Al tiempo que en el Blog de Izquierda se quejan -como siempre- de los que le dan gracias a Gabo, de los que no le dan gracias, de los que lo leyeron y de los que no, me dispongo a hacer también mi cartita, pretendiendo ser ese niño que pasa entre las piernas de los grandes hombres trajeados y deposita una corcholata o una abejita muerta en la tumba del abuelo al que acompañan deudos que algo ocultan detrás de esos lentes oscuros y corbatas y trajes negros.
Debo haber leído a García Márquez por primera vez hacia los 18. La hojarasca siempre estuvo en la biblioteca de la casa. Luego se me debe haber atravesado el Coronel no tiene quien le escriba y probablemente después El general en su laberinto. Mis recuerdos son viejos de más de veinte años, así que no tengo en mente a todos los personajes pero sí el estilo: una descripción que atrapa, pero al mismo tiempo sencilla, sin las complicaciones de un Stendhal, Carpentier o Borges. Así me vienen a la memoria también los Cien años de soledad y las Memorias de las putas tristes. Con los Doce cuentos peregrinos tuve mayor identidad porque siempre me gustó el cuento y los que ahí escribió se asemejaban a mi búsqueda de esa época: algo corto, puntual, directo. ¿Cómo olvidarse de aquella mujer cuyo auto se descompone y termina en el asilo porque llamar por teléfono se vuelve su única obsesión?