Asha es una niña de unos 8 años. Viste una blusa amarilla y una falda negra con olanes. Tiene el cabello peinado en una casi perfecta cola de caballo y se nos acerca en cuanto nos ve llegar. Saluda a nuestro guía de manera bastante familiar y se une a nuestra visita al Fuerte Zeelandia, o Fort Island, como lo llaman ahora. Hace días que tengo su mirada y la historia de su vida clavada en la mente. Me hace pensar en turismo, en Guyana y en la palabra grosera: "desarrollo".
Es la misma mirada que he visto en Cotahuasi, Cancún, Ayacucho o muchos de esos lugares "turísticos" de mi América Latina: ojos negros, profundos y brillantes que interrogan y hablan; ojos que cuentan una historia, hablan de ganas de cambio y de una mejor vida -o por lo menos diferente. Historias de niños que se encuentran con "el desarrollo" y se convierten en sus víctimas o héroes. Los soldados del frente, la infantería. ¿Será por eso que se usa ese término castrense?
El mundo de Asha es una isla que ni siquiera tiene una calle; tampoco circulan autos, bicis o motos. Es tan pequeña que solo tiene un andador, unas 6 casas y dos construcciones del siglo XVIII. Ahí, en 1744, los holandeses que llegaron antes que los ingleses construyeron un fuerte. En las puertas del Essequibo, uno de los más grandes ríos de Guyana, hoy país independiente que no llega a ochocientos mil habitantes. La isla no debe tener más de dos kilómetros de largo y trescientos metros de ancho. Asha tiene cinco hermanos más. Ella es el sandwich: ni la más pequeña, ni la más grande, pero hoy es la mayor, pues los primeros dos ya abandonaron la isla del castillo abandonado.