8.6.22

[Cuentos] Muñequeo, o el amor en tiempos pandémicos

Muñequeo, o el amor en tiempos pandémicos
Samuel Bedrich



"Nací en La Paz", leyó. Se apresuró a responder, cierto de que la idea le encantaba. "Cruzar de nuevo el Golfo de Cortés estaría bueno. Pasar unos días en la playa, con una chica linda, conociéndonos con fondo de mar azul..." 

"Yo en Guadalajara, pero me encanta la Baja. Hace como dos años estuve en Los Cabos, en Cabo Pulmo y en un pueblito de nombre raro que ni recuerdo: la Gloria, El Triunfo, algo así. Tenía una chimenea como de barco trasatlántico: alta, larga, casi que tocaba el cielo". 

Se sentía de lo más romántico esa tarde. Había terminado pronto el trabajo y antes de apagar la computadora pensó que podría darse una vuelta por esa página de citas. La Maldita Pandemia lo tenía tan asustado de salir a los bares que sabía que ésa podría ser una buena solución para "pescar algo", o conocer a alguien. Le entusiasmó tanto la idea que se lanzó a escribir sin miedo: "Invítame y verás que me lanzo. Sería feliz de verte y darte un beso". Hizo clic al Enter y suspiró sonriente. 

Pasaron dos segundos, luego cinco y no le aparecía la notificación de que ella hubiera leído el mensaje. Golpeteó impacientemente con las puntas de los dedos sobre la mesa al tiempo que miraba fijamente la pantalla y el área de notificaciones. Por fin el indicador confirmó que había leído y él, emocionado, dejó de respirar temporalmente, como quien espera una ola de frente, clavando manos y cabeza para no recibir el embate en la cara. Los tres puntos que aparecen, como moviéndose cuando alguien comienza a escribir parpadearon: uno, dos, tres... uno, dos, tres. Estaba escribiendo. ¿Qué iría a decir? 

Tardó. Tardó mucho. Le tomó una eternidad escribir una frase. Los puntos suspensivos aparecían y desaparecían, pero no llegaba el texto. De pronto parecía que dejaba de escribir o que escribía mucho. Tal vez borraba y recomenzaba, cual Penélope cosiendo y descosiendo su futuro, prolongando lo inevitable o evitando lo irremediable. Posiblemente escribiera lento. ¿No estaría segura de responder? La sangre se le agolpó en el orgullo, la respiración le enmudeció el ego. Se quedó expectante. Nada. "Tal vez me diga que sí y luego no sé qué haré para conseguirlo. Ni dinero tengo, y luego el trabajo... Pero si me dice que sí, nos vamos unos días a la costa del golfo, total, un tarjetazo. Ahora sí conoceré Loreto. Al fin, Loreto y su palacio municipal, el de la enorme pintura de la mujer amazona y sus... ¿qué son, dragones?" Se quedó divagando.

Los puntos se dejaron de ver. Segundos, un minuto, ¿dos, tres? No soportó más y se levantó de su silla ergonómica de escritorio, desde la que viajaba por el mundo y conocía a las mujeres más bellas. A veces vestidas, otras desnudas. "¡Qué diablos, soy soltero y estoy acá encerrado!" Se despegó para cruzar la habitación y trasladarse a su pequeño super: el refrigerador. Lo abrió, hurgó en la parte baja y sacó una lata pero se arrepintió de inmediato, la dejó, y fue por la botella verde. "Estará más fría... ¿Qué pedo con esta morra, será que no va a responder?"

"Perdón, me trajeron a mi hijo", leyó. "¿Tanto tiempo para esto? ¿Un hijo? ¿De qué edad? ¿Solo uno? No. Otra vez, no, por favor." La última le confesó que tenía dos, hasta después de cuatro días de charlas calientes y entusiasmarlo con verse pronto. "Al principio nada, y luego me salió con eso, cuando me dijo que tenía Face. Mustia, mentirosa, me hizo creer que era soltera y luego confesó que era divorciada."

"¡Hola! Sí, no te preocupes. Yo fui por una cerveza a la tienda de la esquina, perdón, ni cuenta me di que te tardaste un poco." 

Cero respuesta. Otra vez desapareció. "Puta madre. Sí, otra vez..." Se desanimó, buscó otros perfiles. Nora, Adriana, Alaska, Marina, Estrella. "Chale, hoy todo es marino. Estoy salado." Rió de su ocurrencia involuntaria. "Maldito algoritmo, enséñame otra cosa". Nada, nada. 

Se acordó entonces de Orlando, su amigo el de los sabios consejos: "Te falta muñequeo, wey. Pescar es algo más que tirar el anzuelo, más que escribir como de La Borbolla o Dehesa y ser simpático. Tienes que elegir con calidad: el hilo, la caña, el anzuelo... todo se relaciona. Si te las das de literato, aplícala, pero bien, no con la misma jalada de siempre: 'soy escritor...' ¡¿Y eso qué?! A ninguna intimidas con eso. Los buenos escritores ni lo dicen, no seas pendejo. 'Ay sí, soy escritor y ligo por Tinder', ¡No mames! Los buenos escritores ligan en sus presentaciones y les cuentan historias a sus amantes: mientras firman con la derecha, estiran el brazo izquierdo y les toman el talle mirándolas a los ojos con mirada cool, desinteresada: '¿Cómo me dijiste que te llamabas, hermosa?' y ellas derretidas, responden, así como les enseñan en su curso de historia del arte de la academia patito de los miércoles en la tarde: 'Alfonsina, pero no la del mar...', y lo dicen así como en un suave murmullo, como lo vieron en la última novela o serie de Netflix, a la cozumeleña, como si todas las olas fueran del Caribe, '... solo es una feliz coincidencia', y el otro, por buena gente, no les pide que declamen algo de Storni, porque sabe que harían el ridículo y él no quiere eso, no necesita eso: él solo quiere tirar... ¡No, wey! Si quieres ligar en esa cosa, tienes que ser hocicón, vacío como la superficie del océano: píntale un velero si es romántica o un crucero si es fifí. Suelta el hilo de la caña, para que te cuente que fue a las Bahamas, o que la maldita pandemia le frustró el viaje por los fiordos. Ni se te ocurra pintarle un contenedor... ni que fuera dueña de la Nissan.  Muñequeo, chavo: lenguaraz, achispado, directo, invitador sutil, ligador nivel galán experimentado: Garcés, Bond; sueltas la caña y luego, ¡jalas! El jalón, para que quede enganchada y puedas recoger el hilo..."

"Es más, a ver tu perfil. ¿Cómo crees que con esa foto? ¡¡Pero sí es real!!" Se cagó de risa. "¿Tú crees que ellas ponen la suya? Si tienes suerte verás la de su hija, o la de hace veinte años; con chance y la de la última boda a la que asistió, la que retocó el chavito del estudio fotográfico, el día que se gastó media quincena en el maquillaje, las uñas y el cabello. ¿De verdad eres escritor? Has de hacer historias de princesas. ¿Todavía no te das cuenta que Internet es una competencia de mentirosos? Acuérdate del gran Rubén, el futurólogo: 'era una chica plástica, de esas que veo por ahí...' Ya, mejor vente a la clase de salsa conmigo, no seas marica."

"Muñequeo. Puto. Clase de salsa. Sí, cómo no. Y luego, muerto de Covid quince días después. No, gracias." Pero igual cambió su foto. El problema era que le chocaba mentir: "Si yo miento, otros me mienten. ¿Y no es así este maldito mundo? Los únicos que no mienten son los desesperados o los desahuciados, los que ya no tienen nada que perder: 'hola, soy Jonás y busco mi ballena. Pago con mentiras'. No, no puede ser. Si Alicia pudo, yo también podré conocer a alguien. Solo es cosa de tiempo, de agarrarle el modo. Muñequeo, muñequeo..."

Tardó horas en elegir su foto, pagó la versión Gold y dedicó dos, tres, cuatro horas al día. "¿Salir al parque, para qué? Entrar a un grupo de lectura, ¿con qué objeto?" Si solo le gustaban el fútbol y las luchas, pero ahí no iban mujeres solas, y peor aún: ¿Cómo les hablaría si se las encontraba? ¿Qué les diría? ¿Hablar de los últimos mundiales? ¿De las piernas de Maradona? Tendría que ser de su edad, si no, no sabría quién es Higuita o Platini. Se cagarían de risa si hablara del mundial de 86. "No, no. Tinder me bastará."

Y así transcurría su vida: "abogada, 35 años. Ay qué miedo, seguro es bien ruda; arquitecta, Mérida. No qué flojera: apuesto hablará de Dórica, jónica y corintia... ¡Bomba!; Ama de casa, Tepoztlán. ¡Esta sí se pasó! Si es ama de casa, ¿para qué quiere ligar? ¿O será que quiere ser ama de mi casa? ¿Le habrá ayudado la hija a hacer el perfil?; Transgénero, la más sexy ¿Qué te pasa, maldito filtro? ¡Para eso tengo la versión pagada! Chale. además tengo que poner a prueba mi definición. No, no, no."

¡Cling! Sonó la notificación. Era ella de nuevo. "¿Qué tal la chela? Perdón, seguro te la terminaste. Ojalá tengas una segunda, ¿me invitas?"

"Sí, claro", siguió el juego. "¿Quieres clara u oscura? Están bien heladas, llevan como dos días ahí –de inmediato recordó que "las había comprado en la tienda". "Digo, es que tenía algunas, pero no exactamente la que quería hoy y fui a comprar. Yo pref..."  Llegó otro mensaje de ella y le interumpió: "La verdad, prefiero oscura, la clara nunca me gustó... Las rubias no tienen sabor. Somos más lindas las morochas, ¿no crees?" El emoji mostró una sonrisa tímida.

Pensó que Morocha no es del norte, pero seguro tendría amigas extranjeras o se estaba haciendo la interesante, sí. "Sí, claro, morochas pero no oscuras, bueno, no; quiero decir que de acuerdo: las rubias aburren..." Se dijo que ésa no la había planteado bien. Ella respondió con un emoji de sorpresa "No me vayas a salir racista ahora".  "No, no, no, para nada, es que me costó el juego de palabras, jaja. "Y... tú..." "Piensa, idiota, piensa", se dijo mientras trataba de hilar su frase. Muñequeo, muñequeo... 

Ella le ganó de mano: "Guadalajara está lejos. Siempre quise conocer. De ahí son los mariachis, ¿no? Me gusta su música. Acá se oye poco pero gusta. Mi papá era fan de los Aguilar. ¿Te gusta el mariachi? ¿También te pones esos pantaloncitos blancos pegados y sombrerote?" Metió el emoticón tímido, el que se tapa la boca con una mano y luego el diablito que sonríe. "¿Qué tal cantas las rancheras?" 

Atacaba, comenzaba a subir de intensidad y eso le gustaba, aunque le daba miedo cuando el cazador se volvía cazado. Pensó en un chiste bobalicón, pero se arrepintió de inmediato: muñequeo, muñequeo... Respondió con un emoji en carcajada, como lo hacen las personas que se quieren dar tiempo para pensar. "Sí, me gusta el mariachi pero se escucha tanto que cansa... y de los pantalones, sí, tengo unos blancos, de algodón delgado. No me veo tan mal. ¿Quieres que te los modele? Vas a tener que prender tu cámara." Ella lanzó otro emoji de carcajada y otro que abre desmesuradamente los ojos. 

"¡Me encanta! Después de los cuarenta, ya no se debe ser acomplejado por fuera aunque lo esté por dentro, no hay que mostrarlo. Los complejos se ocultan con un poco de maquillaje. ¿Te maquillas, tú?".

Pensó que la conversación tomaba un tono que no le encantaba. ¿Qué clase de conversación es ésta? ¿Estaré hablando en serio con una mujer? "No, claro que no me maquillo: soy un profesional, te modelaré sin maquillaje... pero bueno, ya que estamos acá, te voy a contar que una vez me depilaron las cejas. No, no pienses mal: de hecho, me llevó una amiga. No fue divertido. Más bien, algo loco pero no fuera de lo normal. Me quitaron unas cuantas y luego me hicieron un facial. Nos reímos mucho. Me has hecho recordarlo. Lo tenía en el baúl de las idioteces, escondido."

"Me gustan los hombres que se cuidan," –reviró ella– "como en tu foto. Porque... sí eres tú, ¿no?" Sintió que la presa se iba, que el cáñamo se extendía al infinito y que le costaría mucho remontar, jalar el carrete. "¡Me debí ir a la clase de salsa, carajo!" Pensó, aunque no mucho. "Claro, claro. Un poco más joven, hará unos dos años", mintió de nuevo. "Ahora tengo solo unas canas más. ¿Y tu foto?"

"¿Pero, cómo crees que te voy a engañar? La tomamos en la boda de mi hermana, hace unos meses. Teníamos que ir muy elegantes. Yo era madrina y nos hicieron ponernos ese vestido. Demasiado escotado para mi gusto. Me sentía algo fuera de mí." Ahí. Ahí, el cazador volvía a cazar. Sintió cómo la caña se aflojaba y podía acortar. Jaló y jaló. Sintió que estaba más cerca. "Pues eso fue lo que me encantó de la foto. Te... te ves guapa, muy sexy. Me gusta la foto, aunque me da algo de risa: eres tú, pero no te representa. ¿Por qué usarla, entonces? Igual, me parece... coqueta". Y le devolvió el emoji del diablo sonriente. Sí, sí, sí, funcionaba, el mango estaba más suave, dócil, se dejaba llevar hacia uno y otro lado; la manivela parecía aceitada, giraba sin problema alguno y recuperaba línea. Sintió que podía dar un tirón más y luego aflojar, para tomar aire. "Se antoja, eh, mmh... visitar la Paz y hacer el amor, no la guerra." Buscó un sticker en el que dos símbolos de amor y paz entrechocaban, de forma casi sexual. Lo lanzó. 

Ella río una vez más, y dio otro coletazo. A esas alturas de la conversación, el pescador ya no tenía un pez espada ni un atún rojo de campeonato: había capturado una sirena, pero ésta no daba la cola a torcer: "Pues coquetos somos todos aquí, ¿no? Y un poco falsos. Tú no te maquillas, pero esa foto está llena de... ¿cómo decir? De Photoshop o Canva, o esas aplicaciones que hacen magia. ¿Cómo eres en realidad? Sería lindo que el de Guadalajara viniera hasta acá. Serías como un tritón, un cazador para la cacería. ¡Qué ganas de verte por acá! Con tu botella de tequila, ese pantaloncito blanco pegado. ¡Ven, sexichico, cántame al oído!

Se emocionó. Se imaginó de nuevo la playa, la chica de la foto, un auto, con los asientos echados hacia atrás y los vidrios empañados. Sí, podría irse una semana, llegar a Mazatlán, tomar el ferry. Cruzaría de noche, navegando con la mar en paz, acurrucado por el ronroneo del motor, en su camarote, mecido por las olas, como botella llevada por la corriente. Sería como el mensaje en la botella que llega a sus manos.  Llegó tu mariachi; bueno, tu tritón, Sirena. Vamos al mar, déjate querer, que te quiero conocer, todo lo que quiero es amar." Jalar, muñequear, hacer brazo. Atrás, atrás suavemente pero con tensión, recoger hilo, acercar, tener lista la red, para no matar: a esa sirena se le necesitaba vivita y... completa. 

No lo podía creer, se enamoraba a las primeras cinco palabras, "pero vaya, es parte de esto. Voy bien, voy bien." Retomó la conversación tras un largo trago de cerveza con sabor a triunfo. Diez metros más y la presa estaría en el bote. "Me encantaría, guapa. Estaría buenísimo, me iría de Mazatlán y de ahí el ferry, ¿Cómo está ahora el mar? Sé que es idiota como pregunta, pero... ¿Qué te gusta más del mar?"

Emoji emocionado, con una gotita de sudor en la frente. No uno: dos. "Me encanta. Me gustaría estar cerca de él, pero si me lo preguntas así, de tajo, lo que más quisiera es tenerlo, que fuera nuestro y que esos chucha su... de vecinos nos dejaran un caminito para llegar sin tener que pasar por sus patios. Nosotros tuvimos derecho, ¿sabes? Era nuestro, nos lo quitaron, nos robaron el terreno y como siempre, se aprovecharon de nosotros..." Emoji de cara triste. "... y luego nos obligaron a ir a La Haya a pedir un acceso, porque los muy conch..." emoji apenado, luego de ojos cerrados y boca fruncida. Él no entendía qué pasaba, de pronto la Sirena ponía toda su fuerza de resistencia, le cambiaba el humor. ¿Había entendido que estaba siendo cazada? ¿No quería encontrar el amor? ¿De qué hablaba? 

"Y nada, nada, mierda..." Emoji de cara roja, encendida. La caña, dura. Urgía soltar carrete pronto, evitar que se rompiera el cáñamo: la parábola de la caña era casi imposible, tensa al límite, el punto de apoyo rojo, los músculos crispados. Pensó otra vez en Orlando: "muñequeo, muñequeo, muñequeo, ¡carajo! "Hace años que lo peleamos pero nada, ni una entradita nos dan. Ni desde Arica, ni desde Tacna... pero tal vez tú con tu botella de tequila y mariachi..." Emoji de tristeza con lágrima, seguido de inmediato de cara sonriente con estrellas azules en lugar de ojos. La caña estaba suave a momento, dura de pronto, una vez más suelta. No sabía si tenía que recuperar o soltar.
 
"¿Tacna? ¿Arica? ¿De qué me hablas? ¿No estás en..." Vamos, vamos, muñequeo, muñequeo, se repitió una y mil veces. El único problema es que de tanto pensar en el muñequeo, se había olvidado de revisar el perfil con cuidado, o de tomar clases de geografía. Regresó al avatar primero, luego al perfil, a los detalles de la cuenta: Yara Quispe. Soltera, 36, liberal, en busca de poliamor (¿?), La Paz... Bolivia.

El silencio ahora fue suyo. Dejó la ventana de Tinder y pasó al buscador. Yara o Uiara. Ser mitológico de la Amazonía. Madre de las Aguas... Amor potente, capaz de mimetizarse y llevar a sus presas al fondo de las lagunas, de los ríos y de los mares. Defensora de los peces.

"Sí, sí, La Paz, pero en Bolivia... ¡No me digas que...". El carrete de pronto soltó miles de kilómetros de cáñamo y se fue alejando. La caña dejo su tensión y se enderezó en una horizontal perfecta. Los músculos desfallecieron, el rictus se aflojó y afloró la tristeza, el desengaño. "Bueno, vamos, no estoy tan lejos. Estoy segura que puedes venir. Ven, acá tengo espacio donde te puedas quedar, me encantaría conocerte..."

Se quedó mudo. Al bajar la cabeza, derramó la cerveza sobre el escritorio, al costado de la computadora, pero ni siquiera se inquietó por saber si era cerveza en verdad o mar que estallaba sobre su cara al sacar, no una sirena, sino un trozo de tela roja, semi corroída, con verdor de algas marinas, triste, enredado en el anzuelo que al caer en la cubierta del bote aterrizaba con un fuerte ¡Plaf! y luego un silencio total. 

Intentó escribir algo. En el instante pensó que mientras escribía y borraba, ella miraba atónita tres puntos suspensivos en su pantalla; mismos que iban y venían sin convertirse en una frase, una palabra, un símbolo. También razonó que miraba su silencio como una derrota doble, y no quiso decir más. ¿Había algo que agregar? Decidió que no quería leer más, ni saber más: no le interesaba regresar a la fotografía, al escote, sus piernas o cola de sirena. Se levantó del escritorio, luego fue al refrigerador y al abrir la nueva botella, el cuello verde se rompió, como por arte de magia.

Antes de saltar hacia la alberca desde su ventana en el cuarto piso, se aseguró que el vidrio cortara con fineza quirúrgica la vena carótida y se entregó a la Reina de las aguas.

Sí, al mejor pescador se le va la sirena, pero no hay sirena que deje presa viva.

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