencias y adaptaciones. Cerremos el café con otra cita del señor Michel Maffesoli: 
"Por supuesto, el mundo no va a cambiar brutalmente y los intentos de reconstruir el mundo de antes van a prevalecer: marketing, promoción, llamado a un mayor consumo. Pero la restricción de un turismo local va posiblemente a abrirles los ojos a muchas personas. La relocalización de las industrias "esenciales", el redescubrimiento del gusto por los productos de temporada, la puesta en valor de las riquezas del territorio ("el terroir"), le vuelven a dar un espacio a lo local. [...] a la horda de turistas reunidos por los tour-operadores, preferiremos los reencuentros anuales en los sitios de camping y los albergues rurales, las vacaciones con el habitante, en la granja... en breve, todo lo que hace comunidad. Todo lo que funda un "estar juntos" construido, ya no sobre el valor de cambio y la mercantilización de los valores humanos, sino sobre un verdadero ideal comunitario.

Nuestras puertas, las de nuestros países, de nuestras ciudades, de nuestras casas, no deben quedarse cerradas frente al terror del "otro" producidas por los poderes actuales en el confinamiento: deben abrirse y cerrarse, reencontrar ese balance equilibrado entre el puente y la puerta. Es eso el enraizamiento dinámico, necesario para estar juntos."

– Dame más dinamismo, señor Palomo –cerró ella con una sonrisa–. Ya no me lleves al fin del mundo,  amor mío, llévame al centro de tu corazón. 


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