13.8.22

[Reflexiones] Mazatlán, el futuro de México.

Mazatlán, el futuro de México. 

Al ritmo de la lectura de un libro por demás interesante, y con fondo de música de banda en un restaurante con aire acondicionado y cervezas frías, intentaré intercalar en esta reseña, mi experiencia personal, de escasos tres meses de vida en Mazatlán. Es mi intención que esto quede para la reflexión y pueda ser motivo de análisis y retrospección en unos meses, solo como para hacer un ejercicio de ubicación espacio-temporal en el futuro cercano.

El sarcasmo de la vida

Hace unos 4 años decidí hacer un viaje por el noroeste de México, particularmente la península más larga de México, con retorno por Baja California, Sonora y Sinaloa. El detalle lo he relatado en “Legión viajera” y no es parte de este texto, salvo por un breve capítulo que sucedió en Mazatlán: me pareció tan agringado y turístico que me dije que más allá de su centro histórico, no encontraba gran interés en la ciudad. Lo mismo me sucedió con Lima en 2003, y en 2006 llegué a vivir ahí. ¿Mi aprendizaje? La vida siempre te cobra los dichos. Espero que algún día me cobre mi odio por un viaje motociclístico entre Praga y Shanghai y me obligue a hacerlo.

Al final, se le encuentra el lado atractivo a la vida y a las mudanzas: todo es cuestión de intentar, probar, experimentar. Siempre me dije que los cambios son necesarios y que sirven para desempolvarnos, para sacudirnos y darnos cuenta que hay vida más allá de las cuatro esquinas que frecuentamos todos los días. Mazatlán ha sido, como siempre, una enseñanza, en términos de socializar, aprender, y acercarse al noroeste mexicano, que yo veo más como occidente que como norte, pero que en el fondo es una zona de transición: acá empieza el norte, el mar de Cortés, el cultivo de jitomates y de marihuana en escala comercial. Y está todo bien, acá nace una personalidad particular, la del norte sarcástico, donde tampoco la vida vale nada, como lo dijo José Alfredo. 

Yo me dije que tenía que ser capaz de aprender de este pedazo de mi país, que quisiera conocer varios de sus rincones y que en algún momento haré parte de la Baja California en bicicleta. Hasta el momento he visto poco, y no obstante, comenzado a entender que sí, Sinaloa se cuece aparte y es, con probabilidad, la imagen del futuro de México… a esto llegaré más adelante. 

Y en ese camino… 

Durante este tiempo he tenido varias salidas: viajé hace unas dos semanas a Las Labradas, un sitio arqueológico único, en el que se pueden ver petroglifos en el borde del mar. Para llegar, hay que tomar la carretera hacia Culiacán y a unos sesenta kilómetros, girar hacia el oeste, con dirección al océano. Después de pasar por un pueblo de ficción, con sus seis u ocho cuadras de terracería y unas cuantas casas desvencijadas, dignas de Pedro Páramo, éste se termina de pronto y da paso a un camino de unos dos o tres kilómetros, que llega hasta el sitio en cuestión. 

Imposible dejar de mencionar la vía del tren, parte ineludible del paisaje que costea por todo el estado: pasa a doscientos metros de mi casa (vivo en el remoto sur de la urbe), luego cruza el puerto, después atraviesa la ciudad, y de ahí sigue más allá de Mexicali, hasta conectarse con las vías de Estados Unidos. He ahí un primer símbolo de la continuidad o de la ineludible relación México-USA. Si esas vías hablaran, estoy seguro que dirían mucho, mucho. 

Un par de fines de semana antes fui a San Marcos, y el pasado a Mármol, con un amigo y su pareja. Él tiene la fortuna de ser local y conocer lugares. Viajar con alguien del sitio permite comprender que un halcón no es solo un ave de rapiña, o que una prohibición es una orden que hay que acatar, aunque no venga de una autoridad uniformada. También es útil para saber que sí, en este estado, la naturalización de la violencia es parte de algo que uno tiene que hacer para sobrevivir sin quedar (demasiado) traumado. Cuando a alguien le ha tocado perder amigos o presenciar actos fuertes, se entiende con mayor claridad cuando se dice que “en este asunto, la muerte siempre es algo fortuito: cuando te toca, te toca”. Estar en el momento y lugar inadecuados no son un asunto de prevención, sino de casualidad que difícilmente podría calcular el mejor matemático.

Lo anterior, para decir que he visto sitios mágicos, recorrido hermosas playas y también conocido el Mazatlán turístico, en pleno apogeo y crecimiento desmedido, en el que lo que más importa es “el desarrollo” (siempre que signifique crecimiento económico), las casas residenciales y el negocio inmobiliario. Sinaloa es sin duda un estado pujante. De otro lado, me encanta la descripción que hay en el Museo de Antropología, en la que se explica que aquí está el límite norte de Mesoamérica: aunque no lo parezca, estamos en la zona de transición entre el norte americano, desértico, tribal y nómade, y el extremo de una cultura milenaria que se extendió hasta Centroamérica, construyó pirámides, tuvo idiomas, códices, cocina, y domesticó plantas. En la zona de Las Labradas, por ejemplo, se habla de su población desde el año 2500 AC. ¡Qué magia!

De comida y cerveza, ni hablar. Se disfrutan, se sienten. La poca población que he conocido es representativa de lo que muchos imaginamos o hemos vivido: cruda, sincera, directa y sarcástica. Eso es el norte, desde Escuinapa hasta Tijuana; desde Tamaulipas hasta el Paso. 

Las Labradas, sitio arqueológico.



Los hallazgos

Sí, disfruto sentir a mi país, leer sus realidades, aprender que 2 millones de kilómetros cuadrados son suficientes para contener muchos países dentro de uno. Tal vez no treinta y dos, pero al menos diez o quince. Este país tiene demasiadas diferencias para entenderlo como uno solo. Todavía recuerdo que para defender Texas en la época de Santa Anna, tuvieron que mandar tropa desde el centro de la república… ¡a pie! Lo que padece este país es centralismo agudo crónico, y lo peor es que aún no lo entiende. En México cada estado tiene su virrey, sí, pero también tiene necesidades específicas que no entienden sus gobiernos federales. Este México está todo, excepto unido. 

En este camino me he encontrado que Mazatlán tiene el primer equipo de fútbol de amputados, por ejemplo. También he aprendido lo que significa un sillón en la calle, o que hace diez años el desarrollo turístico no era ni el treinta por ciento de lo que es ahora. ¡Y lo que me falta por conocer!

Como me gusta intercalar la teoría con la práctica, en este sendero de descubrimiento conocí un libro de Froylán Enciso: “Nuestra historia narcótica. Pasajes para (re)legalizar las drogas en México” que me hizo “¡Pum!”.  ¿Sabía nuestro lector que por unos meses, en el gobierno de Lázaro Cárdenas se legalizaron las drogas y hubo dispensarios médicos que atendían a los pacientes que requerían de sus dosis? Apenas unos meses porque la presión de nuestro vecino –el mayor consumidor del mundo– decidió que eso no podía ser y que legalizarlas era un gran error (hoy, que él mismo las tiene legalizadas en varios estados de la Unión). ¡Si la historia de las drogas en este país es más vieja que la misma revolución y resulta que queremos cambiarla de un momento a otro! 

El libro es un paseo por Sinaloa y el recorrido cronológico y geográfico de un fenómeno complejo, en el que historia, violencia y geopolítica están totalmente entreveradas. Imposible entender el fenómeno narco sin preguntarse cómo pasó de ser un problema de salud a un problema de seguridad nacional, o sin cuestionarnos de dónde salió una prohibición de algo que fue incluso motor para el éxito de grandes conglomerados farmacéuticos: ¿te suenan los nombres Bayer o Merck? Ellos fueron los primeros productores de heroína y cocaína con “fines médicos”. Gracias a estas sustancias se convirtieron en empresas realmente globales y multimillonarias. Imposible leer este libro sin cuestionarse quién gana y qué gana de la interdicción, del tráfico y del pago de drogas con armas; impensable encontrarle la cuadratura a este círculo sin pensar en el vecino del norte, el mejor cliente del planeta. 

¿Alguien dijo plan Cóndor para erradicación de la droga (y de paso de los gobiernos de izquierda)? Millones de dólares en “asistencia para el desarrollo” y en la “lucha contra el narcotráfico”. Una devastación que ha pasado por la exfoliación química de campos de cultivo en la sierra que ahora no pueden producir ni alimentos, contribuyendo así a la pobreza de zonas que serán difícilmente recuperables. El círculo vicioso que nunca se acabará y siempre me trae de regreso a esa teoría de centros y periferias en la que –digo yo, no los autores– pareciera que hay estados que nacen estrellados o fallidos por simples razones históricas del colonialismo que les dio origen… y así se quedarán.

La de Sinaloa no es una historia distinta a la de otros estados de este país, ni de otros países, es solo que acá su producto estrella, por factores que requieren aún de mayor estudio y comprensión, fue –además de la actividad pesquera o de la siembra del tomate– la droga: marihuana, opio y después laboratorios de drogas químicas. Así funciona el sistema capitalista: se forman “clusters” económicos. ¿Localización geográfica (sierra, mar y frontera)? Tal vez. ¿Disponibilidad de actores clave? Posiblemente. ¿Clima y condiciones de abandono social –lejanía del centro y cercanía al norte– y corrupción? Sí, puede ser. ¿Flota naval disponible para transportar paquetes por el mar? ¿Por qué no? 

Nada nuevo en términos de devastación, deforestación o estructura de negocios: es el sistema capitalista de explotación, que además le suma armas y genera miles de desaparecidos, normaliza la violencia y pone su cereza en el pastel con música y cultura que hace apología del dinero rápido. Así es en el norte, del mismo modo que en el sur, las condiciones se dieron para la mancomunidad y el trabajo comunitario (ojo, que también hay droga). Nadie puede negar que la historia no se construye en un día. Estamos frente a un caso perfecto para una investigación con la teoría del Actor-red. 

Hay un par de textos del autor que he citado, en los que se habla de corrupción: uno, por ejemplo, en el que la denuncia de robo de un paquete de cocaína en 1931, permite conocer la actuación de las autoridades en los albores de la institucionalidad gubernamental de una república posrevolucionaria; el segundo refiere a los nexos entre las drogas, las familias pudientes, la iglesia y por supuesto, las autoridades en turno. Es sencillo comprender que la corrupción no respeta condiciones sociales y opera con una dinámica muy simple: donde hay desigualdad en los mercados y dinero disponible, es fácil conseguir mano de obra barata y corromperla. De este modo, la vida sigue, por supuesto, sin valer mucho.



En mi búsqueda de información, o navegación curiosa en Tuiter, el tema de las drogas se ha vuelto cada vez más de mi interés. Por ahí encontré hace un par de días un hilo interesantísimo sobre esto y en él apareció una imperdible entrevista a Marcola (Marcos Camacho, narcotraficante y líder de la banda carcelaria de San Pablo), preso brasileño de alta importancia en el control de la delincuencia organizada: 

“¿Solución? No hay solución, hermano. La propia idea de «solución» ya es un error. ¿Ya vio el tamaño de las 560 villas miseria de Río? ¿Ya anduvo en helicóptero por sobre la periferia de San Pablo? ¿Solución, cómo? Sólo la habría con muchos millones de dólares gastados organizadamente, con un gobernante de alto nivel, una inmensa voluntad política, crecimiento económico, revolución en la educación, urbanización general y todo  tendría que ser bajo la batuta casi de una «tiranía esclarecida» que saltase por sobre la parálisis burocrática secular, que pasase por encima del Legislativo cómplice.” 

Menudo futuro, el que nos pinta. Yo, por lo pronto, me digo que sí, en mucho somos nosotros mismos culpables, por nuestro egoísmo e individualismo, pero eso es asunto de otro texto en progreso.

Enciso propone como solución la instalación de comisiones de la verdad que saquen a la luz toda la porquería que subyace al tema, pero no será una tarea fácil si están involucradas autoridades municipales, estatales, federales, jueces, legisladores… El cambio y la superación del reto narcótico es complicado en un país que sobrevive gracias a una amalgama entre estado y corrupción. El autor propone Justicia transicional para abordar los castigos, pero sobre todo, legalización. ¿Cuándo abrimos el debate?

¿Y las conclusiones?

A estas alturas del siglo, en el que se nota claramente cómo vivimos drogados entre más viejos nos hacemos (Nota 1), legalizar un par de drogas más, podría ser menos peligroso que dejar que la corrupción termine por desmantelar nuestras instituciones y sociedad. 

No podemos pasar por alto, en este asunto, la historia del azúcar, presentada por Enciso:  cuenta que este potentísimo dinamizador de energías pasó de ser un elemento de difícil alcance para el público, a estar incluido en todos los chocolates, coca-colas y demás alimentos que nos ayudan a tener más energía para trabajar (¿eres tú, soma?) y cómo en las grandes ciudades, son sobre todo los jóvenes que laboran en las casas de bolsa y en el sistema financiero, los mayores consumidores de cocaína, que la usan para tener mayor claridad y sobrevivir al estrés y las arduas horas de esfuerzo para hacer más y más millones. ¿A quién le funciona la no legalización de las drogas? ¿A quién si le funciona? (¿Y a qué sistema le sirve que existan?). Ésas son las cosas que deberíamos preguntarnos. (Nota 2)

A quemarropa y así, a unas cuantas semanas de vivir en Mazatlán, estoy tentado en atreverme a decir que este estado es el futuro del país. No, que el lector no piense que lo digo con emoción, sino con ansiedad: ¿en el futuro viviremos todos en guetos, como el fraccionamiento de mil hectáreas llamado “la Primavera”, con su laguna de 1/4 del total, en el que nos pedirán referencias de otros vecinos para poder vivir ahí, al interior de un perímetro bardeado de 12 kilómetros de largo y cuatro metros de altura? Tal vez no debería preguntar si los tendremos, sino cuántos más habrá en el futuro cercano. ¿Hasta que no sepamos quién está libre y quién encerrado? Blade Runner se quedará corta, muy corta.

¿Permitiremos el desarrollo de más y más edificios frente al mar, con nula sostenibilidad ambiental? ¿Llegaremos al punto en que los vigilantes de las poblaciones rurales sean unas especies de guardias blancas, no gestionadas por la autoridad electa, sino de facto? Yo creo que el país corre, vuela en ese camino y en ese sentido, Mazatlán ES el futuro de México, solo que no sabemos todavía cuál será nuestro rol en él: ¿dentro o fuera del fraccionamiento cerrado? Una nota periodística reciente muestra que más del 60% de la población de Culiacán renta una casa, por no poder comprarla, “debido al incremento en los precios debido a la especulación”. ¿No que nadie quería vivir en Sinaloa? 

Sinaloa no es Oaxaca, pero Oaxaca tiene sus pequeños Sinaloas. Mazatlán podrá ser el futuro de México, pero Matatlán es el futuro del mezcal: mercados desregulados, donde el que más tiene, más puede. Y así, podríamos encontrar decenas, cientos de pequeños sinaloas en el país: en Monterrey, en la Ciudad de México, en Cancún o la Riviera Maya… ¿Para qué seguimos contando si todos los conocemos?

Cuando el único valor de éxito es el dinero, basta una camioneta, cerveza y música de banda para conquistar el mundo. Si le agregamos TikTok para intensificarlo y hacerlo llegar a la juventud, el cóctel está más que bien preparado: esta sociedad se seguirá reproduciendo a sí misma, sin cuestionamiento alguno. Es más: pamba al que piense. 

Pero no te sientas aludido, sinaloense, mexiquense, oaxaqueño, chiapaneco, poblano, regio o hidalguense: el reto y oportunidad mayor es que estos son problemas globales, como el COVID o el cambio climático, que necesitan acciones globales y comprensión local. No bastará con que unos cuantos lo lean o que la ONU dicte sus recomendaciones: mientras más millones vean TikTok, el planeta Idiocracy siempre estará más cerca que el mundo ideal de Los Supersónicos.

Y nos iremos todos o nos quedaremos todos, porque en esto, la humanidad está junta… a pesar de su individualismo. 

El presidente Camacho, en Idiocracy.
(Nadie se sienta ofendido al verla)



Referencia: 
Enciso, F. (2015). Nuestra historia narcótica. Pasajes para (re)legalizar las drogas en México. Debate/ Penguin Randomhouse. 


NOTAS

(1) Basta darse una vuelta por las ciudades turísticas de Guaymas, Los Cabos, La Paz, Tijuana y otras fronterizas, en las que los norteamericanos de edad –y otros no tan grandes– llegan a surtirse de drogas no toleradas allá, pero vendibles en cualquier farmacia en México.
(2) “Lewin, por ejemplo, contempló la existencia de cinco tipos [de drogas] excitantia, eran los estimulantes como el café y las anfetaminas; inebriantia eran las sustancias embriagantes como el mezcal y la cerveza; euphorica eran los narcóticos como la heroína; hipnótica eran los tranquilizantes e inductores del sueño y la anestesia como algunos barbitúricos, y; finalmente, phantastica eran los alucinógenos y enteógenos como el peyote y los hongos usados en México desde tiempos inmemoriales para buscar la comunión con los dioses. (p20)

Agradezco a Eduardo Esparza y su novia Rose, por su guianza en este trabajo amateur de nuevo residente de Mazatlán.

1 comentario:

  1. Anónimo5:39 p.m.

    Teiki la burra, cero pánico y todo irá mejor. Hay que aguantar el set de olas que nos azota y cuando se calme el mar seguir avanzando. En el surf se dice que hace falta mirar atrás para ver que viene por delante. Amén

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