29.4.22

Regenerar –¿Por dónde comenzamos?

Lo que dice San Google... 

La palabra de moda es "Regenerar".  Pareciera que hoy todo tiene que ser "regenerativo": los espacios, las terapias, los hoteles y el turismo, pasando por la comida y la agricultura... . ¡Y cómo no, si el susto no fue para menos! Si continuamos en el mismo camino, pronto habrá autos regenerativos pero, ¿qué es lo regenerativo, a ciencia cierta? ¿Qué es lo que se quiere regenerar?  Vente, vamos a ver...  (seguir leyendo)

Como muchos términos trendy, las palabras llegan, hacen olas... y se van. Primero fue "desarrollo", luego fue "eco-", después vino "sustentable", enseguida "resiliente" (aunque éste duró poco, pues nadie lo entendió), y ahora es "regenerativo".  

Por ese simple devenir, yo digo que lo primero que es, el término "regenerativo", es "concepto de moda". Una palabra tristemente mercadológica. 

En términos más concretos, gramaticales, o hasta etimológicos, sería "volver a generar" (crear, hacer) o "volver a hacer", como dice la RAE o el diccionario de etimologías de Chile. 



Se regenera, por ejemplo, un tejido o una célula. Se regenera (con las condiciones apropiadas) un bosque, y hasta la cola de una lagartija; las cárceles se precian –con algo de falsedad, diría yo– de regenerar a las personas. 

Lo que pareciera entenderse

Entiendo una condición que deja de ser –la cola de la lagartija, digamos– para volver a tomar su forma original: una lagartija con cola nueva. También el bosque, convertido en desierto o en campo de monocultivo se puede regenerar y hacer un nuevo bosque. No el mismo, sino uno nuevo, a partir de las condiciones del momento: por ejemplo un bosque de pinos, donde antes hubo uno de encinos o de especies diversas. 

Pero una terapia, ¿regenerativa? El turismo ¿regenerativo? ¿Cómo? Me pregunto, en términos gramaticales, ¿sobre quién recae la acción? Si fuese sobre el turismo, ¿volvería entonces a ser el de antes? Y si fuese sobre el turista, ¿Volverá a ser el de antes? ¿Cómo, de ser posible, sería esa magia y –acá lo más tenebroso–  a qué resultados nos llevaría? ¿Qué clase de Frankestein arrojaría como resultado?

¿Cómo regenerar a alguien que era un consumista empedernido y convertirlo en un amante de la naturaleza? Aún suponiendo que esto se pudiese conseguir en un viaje de diez días, yo le llamaría (además de una proeza), un acto de transformación, no de regeneración. 

Pero dejemos esas "minucias conceptuales", como argumentaría un detractor. Hablemos de "regenerar" a secas: ¿qué regeneramos, entonces?

Lo que quisieron decir... 

Aunque con la pandemia hubo quienes tomaron más conciencia, desde hace mucho (largo, largo tiempo antes) se viene haciendo notar que el humano depleta los recursos: Humboldt, por ejemplo, en el lejano 1800 llamó la atención de cómo la selva de Venezuela era destrozada para hacer cultivos; incluso antes, en 1795, mostró que la elaboración de carbón en Prusia arrasaba con los bosques. En la época pocos le escucharon y hoy, aunque millones de ambientalistas lo denunciamos, es claro que seguimos agotando los recursos. El COVID sin duda generó una amplia reflexión, pero una vez minimizado, nos hemos olvidado de sus enseñanzas, de nuevo, y hasta podríamos decir que hemos regenerado, pero al humano consumista.

Sin ir demasiado al detalle, sabemos que enfrentamos la sexta extinción masiva del planeta, que nos urge descarbonizarlo, que debemos cambiar nuestros modos de extracción de recursos naturales, y que debemos poner más atención en lo que sucede con el agua. Se habla, ahora sí, de regenerar al planeta

El problema más grande, no obstante, es que no tenemos ni idea de cómo hacerlo sin morir –o matar a la economía que nos da seguridad– en el intento: y es que nuestras sociedades han sido extractivistas desde el origen de la misma humanidad. Sabemos usar los recursos y transformarlos, pero no crear nuevos. Solo recientemente nos hemos dado cuenta de lo afortunado que fue el humano al llegar al banquete de la tierra cuando la mesa estaba puesta y los platos servidos: madera por acá, petróleo por allá, comida por este lado, peces por el otro... Los millones de años que le tomó al planeta y a sus especies crear estos recursos son rápidamente olvidados por el humano, que llegó a cosecharlos y usarlos en una orgía de trogloditas. Su única contribución ha sido el hambre infinita, el cuchillo y el tenedor.

El asunto es que hoy somos muchos, y el refri está casi vacío. ¿Qué regeneramos, entonces?

Humboldt predijo mucho de lo que hoy vivimos. 


Lo que podría suceder

Hace unos días, la reseña de un libro relacionado con el cambio climático [en francés] planteaba que una de las ideas centrales del autor era que requerimos un cambio de paradigma: pasar del "ganar-ganar" que nos enseñaron en las universidades "modernas" como teoría "correcta" o "ética" del éxito, hacia el "si pierde uno, perdemos todos", en el que reconocemos que si un país quema sus bosques para hacer leña no solo se queda sin recursos: nos roba oxígeno a todos; o que si una nación produce demasiado petróleo no se acaba sus reservas únicamente: nos carboniza a todos. De igual modo, si un vecino produce muchos idiotas, nos idiotiza de igual modo. Como se aprecia, esto no se trata únicamente de términos económicos, sino que va mucho más allá: las desapariciones forzadas –aunque no nos toquen en nuestra familia– nos hacen daño a todos porque nos insensibilizan, así como los feminicidios nos matan a todos. La contaminación en Shanghai o CDMX nos afecta también en Mazatlán o en Afganistán, porque el planeta es uno.

Complejo, ¿no?

Como no pienso eternizarme en esta reflexión, ni hacerte perder tu valioso tiempo, trataré de delinear, en dos puntos, lo que siento que podemos hacer,. 

1. Me queda claro que cuando hablamos de regenerar nos referimos a los recursos de la tierra: sus bosques, minerales, oxígeno, animales, plantas, etc. Regenerar ES devolverle o volver a generar condiciones para la vida de todos los que han participado en crear riqueza ambiental y recursos para el planeta, no para el humano. Conste que no hablo de reducir el uso o simplemente parar el consumo: hablo de devolver, si no en cantidad (que sería lo óptimo, aunque no sé cómo podríamos devolver el oro extraído al suelo), por lo menos en calidad: devolverle las playas a las tortugas, los bosques a los árboles, los ríos al agua limpia, los mangles a las conchas y cangrejos, el mar a los peces y ballenas, los agaves al desierto... y crear abundancia: más que dejar de extraer, producir más: quitar un árbol y poner cinco, usar un litro de agua y limpiar diez de un río y así, una matemática ascendente de la recuperación. No sé si podamos hacer más acero –lo dudo– pero me queda claro que sí podemos construir con métodos alternos o hacer menos autos. ¿Necesitamos todos esos rascacielos, barcos y aviones? La respuesta es simple: se trata de volver al concepto de economía, "el uso eficiente de los recursos escasos".

2. Al humano no necesitamos regenerarlo, necesitamos transformarlo. Uno de mis mayores aprendizajes de Oaxaca es comprender el valor de la comunalidad: para nosotros, urbanos extraviados de la sensibilidad social (vuelvo a los desaparecidos y feminicidios, pero también a jóvenes y viejos solos por la ciudad sin nombre), la importancia del trabajo comunitario, la asamblea, o el valor del largo plazo nos parecen un viejo capítulo de la historia, pero para quienes aún no se han dado cuenta, son esenciales para abordar los retos comunes: solo miren cómo trabajan muchísimos grupos de activistas, o cómo se abordan los problemas de hambruna en las comunidades. Es necesario volver a lo comunitario. Readaptarlo, modernizarlo, adecuarlo... pero hacerlo pilar del grupo social: la organización barrial pintando, limpiando, cuidando su espacio y su forma de urbanización. No la familia, porque siempre tenderá a su interés de núcleo, se trata del grupo social:  el barrio, la cuadra, el colectivo, sembrando árboles, haciendo un huerto, una hortaliza, cuidando a sus hijos, mujeres y viejos; la comunidad decidiendo el impacto del ruido, de la contaminación visual... y una vez que funciona, la política pública podrá asegurar los mecanismos para replicar esas experiencias. Formar comunidades de eterno aprendizaje, que se reúnen en mancomunidades y en asambleas de mancomunidades. El cambio que se consigue desde adentro hacia afuera.

A manera de reflexión final

"¡Imposible!", dirán algunos. "¡Muy difícil!", diremos otros.  

Pero Bruno Latour ha ido todavía más lejos, insistiendo en la necesidad del Parlamento de las Cosas, uno en el que los actores no-humanos tienen representantes en la mesa de diálogo: los árboles, las especies en extinción, las montañas, los océanos. Cada uno de ellos, con voz y voto, en un espacio en el que se dirimen los asuntos centrales que nos afectan a todos, incluyéndolos a ellos, los que no hablan, pero sí aportan sus recursos... 

Lo que es evidente es que el modelo actual no funciona, y que "regenerar", como término de moda, no servirá si no se le acompaña del humano que se renueva: regenerar al planeta, implica transformar al humano. Porque es eso, o Elon Musk siendo dueño de Twitter y de nuestra información, o Bezos de Amazon y el Washington Post, o Coca Cola de los mantos acuíferos y de nuestra diabetes... y paralelamente, los conglomerados mundiales replicándose a nivel nacional con nuestros propios monopolios: informáticos, alimenticios, médicos o educativos, llenos de señores feudales que cuando negocian "ganan-ganan", mientras nosotros "perdemos-perdemos". 

Mazatlán, abril 2022.



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