Después de un fuerte trabajo durante el día y de una frugal
cena en un pueblo cercano a Toluca, me di cuenta cómo algo tan simple como
lavarte las manos con un jabón desconocido te puede llevar de vuelta a tu
pasado: los olores me regresaron a la Francia de mi infancia. Curiosas
asociaciones, las de los sentidos.
Pero ese no era el punto. Sigo contando la historia de Bolívar
según Lynch.
El Glorioso (como le llamara alguna de sus amantes) dejó
Colombia para liberar Ecuador. No hacerlo suponía un riesgo de invasión desde
el sur. En Guayaquil se encuentra con San Martín y no consiguen ponerse de
acuerdo (¿Quién ha visto a un argentino ponerse de acuerdo con un venezolano?
Ups, respondan los que quieran) porque uno quiere al puerto para Perú, el otro
para Colombia. El asunto es que San Martín decide dejar el camino al Libertador
(“Bolívar y yo no cabemos en el Perú”), quien pronto se arrepentirá de su paso
por el Perú: país complejo en el que los realistas luchan contra los liberales
y al mismo tiempo los indígenas contra los criollos, pero prefieren a los
conservadores antes que abrirle la puerta a los colombianos. ¡Ay, mi Perú,
siempre tan indeciso!