19 de febrero, vuelo México DF – Lima
Volví a México, lo visité, lo reencontré y ahora lo dejo de nuevo. ¿Lo disfruté? Siete años antes, en 2006, dejé mi país para partir hacia Perú. Como alguno diría, muchas lunas pasaron y luego partí hacia Buenos Aires al doctorado. En 2013, volver a Toluca –a los míos- significó una serie de preguntas y respuestas.
La primera es que uno nunca se va por siempre. Por más que dejes tu espacio y a tu familia, éstos están ahí. Nunca desaparecerán. Pueden ser una sucesión de memorias, de buenos y malos recuerdos, pero nunca una nube blanca o un espacio despoblado: ni de cultura, ni de recuerdos, ni de gente.
La segunda es que uno no se queda por siempre. En Toluca pude ver a muchos y sentir la emotividad de la recepción. Pero también pude ver que esa persona que partió hace años no es la misma y que aunque el cariño sea grande, la vuelta –al menos en las circunstancias actuales- es casi imposible. Me interesa otro México, no aquel en que nací. Las sombras están, pero no quiero quedarme con ellas.